Despertar. Sam Harris

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Despertar - Sam Harris Sabiduría Perenne

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escritos en «egipcio reformado» sobre planchas de oro. Smith descodificó este texto con la ayuda de unas «piedras de vidente», que, mágicas o no, le permitieron crear una versión inglesa de la Palabra de Dios, que fue una penosa chapuza a base de plagios de la Biblia y estúpidas mentiras sobre la vida de Jesús en América. Pero, pese a todo, el edificio resultante construido a base de absurdidades y tabúes ha sobrevivido hasta hoy.

      Otro culto moderno, la cienciología, catapulta la credulidad humana a niveles todavía más altos: los adeptos creen que los seres humanos están poseídos por las almas de extraterrestres que fueron condenados en el planeta Tierra hace setenta y cinco millones de años por Xenu, el señor de las galaxias. ¿Y cómo se produjo el exilio? Pues a la antigua: los alienígenas fueron lanzados por millones a nuestro humilde planeta en una nave espacial parecida a un DC-8. Luego fueron encarcelados en un volcán y convertidos en añicos por la explosión de bombas de hidrógeno. Pero sus almas sobrevivieron, y desembarazarnos de ellas es el trabajo de toda una vida. Además es caro.6

      A pesar de los imponderables de su filosofía, Blavatsky fue una de las primeras personas que anunció en los círculos occidentales que existía algo como la «sabiduría oriental». Esta sabiduría empezó su andadura hacia Occidente cuando Swami Vivekananda presentó las enseñanzas vedanta en el Parlamento de las Religiones del Mundo, que tuvo lugar en Chicago en 1893. El budismo volvió a rezagarse: unos pocos monjes occidentales que vivían en la isla de Sri Lanka empezaban a traducir el Canon Pali, que sigue siendo el texto con más autoridad de las enseñanzas del histórico buda, Siddhartha Gautama. Sin embargo, tuvo que transcurrir otro medio siglo para que la práctica de la meditación budista empezara a enseñarse en Occidente.

      No cuesta mucho criticar las ideas románticas sobre la sabiduría oriental, y una tradición de dicho criticismo surgió en el mismo instante en que el primer occidental se sentó con las piernas cruzadas e intentó meditar. A finales de la década de los 1950, el autor y periodista Arthur Koestler fue a la India y al Japón en busca de sabiduría y resumió su peregrinaje así: «Empecé mi viaje con una tela de saco y cenizas y volví bastante orgulloso de ser europeo».7

      En The Lotus and the Robot, Koestler expone algunas de las razones por las que se quedó poco menos que asombrado durante su viaje a Oriente. Por ejemplo, la antigua disciplina del yoga hatha. Aunque actualmente se suele considerar como un sistema de ejercicios físicos diseñados para aumentar la fuerza y la flexibilidad de quien lo practica, en su contexto tradicional el yoga hatha forma parte de un esfuerzo de mayor envergadura cuya finalidad es manipular «sutiles» características corporales que los anatomistas desconocen. No hay duda de que gran parte de dicha sutileza corresponde a experiencias que los yoguis realmente tienen, pero muchas de las creencias basadas en estas experiencias son a todas luces absurdas, y ciertas prácticas asociadas, ridículas y nocivas por igual.

      Cuenta Koestler que uno de los objetivos del aspirante a yogui es alargarse la lengua, para lo cual a veces debe cortarse el frenillo (la membrana que sujeta la lengua a la base de la boca) y estirar el paladar blando. ¿Qué propósito tienen estas modificaciones? Permiten que nuestro héroe inserte la lengua en su nasofaringe y bloquee así la entrada de aire a través de la nariz. Mejorada de este modo su anatomía, el yogui puede beber sutiles licores que cree que emanan directamente de su cerebro. Se dice de estas sustancias –que se supone, recurriendo a más sutilezas, que están conectadas con la retención del semen– que no solo confieren sabiduría espiritual, sino también inmortalidad. La técnica de beber mocos se conoce como khechari mudra y se cree que es uno de los principales logros del yoga.

      Estoy encantado de que aquí sea Koestler quien se gane un punto. Desde luego en este libro no se habla de prácticas de este estilo.

