Pensar, debatir y aportar a las relaciones internacionales. Varios autores

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Pensar, debatir y aportar a las relaciones internacionales - Varios autores

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2013) propone cruzar las experiencias históricas para entender la praxis internacional actual. El poscolonialismo se vuelve una metodología para abordar el estudio de RR.II., fundada en una cosmovisión que ve en las interacciones humanas una red de intercambios que moldean las percepciones y definiciones operantes en los contextos sociales. La microhistoria se vuelve el instrumento (el método) que permite desvelar y superar las categorías construidas por el colonialismo. La superposición de las narrativas individuales inmersas en la práctica, en contextos espacio-temporales idénticos, no solo abre a nuevas interpretaciones del pasado, sino que da cuenta de: 1) la complejidad de las relaciones sociales y 2) de las interpretaciones de los eventos que producen –y son producidas por– el proceso al que el conocimiento es atado. Así, los trabajos del historiador políglota Sanjay Subrahmanyan (2016) o del turco Edhem Eldem (2018), sobre las relaciones hindú-europeas-hindú o las otomano-europeas-otomanas, no solo cambian nuestras interpretaciones de los eventos que durante los siglos XVI, XVII y XVIII se desarrollaron, sino que nos permiten evaluar de manera distinta los eventos de los que somos testigos. Revelan metanarrativas, ponen a la luz del día que los referentes simbólicos que orientan la acción de los agentes sociales se construyen en un juego de espejos, un juego complejo de representaciones de las identidades declaradas, proyectadas y fantasmeadas que, a su vez, están arraigadas en intercambios materiales e inmateriales, violentos o no.

      Lo poscolonial es también anticolonialismo, no solo en términos de lucha armada, sino de la construcción de las armas intelectuales necesarias para repelar o limitar el alcance del colonialismo. Aquí, los historiadores también juegan un papel central, Cheikh Anta Diop (1954; 1967; 1979) y Joseph Ki-Zerbo (1957; 1978) deben mencionarse como los que, primero, reclamaron exitosamente la estreches de las relaciones entre sociedades que compartían un mismo contexto espacio-temporal afirmando, por ejemplo, la “africanidad” de la civilización faraónica y que, segundo, construyeron el conocimiento africano que los académicos europeos les negaban. Los que emprendieron la construcción del conocimiento histórico de y sobre África llegaron a profundizar la reflexión sobre una serie de cuestiones esenciales para la construcción del conocimiento. Abrieron un campo para las fuentes orales en la constitución del conocimiento histórico. Profundizaron y aplicaron los preceptos de rigor científico para deconstruir los conocimientos producidos por la academia europea; participaron del debate científico sobre la validez del conocimiento a través de la evaluación de métodos de investigación, por ejemplo, el uso de métodos etnográficos en la construcción del conocimiento filosófico (Hountondji, 1983; 1991). Alioune Diop (1947), fundador de la revista científica Présence Africaine e intelectual de la liberación, consideraba que publicar estudios africanistas sobre la cultura y la civilización africanas suponía calibrar los métodos científicos, eso en función de los imperativos generados por la voluntad expresada de crear un recuento histórico africano. En ese sentido, escogió hacer de su revista, no un espacio para los africanos, sino un espacio científico sobre África. En ese espacio, todos los relatos de los africanos, de sus vivencias y sus modalidades de interacción con el mundo convergen para superar las narrativas tradicionales y así dar a África, a la sociedad africana, a su economía y a su cultura, su lugar (Howlett y Fonkoua, 2009).

      Para terminar este complemento de respuesta, desde América Latina, no se puede dejar de lado la propuesta decolonial (Mignolo, 2018). Aníbal Quijano será sin duda conocido de los lectores hispanoparlantes. La idea de “colonialidad del poder” que propuso Quijano (2000a; 2000b; 2014),

      … se funda en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del mundo como piedra angular de dicho patrón de poder y opera en cada uno de los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia social cotidiana y a escala societal. Se origina y mundializa a partir de América. (2000a, p. 342)

      Así, el rechazo al orden impuesto por el proceso socioeconómico que fue/es la colonización, tal como lo destacó Buzan, es claro; pero, lo que pone en evidencia Mignolo es que Quijano marca una “determinación a desprenderse del paradigma de la racionalidad/modernidad” (2018, pp. 375-376). Esto supone un rechazo a la filosofía y a la fenomenología continental. No una simple negación de todas sus categorías (anticolonialismo), sino la necesidad de entender que los problemas y las necesidades de Suramérica y otras regiones del mundo son distintas a las de Occidente; eso a pesar del “trasplante” que se hizo, durante el periodo de colonización, de la filosofía y fenomenología occidental en todos estos contextos locales.

