La chica que se llevaron (versión latinoamericana). Charlie Donlea
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Mucho mejor idea. ¿Tu tía sigue de visita?
Sí. Se va mañana. Tuve que salir a cenar y eso. Estoy harta de estar aquí.
¿Ella es la que tiene una hija que desapareció?
Las conversaciones siempre los conducían aquí. Era un tema de gran importancia para ellos y hablaban —o escribían— horas sobre ello. Él era el único en el universo de Nicole que se mostraba abierto a hablar del tema con ella. La tía Paxie había estado allí desde el martes y no había mencionado ni una vez a su hija. De acuerdo, razonaba Nicole, fue hace ocho años. De acuerdo, seguía deprimida por ese tema. Paxie no quería convertir la visita —la primera desde que Julie había desaparecido hacía tantos años— en un velorio. Todo muy comprensible. Pero nunca la había mencionado. Nunca. Finge, finge, finge que algo no existe y el problema desaparecerá.
Nicole dejó pasar unos instantes y escribió:
Sí.
¿Cómo se llamaba?
Julie.
¿Tu prima?
Sí.
¿Te llevabas bien con ella?
Nos visitábamos de niñas. Casi siempre era porque nuestras madres se veían, pero Julie y yo los considerábamos nuestros viajes. Recuerdo estar viajando en avión con mi madre y sentir tanta emoción por verla. Como ellas se lo pasaban poniéndose al día como hermanas que se ven dos veces al año, Julie y yo nos quedábamos despiertas hasta cualquier hora, perseguíamos luciérnagas y conversábamos alrededor de una fogata mientras ellas se emborrachaban con vino y revivían su infancia.
Nicole se quedó mirando la computadora después de haber abierto así su corazón y su infancia en la pantalla. Por fin, llegó la respuesta.
Suena divertido.
Lo era
¿Cuántos años tenía ella?
¿Cuándo desapareció? Nueve.
Cuéntame cómo fue.
Dios, qué bien se sentía de hablar con alguien sobre esto.
No sé demasiado porque mi madre nunca me dio detalles. Supongo que creyó que yo no tenía edad suficiente. Busqué información sobre Julie en Internet, pero no hay mucho. Nunca se supo nada. Simplemente desapareció un día al volver de la escuela.
Ruta habitual.
Nicole se quedó mirando la pantalla un instante antes de responder:
¿Qué?
Los delincuentes usan mucho las rutas habituales para raptar niños porque son predecibles. El que se llevó a Julie sabía que ella caminaría exactamente por allí ese día en particular. El tipo debe de haberla espiado durante un buen tiempo mientras lo planeaba.
De terror.
Totalmente. Seguro que esperó y la espió y calculó con quién hablaba Julie durante el trayecto hasta su casa y dónde. Preparó su ventana de oportunidad minuciosamente, y…
Hubo una pausa en la escritura.
¿Al tipo nunca lo encontraron?
No.
¿Y a Julie?
Nicole hizo una breve pausa.
Nadie la volvió a ver.
Triste.
Nicole se quedó mirando la palabra triste en la pantalla y luego escribió.
La sigo echando de menos.
¿Alguna vez pensaste en lo que Julie tuvo que pasar? ¿Trataste de ponerte en esa situación?
Nicole leyó la pregunta. Ahí estaba la razón de su adicción a las conversaciones con él. Había pensado en eso durante años. En cómo habrían raptado a Julie y cómo se habría sentido ella al darse cuenta de que no volvería a su casa. Se preguntó si Julie habría subido al automóvil por su propia voluntad o si la habrían forzado. Dónde la habría llevado el secuestrador y qué le habría hecho. Volvía morbosamente a esos pensamientos. De día y, en ocasiones, cuando dormía. En sus sueños, casi siempre Julie y ella perseguían luciérnagas, pero también había imágenes oscuras en las que Julie lloraba dentro de un armario oscuro, demasiado asustada como para abrir la puerta e ir en busca de ayuda.
Por fin, los dedos de Nicole se movieron sobre el teclado.
Todo el tiempo.
Una larga pausa.
Yo también. Pienso en mi hermano Joshua. Me lo imagino en algún lugar oscuro, solo y asustado. Siento deseos de llorar, pero no puedo dejar de pensar en eso. ¿Seremos raros? ¿Por tener estos pensamientos?
No lo sé. No creo. Es mejor que fingir que Julie nunca existió, como hacen mi madre y mi tía.
Nicole se quedó inmóvil, esperando una respuesta. Después de unos instantes, llegó.
Te cuento un secreto, si me prometes que lo guardas.
Te lo prometo.
Nicole fijó la vista en la pantalla. Después de una pausa, apareció la respuesta de Casey.
Conozco un club.
¿En serio? ¿Qué tipo de club?
Uno que te va a encantar.
CAPÍTULO 7
Julio de 2016
Cuatro semanas antes del rapto
EMERSON BAY ESTABA SOBRE EL lago más grande y más poblado de una cadena de cuatro, conectados unos con otros por canales. Desembocaba en el Océano Atlántico a través del río Chowan. Había casas a lo largo de la costa y tierra adentro, lejos de la bahía. La casa de Matt Wellington estaba a orillas de la bahía y, al igual que la de Rachel Ryan, era una propiedad amplia, en altura, cuyo jardín trasero caía hasta la orilla del lago. A las diez de la noche del sábado, la fiesta estaba en su apogeo.
La piscina de los Wellington estaba cavada en la ladera de la barranca, con rocas y granito como telón de fondo. Reflectores en las rocas y focos sumergidos en el agua mostraban las piernas en movimiento de los jóvenes que estaban en el extremo más profundo. Las chicas gritaban mientras hacían luchas de unas contra otras, sentadas sobre los hombros de los varones. Los padres de Matt Wellington aparecían de tanto en tanto para controlar, por lo que la juventud optó por llevar cervezas de contrabando a la playa. Una escalinata de piedra bajaba hasta el agua. Fuera de la vista de la casa, una hielera portátil llena de cervezas Budweiser heladas iba perdiendo su contenido a medida que chicos y chicas bebían, aplastaban las latas y las arrojaban al agua.
Megan McDonald estaba con sus amigas en una mesa de la terraza. Algunas chicas circulaban en pantalones cortos y la parte superior del bikini. Las más audaces