ESPEJOS. Gisel Vogt

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ESPEJOS - Gisel Vogt

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saliendo de la casa con nuestras mochilas cuando llegó papá.

      —Ahora que su madre muere olvídense de volver a mi casa.

      -Mamá no se va a morir —gritó Gastón y lo empujó, papá intentó golpearlo, pero Camila se paró frente a él, tras atajar su mano en el aire, la cara de sorpresa que mi padre tenía no se me borra de la mente.

      —Con o sin mamá, ellos me tienen a mí y no voy a permitir que nos vuelvas a maltratar, ya no.

      Él se soltó de su mano y antes de entrar a la casa volvió a decir:

      —Ojalá que su madre se muera en la cirugía.

      Estuvimos casi un mes en la casa de la señora Claudia, porque mi mamá sufrió complicaciones en la cirugía y tuvo que permanecer más tiempo internada. Gastón y yo la volvimos a ver después de ese tiempo cuando fuimos por primera vez al hospital, ella estaba en una cama con suero y tenía un drenaje que salía de cerca de su tórax, estaba muy pálida, más flaca y Camila a su lado parecía mucho mayor y apenas tenía 18 años, se la veía muy cansada.

      Pocos días después que mamá salió de alta recuerdo que Camila y la señora Claudia se ausentaron una mañana y no fuimos a la escuela para quedarnos con mamá, cuando mi hermana llegó nos reunió a Gastón y a mí, nos dijo que volveríamos a la casa con él, que volveríamos a la casa de nuestros padres, pero que no nos preocupáramos porque “todo iba a estar bien”; yo no lo creía porque estar en el mismo lugar que él no era tener calma, no era estar bien.

      Durante una semana tuvimos que volver a escuchar los gritos, amenazas y golpes en las paredes y puertas, hasta que una tarde llegó la policía. Camila lo había denunciado, la señora Claudia le dio la idea y la acompañó a hacer la denuncia, ahí me enteré que hay un procedimiento que se llama extradición de hogar o algo así, que básicamente consistía en que papá abandonara la casa, además, tenía orden de alejamiento.

      Mi mamá se enojó con Camila por actuar sin su consentimiento y fue la primera vez que sentí que ya no la reconocía, ¿cómo era que ella, nuestra madre, ahora parecía que lo defendía de cierta forma a él? Pero sin importar la opinión de mamá, Camila fue la primera en ser citada a declarar, luego mamá tuvo que acompañarnos a Gastón y a mí por ser menores, él tenía 13 y yo 12 años, además, de que estuvo presente una psicóloga junto al “defensor de menores” al momento de la declaración y pasamos de a uno, primero Gastón y por último yo. Meses más tarde debimos rectificar lo declarado nuevamente.

      Fue un año difícil en cierta manera, pero por lo menos él ya no podría seguir haciéndonos daño psicológico, pues así definieron que era, aunque a Gastón lo había golpeado en varias ocasiones y a Joaquín mientras estuvo en la casa también, para mí era violencia física y psicológica.

      Mamá había vuelto a trabajar en el hospital por las mañanas. Camila empezó a trabajar en una librería por las mañanas y comenzó la carrera de Secretariado Jurídico. Por mi parte, a diferencia de Gastón que había repetido el año anterior y por lo tanto ahora empezábamos el año en el mismo curso, yo utilizaba el estudio para no pensar en nada y también para que mamá y Camila estén orgullosas.

