ESPEJOS. Gisel Vogt

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ESPEJOS - Gisel Vogt

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la voz del médico.

      —Familiares de Elena Rojas.

      —Nosotros —dijo Camila—. ¿Cómo está?

      —De momento está en terapia, está algo débil, ha perdido mucha sangre y tuvimos que hacerle una transfusión, está estable y en un rato podrán pasar a verla.

      Sentí que volvía el alma a mi cuerpo y que Gastón me agarraba la mano y la presionaba.

      —Una cosa más, la paciente está sedada, será un proceso largo, se intentó quitar la vida y deberán estar preparados para una posible reacción de su parte cuando pase el efecto.

      No me importaba qué tan largo iba ser el proceso, mi mamá estaba viva y eso era lo más importante.

      Dos días después, antes de que le dieran el alta, Gastón y yo habíamos encontrado la demanda de divorcio firmada en su habitación y al parecer eso la llevó a la decisión. Camila me dijo que no la juzgara, que tal vez mamá veía el matrimonio como su mayor logro en la vida o como su prioridad y ver un papel de divorcio firmado por el hombre del que estuvo o estaba enamorada no era fácil, era reconocer que no había cumplido con el ideal, que eran otros tiempos y que con prejuicios no se arregla nada, lo hecho está, que no le diera importancia a eso, que lo hiciera en mamá y eso empecé a hacer. Camila tenía razón, lo importante era mamá, era que estaba viva y eso era más importante que encontrar una explicación a su accionar, aunque en el fondo yo no estuviera del todo de acuerdo con lo que había hecho, porque yo sentía que con todo lo que él había hecho no merecía que ella se quitara la vida y me parecía injusto por nosotros. Además, llevaban años separados y lo único que los unía era ese papel, pero obvio, yo solo veía mi ego herido, no la podía entender a ella, yo en ese momento empecé a darme cuenta de que no podría entenderla nunca y que indudablemente nunca compartiríamos muchos ideales y prioridades. Ella no era la mujer que una vez idealicé, no era esa idea la que me había grabado en mi mente.

      Cuando le dieron el alta, mamá comenzó a ir a terapia y también la medicaron, nosotros evitábamos dejarla 100% sola, si no nos quedaba opción, la vecina (la señora de José) la vigilaba, e incluso se visitaban y eso era muy bueno para su rehabilitación. A su vez, Gastón y yo tratábamos de ayudar más en los trabajos de la casa y él había empezado tres veces a la semana a trabajar en un mercado acomodando los productos en el depósito, así ayudaba a Camila con más ingresos.

      JUNIO DE 2012

      Era sábado, estábamos limpiando y ordenando la casa con Gastón cuando escuchamos que alguien aplaudió, desde el portón del cerco.

      —Gastón, andá a atender, ¡por favor! —grité desde el patio trasero donde estaba colgando ropa, lo vi dejar el escurridor cerca de la puerta de la habitación que estaba limpiando y dirigirse hacia el frente.

      —¡Mica, vení! —Yo me asusté, pensé que pasó algo, dejé todo y casi corriendo fui hacia él y me quedé parada bajo el marco de la puerta. Gastón sonreía, a su lado estaba Joaquín.

      —Hola, Micaela —dijo él antes de abrazarme y fue ahí cuando recién reaccioné y lo abracé fuerte, tenía ganas de llorar, lo había extrañado mucho, era mi hermano el que estaba ahí conmigo después de más de 8 años de no verlo.

      Ese día aprendí que hay relaciones y vínculos que no se rompen ni con el tiempo, ni con la distancia, mi familia indudablemente era mi eje, mi estructura, y en gran medida lo más importante que tenía; volver a estar cerca de mi hermano Joaquín ayudó a que aprendiera a valorarlos un poco más cada día.

      —Vamos, hay que decirle a mamá, se va a poner contenta —dijo Gastón.

      Camila llegó al mediodía y se alegró de ver que Joaquín había ido, él la contactó cuando fue a la librería en la que ella trabajaba, nos contó que trabajaba en una panadería de la cual era dueño, que cuando papá lo echó se había ido con un amigo al sur porque pensó que era lo mejor y estaba algo dolido por lo que pasó, que por eso no había vuelto antes, pero que ahora ya estaría con nosotros, que vivía en el centro que no tenía idea de todo lo que pasamos, pidió disculpas que no eran necesarias, él la había pasado mal también. Se quedó todo el fin de semana, mamá estaba muy contenta y nosotros, también.

      A partir de ese día cada tanto Joaquín nos visitaba, a fin de año mamá volvió a trabajar a medio tiempo nuevamente, en el hospital. Gastón y yo terminamos la secundaria, él empezó a trabajar de tiempo completo en el supermercado, yo me inscribí en el profesorado de Historia y conseguí trabajo en una cadena de restaurantes y pensaba seriamente la posibilidad de irme a vivir sola.

      A Juan Vogel (mi padre) lo había visto a lo lejos un par de veces en la calle y había escuchado comentarios de que se había casado con una mujer y que estaba criando a los hijos de esta, me parecía irónico y kármico, pero en el fondo aumentaba más el dolor y el rencor que sentía por él. Desde que no vivía con nosotros, no se lo nombraba, era como si pretendiéramos que él nunca había vivido con nosotros, y si un recuerdo afloraba, yo evitaba llamarlo papá, ahora era: él.

      CAPÍTULO 5: El reflejo de los matices

      ABRIL DE 2019

      Sonó el despertador y de un manotazo tiré el celular en el piso, el sonido del impacto del artefacto hizo que me levantara rápidamente: “Uff… no se rompió”, me dije mentalmente, me higienicé y vestí como autómata y escuché el tono de llamada, vi que era Paula.

      —Hola, Paula.

      —Hola, estoy en el pasillo, está cerrada la puerta del medio, ¿podés abrir?

      —Voy.

      Paula era la única persona a la que consideraba amiga, con todas las letras, ella trabajaba a medio tiempo como chef en uno de los restaurantes en los que yo había trabajado mientras estudiaba; además, cursaba la carrera de psicología por las noches porque después de recibirse de la carrera de gastronomía ella sintió que quería incursionar en esa área y comenzó la carrera.

      —Hola. —Me dio dos besos en la mejilla—. Con la cara que tenés parece que te desperté.

      —En realidad recién me levanté, no sé por qué se me ocurrió la genial idea de programar una alarma para los sábados, ¿todo bien vos? —le pregunté y observé que tenía un táper en su mano.

      -Quería que probaras mi nueva receta de bizcochuelo...

      Yo estaba segura de que pasaba algo más, pero no la presionaría. Paula era algo reservada cuando algo le pasaba, pero por la hora que era ella venía para distraerse y yo lo sabía. Estábamos en el balcón tomando mates cuando me dijo:

      —Fui a lo de Laura ayer —su hermana menor—. Mica, estoy segura de que el hijo de puta de Iván la golpea, ayer tenía un moretón bien marcado en sus brazos, la otra vez ya se justificó con que se había caído y no le creí, ayer otra vez estaba así, pero lo niega. —Me miró y vi la ira y la impotencia reflejadas en sus ojos—. Pero lo voy a denunciar a esa basura si la vuelvo a ver así, ella me dijo que no es lo que pienso, ¿podés creer que lo defiende? —Movía la cabeza en negación—. No sé cómo ayudarla, Mica, no sé cómo ayudar a mi propia hermana, si no puedo ayudar a mi propia hermana, ¿qué clase de terapeuta podré ser?

      —Pau…

      Iba a hablar y decidí mejor abrazarla y ella comenzó a llorar, no era normal verla así, por lo general cuando algo

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