Amor entre viñedos - Un brote de esperanza. Kate Hardy

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Amor entre viñedos - Un brote de esperanza - Kate Hardy Ómnibus Deseo

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bien si hubieras contestado al teléfono cuando te llamé por primera vez.

      –Lo siento.

      –¿Por qué te has retrasado? ¿Algún problema en los viñedos?

      –No.

      –¿Algún cliente que no ha pagado lo que te debe?

      Xavier sacudió la cabeza con impaciencia.

      –Tampoco. Todo va bien.

      Guy se cruzó de brazos y miró a su hermano con seriedad.

      –¿Que todo va bien? Oh, vamos… trabajas hasta la extenuación y tienes unas ojeras como si llevaras varios días sin dormir. No me puedes engañar, Xav. Ya no soy un niño. Y no necesito que me protejas como hacíais papá y tú cuando la cosecha había sido mala y el banco se negaba a concedernos otro crédito.

      –Lo sé… Pero no intento protegerte, Guy.

      –Si es un problema de dinero, es posible que te pueda ayudar. La marca de perfumes va bien. Te puedo prestar lo suficiente para salir del agujero, como tú hiciste hace un par de años conmigo.

      Xavier sonrió. Había ayudado a Guy cuando su exmujer lo dejó en la ruina y a punto de tener que vender su empresa para sobrevivir.

      –Gracias, mon frere. Te lo agradezco mucho, pero no es necesario. Los viñedos van bien. No necesito dinero.

      –Ah… se trata de Allie.

      Xavier dudó un momento.

      –¿Allie? Qué tontería.

      –Lo siento, hermanito, pero te he pillado. Has tardado demasiado en responder –dijo–. La sigues queriendo, ¿verdad?

      Xavier se encogió de hombros.

      –Si aún la quisiera, no habría salido con otras mujeres.

      –Mujeres con las que nunca has llegado a nada –dijo Guy–. No en el sentido que tuvo tu relación con Allie.

      –Eso pasó hace muchos años, Guy. Los dos hemos crecido, cambiado… Ya no tenemos nada en común.

      –Si tú lo dices… Pero tengo la impresión de que estás buscando excusas para convencerte a ti mismo.

      –No, no es eso. Admito que su vuelta me ha descolocado un poco, pero solo porque no esperaba volver a verla –afirmó–. Olvida el asunto, Guy. No me apetece hablar de Allegra.

      –Está bien, como quieras. Pero si necesitas hablar en algún momento, ya sabes dónde estoy. –Guy le dio una palmada en la espalda–. Estuviste a mi lado cuando Vera me la jugó, y yo estaré a tu lado cuando lo necesites.

      Xavier asintió.

      –Quién sabe. Puede que los Lefevre estemos condenados a elegir mal en cuestión de mujeres. Papá, tú, yo… Menudo desastre.

      Guy sonrió.

      –Sí, es posible. Y también es posible que no hayamos encontrado aún a las mujeres adecuadas para nosotros.

      Xavier pensó que Allegra había sido la mujer adecuada para él; pero, lamentablemente, él no lo había sido para ella. Y si quería que su asociación funcionara, sería mejor que lo tuviera presente.

      En Londres, Allegra no tuvo tiempo ni de respirar. Además de trazar un plan sobre los viñedos, tuvo que traspasar su piso de alquiler a su amiga Gina, decidir qué se quería llevar a Francia y qué debía dejar en Inglaterra, recoger las cosas que tenía en el despacho e intentar no llorar en exceso cuando descubrió que Gina y sus compañeros le habían preparado una fiesta de despedida a la que asistieron todos menos su exjefe.

      Estuvo tan ocupada que ni siquiera pensó en Xavier.

      Hasta que subió al tren que la llevaría de vuelta a Avignon. Entonces, estuvo pensando en él siete horas seguidas. En él y en el hecho de que no hubiera contestado a ninguna de sus propuestas ni le hubiera preguntado cuándo regresaba.

      Pero se llevó una buena sorpresa cuando el tren se detuvo en la última estación, donde debía tomar otro para ir a Ardeche. Xavier la estaba esperando.

      Llevaba unos vaqueros negros y una camisa blanca, remangada y con el cuello abierto. Estaba tan guapo que no parecía un vinicultor, sino un modelo de publicidad. Y todas las mujeres que pasaban, se lo comían con los ojos.

      Cuando la vio, alzó una mano y la saludó. Allegra apretó el paso y, por fin, dejó las maletas en el suelo.

      –¿Qué estás haciendo aquí?

      –¿Es que no me vas ni a saludar?

      –Bonjour, monsieur Lefevre –dijo con ironía.

      –Bonjour, mademoiselle Beauchamp –replicó, sonriendo.

      –Y ahora que ya nos hemos saludado, ¿qué estás haciendo aquí?

      –Me tenía que acercar a Avignon por una reunión de negocios y tú necesitas que alguien te lleve a Les Trois Closes, así que decidí venir a buscarte.

      Ella arqueó una ceja.

      –Gracias, pero ¿cómo lo sabías?

      –Me lo dijo Hortense.

      Allegra parpadeó.

      –¿Hortense?

      –Sí. Y ahora, ¿nos vamos a quedar en la estación todo el día o prefieres que nos vayamos?

      Xavier se encargó de sus maletas.

      –Las puedo llevar yo –dijo ella.

      –Por Dios, Allegra… Puede que los ingleses no tengan modales, pero estás en Francia.

      –Está bien, como quieras.

      –¿Qué tal te ha ido en Londres?

      –Bien.

      –¿Esto es todo lo que traes?

      –He dejado el resto de mis cosas en un trastero –explicó.

      –Por si las cosas no salen bien, supongo… –comentó él.

      Allegra no supo si el comentario era un halago o un insulto, así que lo dejó pasar.

      –¿Has recibido las propuestas que te envié?

      –Sí.

      –¿Y?

      –Me lo estoy pensando.

      Allegra decidió no presionarle al respecto.

      –¿Qué tal tu reunión?

      –Bien, gracias.

      –Supongo

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