      Pero yo había tenido problemas de conducta el año anterior y, si bien hacía tiempo que evitaba meterme en problemas en la escuela para no generarles disgustos, en ocasiones, ante los comentarios y chismes que había de la separación de mis padres yo reaccionaba verbalmente, ya fuera levantando la voz o insultando. Una tarde estaba en la biblioteca de la escuela con Gastón cuando un compañero se burló de que nuestros padres se separaron y dijo que era porque mamá le había sido infiel, mi hermano se enojó y pedí que se calmara, pero el otro chico no se callaba y se sumó otro más, yo ni siquiera sabía sus nombres, pero sí que mencionaban que no éramos hermanos y que mamá era una puta. Al escuchar eso yo hice mal en no apartar a Gastón que se abalanzó sobre uno de los chicos, bueno, yo lo ayudé golpeando al otro, por lo que recibimos sanciones y prácticamente nos iban a expulsar, pero nos “perdonaron la vida” dándonos el pase, por lo que Camila, que ahora era nuestra tutora, se vio obligada a cambiarnos de escuela. Pero se enojó enormemente, nos aclaró que éramos grandes para esas estupideces, que los comentarios estarían siempre, pero no eran ciertos y por lo tanto no quería más problemas, esa vez descubrí que podía tener carácter fuerte, también, con nosotros.

      CAPÍTULO 4: ESPEJOS: Los cristales rotos

      ABRIL DE 2012

      Caminaba con Gastón hacia el colegio, como todos los días, los dos ahora estábamos procurando mejorar en las actitudes y comportamientos dentro del colegio, además, él notablemente había mejorado en sus calificaciones; “todo sea por ayudar”, decía, pero yo sabía que en ocasiones se escapaba del colegio y sabía que fumaba marihuana, pero decidí no contar nada, al fin de cuentas no lo hacía siempre y él me cubría a mí en algunas cosas, tal vez estaba mal ese acuerdo entre líneas que teníamos, pero así era.

      Esa tarde estábamos a menos de una cuadra ya cuando, no sé si llamarlo por presentimiento o algo similar, sentí que no quería entrar a clases, que tenía que volver a casa y le dije a Gastón:

      —¡Eh, Gastón!, yo no voy a entrar al colegio. —Él me miró sorprendido.

      —¿Me lo decís en serio?, ¿te sentís bien?

      —Sí, en serio... estoy bien, solo que quiero volver. Gastón, ¿la notaste rara a ma? Porque yo sí, viste que últimamente estaba distante y de repente esa buena vibra que tiene desde hace unos días, yo no me como el cuento de que está todo bien, me da desconfianza.

      —Micaela, vos sos más intuitiva que yo, pero sí, yo también la vi algo rara, pero cualquier cosa le escribimos a Cami.

      —Camila enseguida se va a lo de Ana a hacer un trabajo práctico.

      -Yo no sabía, ¿sabés qué?, vamos —dice girando hacia la dirección por la que veníamos.

      Llegamos a casa, la puerta estaba con llave y Gastón encontró primero su llave, así que él abrió y entró primero, pero se quedó parado bajo el marco de la puerta y yo noté que estaba pálido.

      -Gastón, ¿qué pasa? —dije y vi la razón, mamá estaba sentada en el piso recostada en la pared y vi su muñeca, se había cortado las venas—. Mamá, no, no, ¿qué hiciste? —le decía—. ¡Gastón! —grité, y eso lo hizo reaccionar porque salió corriendo—. ¿Por qué, mamá?, ¿por qué? —preguntaba sin cesar mientras ataba su muñeca con un pañuelo.

      Todo fue muy rápido, vi entrar a Gastón con José, el nuevo vecino, él la alzó y nos llevó hasta el hospital.

      A decir verdad tengo repulsión por los hospitales, no tolero el olor a anestesia y me genera una especie de fobia, aunque ese día no fue así, estábamos en la sala de espera y Gastón miraba fijo la puerta de la sala por la que ingresaron a mamá. José estaba todavía ahí y nos miraba afligido.

      -Gracias, señor —le dije.

      Si él no la hubiera llevado rápido no sé qué hubiéramos hecho nosotros, además, yo vi que pagó para que la atendieran rápido, porque al parecer si no tenés plata no valés ni el intento.

      -No hay por qué agradecer… y, chicos, ella va a estar bien.

      De repente se abrió la puerta de emergencia y vi entrar a Camila, yo le había avisado cuando íbamos camino al hospital. Gastón salió disparado

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