      La crítica de la sabiduría oriental parece especialmente pertinente cuando procede de los propios orientales. Hay algo sin duda ridículo en los occidentales cultivados que se dirigen a Oriente en busca de iluminación espiritual mientras que los orientales realizan el peregrinaje en la dirección opuesta en busca de oportunidades para su educación y su economía. Tengo un amigo cuyas aventuras seguramente habrán marcado un hito en esta comedia global. Este amigo hizo su primer viaje a la India inmediatamente después de graduarse en la universidad, etapa en la que ya había adquirido algunos rasgos yóguicos: lucía los imprescindibles collares de cuentas y pelo largo, pero también tenía la costumbre de escribir repetidamente en una revista el nombre del dios hindú Ram con el abecedario devanagari. En un viaje en avión a su patria, tuvo la suerte de sentarse al lado de un hombre de negocios indio. Este experimentado viajero pensaba que ya había visto todas las formas de la locura humana… hasta que se percató de los garabatos que hacía mi amigo. El espectáculo de un graduado de Stanford nacido en Occidente, en edad laboral, licenciado en economía y en historia, dedicándose a la adoración grafomaníaca de una deidad imaginaria en una lengua que era incapaz de leer y de entender era más de lo que aquel hombre podía soportar en un espacio cerrado a diez mil metros de altura. Después de un intercambio irritado, los dos viajeros solo se pudieron mirar el uno al otro con mutua incomprensión y pena. Y les faltaban diez horas de vuelo. Esa conversación tuvo dos interlocutores, claro está, pero creo que solo uno de ellos hizo el ridículo.

      También podemos asegurar que la sabiduría oriental no ha producido instituciones sociales o políticas que sean mejores que sus homólogas occidentales; de hecho, puede decirse que la India ha sobrevivido como la mayor democracia del mundo gracias a instituciones creadas bajo el Imperio británico. Oriente tampoco ha liderado el mundo en lo que a descubrimientos científicos se refiere. Sin embargo, algo hay de único en la noción de sabiduría oriental, que, en su mayor parte, se ha concentrado en la tradición budista, o deriva de ella.

      El budismo ha despertado un especial interés entre los científicos occidentales por razones ya mencionadas. No es una religión que se base principalmente en la fe y sus enseñanzas fundamentales son completamente empíricas. Pese a las supersticiones de muchos budistas, el núcleo de la doctrina tiene un carácter práctico y lógico que no necesita recurrir a suposiciones injustificadas. Muchos occidentales se han dado cuenta de todo esto y les ha tranquilizado encontrar una alternativa espiritual al culto basado en la fe. No es por casualidad que la mayor parte de investigaciones científicas realizadas sobre meditación se centran sobre todo en técnicas budistas.

      Otra razón que explica el relieve adquirido por el budismo entre la comunidad científica es el compromiso intelectual de uno de sus representantes más visibles: Tenzin Gyatso, el catorceavo dalái lama. Por supuesto al dalái lama no le faltan críticas. Mi fallecido amigo Christopher Hitchens hizo justicia varias veces a «su santidad». También castigó a los estudiantes de budismo occidentales por «la creencia, generalizada y perezosamente sostenida, de que la religión “oriental” es diferente de otras fes: menos dogmática, más contemplativa, más… trascendental» y por la «feliz e irreflexiva excepcionalidad» con la que muchos contemplan el budismo.8

      Sí, Hitch tenía razón. Como principal representante de una de las cuatro ramas del budismo tibetano y como antiguo líder del Gobierno tibetano en el exilio, el dalái lama ha hecho ciertas manifestaciones cuestionables y establecido algunas alianzas incómodas. Aunque su compromiso con la ciencia tiene un gran alcance y seguramente es sincero, a este hombre no le importa consultar a un astrólogo u «oráculo» cuando tiene que tomar decisiones importantes. Más adelante en este libro tengo algo que decir sobre muchas de las cosas que podrían justificar el oprobio de Hitch, pero aquí el sentido general de su comentario estaba totalmente equivocado. Hay varias tradiciones orientales excepcionalmente empíricas y excepcionalmente sabias, razón por la cual se merecen la excepcionalidad que reivindican sus seguidores.

      El budismo en particular posee una literatura sobre la naturaleza de la mente que no tiene parangón ni en la religión ni en la ciencia occidental. Algunas de estas enseñanzas están llenas de supuestos metafísicos que provocan nuestras dudas, pero muchas no lo están. Y cuando lo consideramos como un conjunto de hipótesis mediante las que investigar la mente

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