América Latina en la larga historia de la desigualdad. José Antonio Ocampo
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Desigualdad como problema: de los países en desarrollo a los desarrollados
Las tendencias de la desigualdad, las causas de su disminución y la relación que guarda con el crecimiento en los países de América Latina son algunos de los aspectos polémicos tratados. No es necesario, en nuestra opinión, remarcar la importancia de ahondar en el análisis de la desigualdad debido a su relevancia en términos de crecimiento económico, cohesión social, estabilidad de la paz mundial e inclusive protección del medio ambiente. Si bien el concepto ha estado presente en la teoría económica desde los albores de la economía clásica, la desigualdad y la pobreza de amplios sectores de la población, así como su diferente presencia entre los países según el nivel de desarrollo, es un tema relativamente nuevo que ocupó a investigadores y políticos a partir de la Segunda Guerra Mundial y la independencia de amplios territorios de África, Asia y el Caribe, proceso que tuvo lugar en medio de la Guerra Fría. En este marco surgieron tanto el Plan Marshall y programas como el de Necesidades Básicas y la Alianza para el Progreso como las propuestas de desarrollo de economistas de diversa orientación política y variadas vertientes teóricas como Baran (1957), Hirschman (1958), Rostow (1957), Myrdal (1968) y los trabajos, sobre América Latina, de los estructuralistas y los exponentes de la escuela de la dependencia.
En el contexto de la Guerra Fría, como señalaba Galbraith (1974), la necesidad de combatir la pobreza de masas y la brecha entre ricos y pobres resultaba eminente si se procuraba la estabilidad mundial, evitar nuevas guerras y enfrentar el socialismo (Valcárcel, 2007). Atemperar la desigualdad entre naciones, y al interior de estas, era un objetivo explícito unas veces, implícito la mayoría. A la par del fortalecimiento del Estado de bienestar en los países desarrollados, se extendieron los derechos ciudadanos y las nociones de equidad económica y social a los países en desarrollo. En estos, como en los latinoamericanos, embarcados en la sustitución de importaciones, esta expansión de derechos era esencial para la modernización que demandan la urbanización y la industrialización. A los países periféricos correspondió una versión del Estado de bienestar limitada, poco integrada a las políticas sociales (Mkandawire, 2011).
El aumento de la desigualdad en el último cuarto del siglo XX, constatada en todos los trabajos de este libro, reinstaló la pobreza y la desigualdad en el debate público en el que se señalaron como detonadores: la disparidad regional en la sociedad globalizada, el compromiso con los derechos humanos, la posibilidad de que la desigualdad impulse el terrorismo y los disturbios en general y, finalmente, y más relevante aún, la intensificación de las brechas de ingreso en los países desarrollados,[7] en los cuales el desmonte del Estado de bienestar creó preocupaciones cercanas a las del mundo en desarrollo (Palma, 2011).
El reconocimiento de la naturaleza polidimensional de la pobreza y la desigualdad, y su medición a partir de esquemas más complejos, da cuenta de esta realidad y promovió iniciativas de orden mundial, como los Objetivos del Milenio, impulsados por el Banco Mundial desde el año 2000 y el programa que los sucedió. Una contradicción implícita de estos proyectos es que abatir la pobreza por medio del goteo y sin reducir la desigualdad demanda tasas de crecimiento insostenibles desde el punto de vista ambiental (NEF, 2006). Prácticamente todos los capítulos de este libro también hacen el mencionado reconocimiento y muestran las dificultades de concretar las orientaciones internacionales para combatir este fenómeno de naturaleza polidimensional.[8]
En el contexto económico y político actual, la preocupación por la desigualdad emana de la creciente concentración en los ingresos y la riqueza acaecida en los países desarrollados en los últimos cuarenta años, agudizada por la crisis que estalló en 2008, y de los efectos sobre el empleo, las pensiones y la seguridad social. La lógica de la Gran Moderación, periodo de plena vigencia del modelo de oferta y de expansión del capital financiero, priorizó bajar la inflación mediante la desregulación de la economía que, supuestamente, induciría altas tasas de crecimiento del PIB y del empleo ya que, por “goteo”, se reduciría la pobreza.
Referencias
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