      Elaborando desde lo anterior, se puede decir que el poscolonialismo no es la voluntad de promover el interés de unos en detrimento de los de Otros, más bien, es la consciencia que tienen algunos agentes sociales, desde su experiencia del “exilio”, de los órdenes sociales promovidos como naturales en un contexto espacio-temporal específico. No solo los discursos incluyentes orientalizan, sino que los discursos exiliados/heterodoxos reflejan los referentes de la doxa (Bourdieu, 1984, pp. 169-205; Hardy, 2008; Diawara, 1990).

       Exilio, heterodoxia y narrativas feministas

      Buzan (2018a) menciona en una sola oportunidad al feminismo. Sin embargo, en compañía de Acharya (Acharya y Buzan, 2019, pp. 285-320), subrayan los aportes fundamentales que se hicieron al proyecto de “RR.II. globales” desde el feminismo, específicamente gracias al instrumento de análisis que es la interseccionalidad. Y es cierto, los trabajos editados por Randolph Persaud y Alina Sajed (2018), tal como los citados por Acharya y Buzan, muestran la relevancia de las lecturas feministas, de género y poscoloniales para todos los estudiosos de las relaciones internacionales.

      Las Perspectivas Feministas (PF) se posicionan desde el exilio. Si bien este exilio puede ser geográfico, económico o político, es ante todo uno construido a partir de una categorización de los cuerpos humanos en función de narrativas espaciotemporalmente contextualizadas y ordenadoras. Este exilio, es el que conocen los a quienes se les niega su capacidad de agencia o, dicho de otra manera, su capacidad a influir en el proceso de (re)producción de las estructuras sociales. Las PF en RR.II., por lo menos desde el reclamo de Ann Tickner (1988), han, en efecto, explorado los límites que la doxa de RR.II. vigila. Se podría decir que los estudios feministas se categorizan en función del uso que hacen de la reflexión en términos estructurales (Guzzini, 1993). Lene Hansen (2015) retoma una división admitida (Jaggar, 1983; Harding, 1986) que se propone resumir aquí.

      Las PF se pueden entender como narrativas que apuntan 1) a la emancipación de los cuerpos sexuados de la dominación patriarcal, 2) a la emancipación de la narrativa machista y 3) a la emancipación de las inseguridades individuales que producen. Estas narrativas se organizan en función de su postura metodológica y, por consiguiente, del entendimiento del concepto de género que admiten. Según este criterio, se pueden identificar tres maneras de ver feminista: una racionalista, una de postura y una posestructuralista.

      La perspectiva feminista racionalista se puede asimilar a lo que Sandra Harding (1986) nombró la corriente “empiricista” y Ann Tickner (2001) el “feminismo liberal”. Para estos estudios feministas, la diferenciación entre hombre y mujer no es una división que genera debate porque se construye sobre categorías biológicas empíricas: macho y hembra. El feminismo racionalista es positivista, acepta que la diferenciación de género se articula alrededor de una separación natural, objetiva y universal de los sexos. En esos estudios, el género es visto como una variable independiente que debe permitir resolver los problemas de inequidad o abusos sufridos (variables dependientes). El feminismo racionalista es comprometido desde un sesgo moral claro, que tiene como fin liberar a las mujeres de los efectos negativos ligados al papel que asumen en la sociedad. El feminismo racionalista es reformista. Supone “mejorar” el andamiaje social, limitando sus externalidades negativas (desigualdad de género) y asegurando la perennidad del orden. Los trabajos de Ann Tickner (2014) y Jacqui True (2013) pueden ser ilustrativos.

      El feminismo de postura o standpoint feminism es reivindicativo. Desde este punto de vista, los Estados, los únicos

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