El manuscrito Ochtagán. Julián Gutiérrez Conde
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![El manuscrito Ochtagán - Julián Gutiérrez Conde El manuscrito Ochtagán - Julián Gutiérrez Conde Directivos y líderes](/cover_pre913056.jpg)
–¿Qué punto blanco, Waltcie?
–El del horizonte. ¿No te acuerdas? Bueno, da igual –continuó.
Me obligó a acercar mi oído a su boca para escuchar un débil susurro; me pareció entender algo así como:
–Viene desde el Ecdon Point. Es de allí de donde viene.
–¿Qué es el Ecdon Point? ¿Quién viene?
No me respondió sino que continuó agitado diciendo algo.
–Da igual. Lo importante es el manuscrito.
–¿Qué manuscrito?
–Mi mochila. Quédatela. Guar..., una carpeta, un cuaderno de notas en piel. Sujeta toda ella con cintas. Hay unas páginas escritas por mí entremezcladas. Léelo; es terrible.
–¿De qué manuscrito hablas?
–Och… ta… gán –arrastró las sílabas con esfuerzo como si pronunciarlas le consumiera energía.
–¿Qué es Ochtagán?
–Prométeme que lo publicarás. Es muy importante.
–Explícame algo más, Waltcie –le dije con todo el cariño–. ¿Por qué es tan importante? Dime dónde está el Ecdon Point al menos.
No hubo respuesta alguna. Para ese momento ya estaba derrengado.
Llamé a la doctora, que se había quedado fuera, y de inmediato se acercó a atenderlo.
–Su estado es muy delicado. Es como si algo consumiera su energía. Y sin embargo sus análisis y controles son normales. Es un misterio. Le estamos tratando, pero no conseguimos que responda y reaccione. Los equipos de enfermedades extrañas están investigando su caso. Se viene abajo sin que sepamos por qué.
Estaba muy confuso. Aquella situación había logrado ponerme nervioso. Todo aquello no era nada fácil de entender. Ver a mi amigo en aquella situación y con esas perspectivas resultaba muy doloroso.
Muchas más batas blancas entraron en la habitación agitadas y con prisas. Se llevaron a Waltcie en una camilla cargado de tubos.
Tres horas más tarde la cara de aquella doctora pelirroja volvió a aparecer, esta vez cabizbaja y desconcertada. No hizo falta que las palabras se cruzaran entre nosotros, simplemente las miradas se hablaron.
Fue lo último que supe de aquel entrañable amigo. Sus recuerdos se me agolparon descontrolados. Y una honda tristeza me invadió.
Aquella noche sus misteriosas palabras no dejaron de acompañarme.
¿Qué sería el manuscrito Ochtagán? ¿Y aquel Ecdon Point en el que tanto insistía? Lo del punto blanco ya lo tenía claro; sabía perfectamente que significaba que nos iba a dejar.
No solía beber casi nunca, pero esa noche pedí un whisky. Me senté a una mesa del acogedor pub perteneciente al hotel en el que había tomado una habitación. Puse aquella carpeta, que había extraído de la mochila de Waltcie, sobre la mesa. Era antigua y estaba cerrada con unas cintas como me habían dicho. La miré una y otra vez pero no me atreví a abrirla. No era el mejor momento.
Los recuerdos de mi amigo me ocupaban la mente. Todos ellos reflejaban su optimismo, actividad y energía. Esas cualidades eran inseparables de Waltcie. Fui yo, recordé, quien comenzó a llamarle así. Era una abreviatura afectuosa de su apellido, que es como se nos llamaba e identificaba en el college. Solo yo fui una excepción. Lo inusual de mi nombre y lo impronunciable de mi apellido me llevaron a ser conocido por mi nombre, Julián, aunque en ocasiones algún profesor más formal me llamaba Mr. Conde.
Había prometido que a la mañana siguiente volvería al hospital para entrevistarme de nuevo con la doctora O´Sullivan y así lo hice. La encontré algo abatida.
–Buenos días, doctora –saludé al entrar después de que su voz me diera permiso para acceder a su despacho.
–Buenos días, Mr. Conde –me respondió.
No pude evitar sonreír al recordar que me llamaba del mismo modo formal que aquel profesor del college. Le conté la anécdota y se la tomó con buen humor.
–La noto preocupada –le dije.
–Lo estoy –afirmó.
–¿Por alguna razón especial? Quiero decir que ustedes los médicos que trabajan en hospitales deben estar acostumbrados al fallecimiento de alguno de sus pacientes.
–Sí, pero no crea que es algo tan fácil. Y menos en este caso.
–Mmmmm. ¿Quiere contarme algo?
–Si le soy sincera no tengo muy claro qué poner en el acta de defunción. Entiéndame –me explicó ante mi cara de sorpresa–, técnicamente sé exactamente lo que escribiré, «fallo cardíaco», pero en el fondo…
–¿Qué sucede en el fondo?
–Mire, en el caso de Mr. Walterson todo ha sido muy confuso. Desde el modo en que llegó a St. John hasta su sintomatología, evolución y desenlace. No hemos sabido ninguno qué enfermedad tenía. Incluso su interés en que le contactáramos a usted es un misterio. Nunca mencionó a nadie de su familia. Por cierto, ¿tenía padres, hermanos, esposa, hijos, novia o alguien más con quien considere que debiéramos hablar?
–Francamente no lo sé. Fuimos muy amigos y manteníamos la amistad. Él era inglés y nunca conocí a su familia. No hablaba de ella. Últimamente tenía novia pero solo sé que se llamaba Caitlin. Sobre sus padres creo recordar que habían fallecido los dos y era hijo único. Procedía de una familia muy reducida pues tampoco sus padres tenían hermanos. Siempre contaba que le hubiera gustado pertenecer a una familia numerosa.
–Me gustaría poder localizar a alguien. Mire, no quiero crear ninguna complicación en torno a este asunto, pero…
–¿Pero?
–Pero me gustaría conseguir una autorización pactada para poder hacerle la autopsia a su amigo. Desde el punto de vista médico sería muy importante para poder investigar más a fondo las causas de la enfermedad que se lo llevó.
–Bueno, yo solo puedo ayudarle con lo que hemos comentado y así lo haré. Me temo que no podré servirle de mucho más. Ni siquiera llegué a conocer a Caitlin. Pero tal vez la Policía pueda hacerlo si abren una investigación.
–¡Ufff! –suspiró–, no sé si vale la pena abrir una investigación policial por tan solo una corazonada.
Y así quedó todo aquel asunto.
***
The Caoirigh history
(la historia del carnero)
En que Waltcie descubre las aristas y los peajes
del sosiego en la vida
Entender