La chica que se llevaron (versión latinoamericana). Charlie Donlea
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La chica que se llevaron (versión latinoamericana) - Charlie Donlea страница 18
—El de peor olor, seguro que sí —dijo Livia.
—Más vale que tengas todo en orden y bien documentado para las rondas, Tim —le recomendó Jen—. Tu caso de descomposición avanzada va a ser la estrella. Y el horno no está para bollos con Colt.
Trabajaron durante la hora del almuerzo y después rotaron por patología dermatológica y patología neurológica antes de volver a encontrarse en la jaula para las rondas de la tarde. Como había vaticinado Jen, el caso de Tim recibió casi toda la atención. Tim pasó una hora completa al frente de la sala, navegando con calma entre la tormenta de preguntas. Había progresado de manera evidente desde que había ingresado como becario en julio y sin duda alguna esa mañana se había beneficiado por tener al doctor Colt junto a la mesa todo el tiempo.
Después fue el turno de Jen. Una mujer de cincuenta años, muerta por cirrosis causada por alcoholismo crónico. La presentación fue rápida y eficiente gracias a una preparación meticulosa. Cuando terminó, Livia tomó el lugar de Jen. De pronto, se sintió extraña al frente de la jaula. Si bien en el último tiempo se había esforzado para estar allí, delante del doctor Colt y sus otros profesores, hoy no era un día común. Había estado pensando en Nicole durante la autopsia, por la mañana y también por la tarde, mientras preparaba la presentación. Como una aplicación informática que corre en segundo plano y descarga la batería del teléfono, la parte analítica del lado izquierdo de su cerebro había estado concentrada todo el día en Casey Delevan y la conexión con su hermana. Pero ahora, con treinta pares de ojos sobre ella, de pie bajo el resplandor del proyector, Livia finalmente se vio obligada a enfocarse en la víctima de caída a la que había hecho la autopsia. Se sorprendió al encontrar en sus notas tan poca información sobre la cual trabajar, como si de pronto estuviera rindiendo un examen final para una clase a la que nunca había asistido.
Detalló los resultados de su examen externo, cubriendo la lividez del lado izquierdo, los magullones y la muñeca quebrada. Pasó por los hallazgos del examen interno, en su mayoría poco notables, y presentó la presunta hora de muerte basada en el contenido del estómago y la hora en que suponía había ingerido la última comida. Pasó a los hallazgos de neurología, cubriendo con cierta confusión el desplazamiento de la línea media cerebral, que presentó como causa de muerte.
—¿Qué resultados obtuvo del QuickTox? —inquirió el doctor Colt desde la oscuridad de la galería trasera de la jaula.
Ay, mierda.
El QuickTox era un informe toxicológico abreviado que identificaba rápidamente la presencia de sustancias químicas en la sangre y servía como precursor del informe completo de toxicología que tardaba varios días. Livia había enviado muestras al laboratorio, pero no había hecho un QuickTox.
—No se me ocurrió hacerlo, la verdad. Estaba casi segura de que la causa de muerte fue desplazamiento de la línea media cerebral.
El silencio que siguió a su declaración fue el momento más incómodo que había pasado en la jaula. Supo de inmediato lo que sobrevendría.
—¿Así practicamos la medicina, doctora Cutty? ¿Estando “casi seguros” sobre las cosas?
—No, doctor.
—¿Por qué no hay un QuickTox incluido en su presentación?
—Fue un descuido, doctor.
—Un descuido alarmante, doctora Cutty. ¿Podría por favor informarnos qué medicamentos estaba tomando su paciente?
—No tengo esa información aquí —masculló Livia, revolviendo sus notas.
—¿No tiene esa información? —repitió el doctor Colt y bajó la mirada a sus propias anotaciones—. La paciente estaba tomando ocho medicamentos. Uno de ellos era OxyContin, para dolores recientes de cuello y de cabeza. Entonces tenemos a una mujer de 89 años con recientes dolores de cabeza, que tiene una receta de analgésicos opioides demasiado potentes y posiblemente sufre una caída como resultado de la interacción entre drogas. ¿Pero usted no tiene esa información consigo, doctora? —El doctor Colt volvió a fijarse en sus notas—. También estaba tomando cimetidina para reducir la acidez, que no puede tomarse junto con OxyContin. La cimetidina aumenta los niveles de OxyContin en sangre, lo que puede causar mareos, baja de presión arterial y desmayos: todo muy relevante en un caso de muerte por una caída. —El doctor Colt elevó la voz y continuó—. O podríamos tener una víctima de accidente cerebrovascular que ha estado teniendo jaquecas durante la última semana y se desploma debido al mencionado ACV. Sin embargo, el examen realizado para determinar si alguno de estos mecanismos desempeñó un papel en la muerte no cubrió ninguna de estas posibilidades. De manera que le pregunto, doctora Cutty: esta mañana, sobre su mesa, ¿a quién vio? ¿A la madre de alguien? ¿A la esposa de alguien? ¿O solamente vio a una anciana que se cayó en el baño y se golpeó la cabeza? —Se enfocó otra vez en sus notas—. ¿O sobre la mesa solamente vio una hora y cincuenta y cuatro minutos de su día? Porque con lo descuidado e imprudente que fue su trabajo, me atrevería a apostar por esto último.
La jaula quedó sumida en un silencio pesado; finalizada su filípica, el doctor Colt se puso de pie y fue hasta el frente de la sala para tomar un lugar junto a Livia.
—Que el caso de la doctora Cutty sea un ejemplo para todos los becarios de este programa. Queremos que progresen durante su entrenamiento. Y con el progreso llega el respeto. Pero si descansan sobre sus laureles y esconden un mal trabajo bajo esa capa de respeto, quedarán expuestos. Si lo vuelven a hacer, perderán el respeto que han trabajado duro para ganarse en estos tres meses. Cada cuerpo humano que ingresa en este recinto es una esposa, un hermano, un hijo, un tío, una hermana. Trátenlos como tales. Para eso los contratamos y eso es lo que ustedes nos prometieron hacer.
El doctor Colt dio media vuelta y abandonó la jaula, dejando a todos los ocupantes incómodos y en silencio, ordenando sus papeles antes de adentrarse en el fin de semana.
Una hora más tarde, Livia, bañada en transpiración, castigaba duramente la bolsa de boxeo. Randy apoyó uno de sus hombros contra la bolsa para estabilizarla ante los golpes de Livia.
—Como estás de pésimo humor —vociferó por encima del ruido de los puñetazos—, no mencionaré lo mal que le estás pegando.
—Mejor así —gruñó ella, atacando la bolsa sin piedad, sin dejar de rebotar sobre los pies—. Lo de hoy es pura furia, al diablo con la técnica.
Soltó combinaciones de puñetazos y patadas durante veinte minutos, hasta que tuvo los puños y las piernas al rojo vivo.
—Suficiente, doctora. Hasta aquí llegó mi hombro.
Livia apoyó los puños sobre su cabeza, respirando agitadamente.
—Gracias, Randy. Ya terminé, de todos modos.
—¿Te sacaste de adentro todo el enojo?
Livia tomó la botella de agua.
—Todo, lo que se dice todo, no.
—¿Quieres contarme qué sucedió?
—No sé si mi cuota mensual alcanza para tanto —bromeó, llevándose la botella a la boca.
Randy le arrojó una toalla y esperó.
—¿Te arrepientes de algo en la vida, Randy?
—De