Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate Hardy

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Amor entre viñedos - Un brote de esperanza - Kate Hardy Ómnibus Deseo

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bien que me hicieras un sitio en tu despacho al mediodía, cuando el sol calienta demasiado para trabajar en el exterior. Las tareas administrativas no llevan mucho tiempo. Me llevaré mi ordenador portátil y, si es necesario, lo conectaré a tu red.

      Él la miro con una mezcla de irritación y admiración.

      –Lo tienes bien pensado…

      –Sí.

      –Eres un verdadero incordio.

      Ella volvió a reír.

      –Desde luego.

      –La pelle se moque du fourgon –dijo él.

      –¿Cómo?

      –La pala se mofa del atizador –tradujo Xavier–. Es un dicho francés.

      Allegra suspiró.

      –Siempre tienes que tener la última palabra…

      Él le ofreció una de esas sonrisas que habían permanecido en la memoria de Allegra durante años. Una sonrisa burlona, irónica y totalmente irresistible.

      –Sí, así es. ¿Has traído la barra que te pedí?

      –Voilà –Allegra señaló la cesta de la bicicleta–. Doy por sentado que será mi contribución a la comida…

      –No –dijo él–. Pero entremos en mi despacho.

      Xavier la llevó al despacho, abrió la puerta y dijo, antes de dirigirse a la pila de la cocina americana:

      –Discúlpame un momento. Tenía intención de lavarme antes de que aparecieras, pero te has adelantado –Abrió el grifo de la pila y se lavó las manos–. Hoy tenemos carne fría y ensalada para comer.

      –No espero que prepares la comida todos los días, Xav –dijo ella–. Me puedo traer un sándwich o un bocadillo.

      Xavier se secó las manos.

      –Como quieras. Pero hoy vamos a tener una comida de trabajo, así que la puedo compartir contigo. Ya he visto que has venido en bicicleta.

      Ella asintió.

      –Tenías razón con el coche de Harry; no lo pude ni arrancar. Hortense me ha dicho que hablará con el dueño del taller mecánico para ver si puedo hacer algo al respecto.

      –Yo te puedo prestar un coche.

      Allegra sacudió la cabeza. No quería que le hiciera favores. Le iba a demostrar que era capaz de salir adelante sin ayuda de nadie.

      –No es necesario. Me las arreglaré con la bici.

      Él arqueó una ceja.

      –¿Y qué vas a hacer cuando llueva?

      –Meteré el ordenador portátil en una bolsa de plástico, para que no se moje. O usaré tu ordenador mientras tú estés fuera y me enviaré las cosas que necesite por correo electrónico –contestó.

      –Eres de lo más obstinada.

      –La pelle se moque du fourgon.

      Xavier rio.

      –Vaya, me alegra saber que también tienes sentido del humor. No lo pierdas nunca.

      –No lo perderé, descuida. Pero, ahora que lo pienso, ¿cual es el código de la alarma del despacho?

      –La fecha del cumpleaños de Harry.

      Allegra se preguntó si la estaba probando. Quizás pensaba que había olvidado la fecha del cumpleaños de su difunto tío abuelo; pero, en ese caso, estaba equivocado.

      –Lo recordaré.

      Xavier le dio dos platos.

      –Toma, déjalos en la mesa. Yo me encargo de lo demás.

      Allegra se sentó y esperó a Xavier, que llevó los cubiertos, la comida y dos vasos de agua helada, además de una barra que no era la que ella había comprado, sino un pan de aceitunas, el preferido del difunto Harry.

      –¿Siempre comes en tu despacho?

      –Es lo más conveniente. Supongo que tú hacías lo mismo en Londres.

      –Supones bien.

      –Pero no me esperes. Sírvete…

      –Gracias.

      Ya habían empezado a comer cuando ella dijo:

      –¿Has recibido mis recomendaciones sobre la página web?

      –Sí.

      Xavier no dijo nada más.

      –¿Y qué te parecen?

      –Bueno… No estoy seguro de que me guste que se mencione la historia de mi familia –respondió.

      Ella frunció el ceño.

      –¿Por qué no? Es una parte importante de los viñedos, algo que podemos aprovechar en nuestro beneficio. Tu familia lleva muchos años en estas tierras. Si me dices cuándo llegaron, celebraremos el próximo aniversario y…

      –Deja en paz el pasado, Allegra.

      –¿Por qué?

      –Porque no fue siempre tan bonito como ahora –dijo–. No quiero que la gente lo conozca. La menor sospecha de un fracaso, aunque sea un fracaso antiguo, podría asustar a nuestros clientes.

      –¿Qué fracaso?

      –Olvídalo.

      Allegra no lo quería olvidar, pero era evidente que Xavier no estaba dispuesto a dar explicaciones, de modo que guardó silencio.

      –Creo que nos deberíamos concentrar en lo que somos ahora, en lo que hacemos bien –continuó él–. Aunque, sinceramente, no me parece que necesitemos más campañas de publicidad. A los clientes les gustan nuestros productos y, por otra parte, no tengo intención de comprar más tierras ni de aumentar la producción actual.

      –¿Quieres que los viñedos sean un éxito? ¿O no?

      Xavier la miró con escepticismo.

      –No hagas preguntas ridículas.

      –Entonces, tenemos que hablar de lo que somos. Tenemos que decirle a la gente que somos mejores que la competencia.

      Él arqueó las cejas.

      –¿Tenemos?

      Ella se ruborizó.

      –Bueno, ya sé que yo no he participado en la cosecha vinícola de este año, pero estoy aprendiendo. Y estoy decidida a ponerlo todo de mi parte.

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