Corazón Latino. Michelle Reid
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Luis desvió la mirada de sir Edward y miró hacia la entrada, por donde acababa de aparecer Caroline.
Habían pasado siete años, pero ella apenas había cambiado. Llevaba un vestido negro ajustado que se lo confirmaba. No había perdido nada de la firmeza de su juventud. Y él, volvía a sentirse excitado al verla, como entonces.
Sintió el deseo de aprehender lo prohibido que suponía aquella mujer. Ella era un símbolo de clase y casta. Hasta su nombre era algo especial. Miss Caroline Aurora Celandine Newbury…
Luis saboreó su nombre. Tenía un árbol genealógico, una educación y un ambiente especialmente diseñado para la elite, y una mansión con tierras que envidiaría cualquier rey.
Aquellas eran las credenciales que les daba el derecho a los Newbury a considerarse nobles, pensó Luis cínicamente. Para ser aceptado entre ellos debía tener algo especial. Incluso en aquel momento en que estaban en decadencia y casi de rodillas, medirían el valor de cualquiera por esas características.
Caroline estaba muy pálida. Parecía tensa e incómoda. Pero a ella jamás le habían gustado esos sitios.
Caroline vio a sir Edward cuando giró la ruleta. Luis observó que el cuerpo femenino se ponía rígido, que apretaba los labios.
Se adelantó y se puso detrás de su padre. Parecía insegura, como si no supiera qué hacer.
Luis sabía que lo que habría querido hacer hubiera sido llevárselo a rastras de allí.
Pero su educación se lo impedía.
Negro. Impar. sir Edward perdió, una vez más aquel día.
Cuando el hombre hizo un gesto de frustración, Caroline intervino.
—Papá…
Luis la vio poner una mano en la manga del esmoquin de su padre suplicándole que entrase en razón. Casi la escuchaba.
Pero sir Edward no podía abandonar en aquel momento. Aunque lo perdiese todo.
Su padre se soltó de ella y puso un gesto petulante. Caroline no podía hacer otra cosa que quedarse de pie y mirar.
Negro. Sir Edward perdió nuevamente.
Caroline volvió a insistir en que lo dejase. Otra vez su padre no le hizo caso.
Luis vio que los ojos de Caroline se humedecían esta vez e involuntariamente apretó sus manos grandes y viriles. Caroline miró alrededor, como buscando ayuda, inútilmente.
Luego, sin aviso alguno, alzó la mirada hacia la torre de control, y la clavó en él con una intensidad que casi le robó el aliento.
Luis no movió ni un músculo. Sabía que Caroline no podía verlo, porque el cristal no se lo permitía. Pero…
Se estremeció. Sintió un nudo en la garganta. Vio que a Caroline le temblaban levemente los labios de la desesperación, y el cuerpo de Luis se tensó.
Esa boca…
—Su padre ganó —murmuró Víctor.
Luis vio a sir Edward alzar el brazo con el puño apretado, celebrando el triunfo. Pero volvió a centrar su atención en la hija.
—Voy abajo —dijo Luis—. Asegúrate de que todo esté listo para cuando nos vayamos.
—¡Bien! —exclamó sir Edward y alzó a su hija en brazos—. ¡Hemos ganado, querida! Un par más de golpes de suerte y volaremos alto.
Pero él ya estaba en las nubes, pensó Caroline.
—Por favor, papá —le rogó—. Para ahora, que puedes. Esto es…
Iba a decir «una locura». Pero su padre la interrumpió:
—No seas aguafiestas, Caro. Esta es nuestra noche de suerte, ¿no lo ves? —la soltó y se volvió a la mesa, donde el crupier estaba retirando las fichas—. Déjelas —le dijo al hombre.
Caroline vio con angustia cómo su padre se jugaba hasta el último penique en otra vuelta de ruleta.
Se había empezado a formar un corro alrededor de la mesa. Sus murmullos se fueron apagando cuando giró la rueda. Caroline contuvo la respiración. Estaba furiosa en su interior. Pero la habían educado en la creencia de que no se debía hacer escenas en público, y su padre lo usaba como arma contra ella.
No habían servido de nada las promesas, ni los meses y años de estrecha vigilancia.
Estaba cansada. Y tenía la sospecha de que aquella vez no iba a ser capaz de perdonar a su padre por hacerle aquello.
Pero no podía hacer nada, más que soportar aquella pesadilla, en aquel maldito lugar. Solo faltaba que apareciera Luis Vázquez para que la pesadilla fuera completa.
Tembló.
En aquel momento sintió que alguien se quedaba de pie detrás de ella. Sintió su aliento en la nuca. Pero la atención de Caroline estaba en la mesa, en aquella pequeña bola, y el ruido rítmico de la rueda.
—¡Sí! —exclamó victorioso su padre, al doblar su apuesta.
La gente reunida empezó a animarlo en su buena suerte. Pero Caroline se hundió. Se sentía mareada. Y debió de balancearse levemente, porque una mano le rodeó la cintura para sujetarla.
Y ella debió de sentir su desfallecimiento, porque dejó que esa mano se deslizara por su espalda y la atrajera contra su cuerpo firme.
No habría quién parase a su padre ahora. No se contentaría hasta que no hubiera perdido todo.
El objetivo no era ganar, ni el motivo por el que jugaba la gente. Ganar significaba tener suerte. Y se jugaba hasta perderla. Y luego hasta volver a ganar.
Se estremeció.
Finalmente pudo separarse de aquel brazo y dijo:
—Gracias, pero estoy…
Se quedó helada. No pudo continuar hablando.
Unos ojos negros, que le resultaban familiares, se clavaron en ella y entonces Luis le dijo:
—Hola, Caroline.
Capítulo 2
Le dio un vuelco al corazón.
—Luis… —balbuceó.
Creyó estar alucinando, que su imagen era producto del infierno que estaba viviendo, porque la locura de su padre y aquel lugar eran sinónimo de aquel hombre en su mente.
—No —incluso llegó a decir Caroline.
—Lo siento, pero sí —contestó él burlonamente.
Ella