Despertar. Sam Harris
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Como remedio a esta difícil situación, muchas enseñanzas espirituales nos piden que contemplemos ideas sin fundamento sobre la naturaleza de la realidad –o por lo menos que desarrollemos el gusto por la iconografía y los rituales de una u otra religión–. Pero no todos los caminos atraviesan el mismo y áspero territorio. Existen métodos de meditación que no requieren ninguna clase de artificio o supuestos que no tienen justificación.
Para los principiantes suelo recomendar una técnica llamada vipassana (término pali para «perspectiva»), que procede de la más antigua tradición budista, la theravada. Una de las ventajas del vipassana es que puede enseñarse de una forma totalmente laica. Los expertos en esta práctica generalmente se forman en ella dentro de un contexto budista, y la mayoría de centros de retiro en Estados Unidos y Europa la enseñan asociada a la filosofía budista. Sin embargo, este método de introspección puede llevarse a cualquier contexto laico o científico sin ningún problema. (No puede decirse lo mismo sobre la práctica de los cantos al señor Krishna tocando un tambor.) Esta es la razón por la que el vipassana se está estudiando y aplicando ampliamente y lo adoptan psicólogos y neurocientíficos.
La calidad de una mente entrenada en vipassana suele denominarse mindfulness, y hoy en día abunda la literatura sobre sus beneficios psicológicos. El mindfulness
Mindfulness es una traducción de la palabra pali sati. Este término tiene varios significados en la literatura budista, pero en lo que nos concierne el más importante es el de «conciencia clara». La primera vez que se describió esta práctica fue en el Satipatthana Sutta,13 que forma parte del canon pali. Como muchos textos budistas, el Satipatthana Sutta es sumamente repetitivo y, a menos que se trate de un ávido estudioso del budismo, es excepcionalmente aburrido de leer. Sin embargo, cuando comparamos los textos de este tipo con la Biblia o el Corán, la diferencia es inconfundible: el Satipatthana Sutta no es una colección de antiguos mitos, supersticiones y tabúes; es una guía rigurosamente empírica para liberar la mente del sufrimiento.
Buda describió cuatro bases para el mindfulness, que enseñó como «el camino directo hacia la purificación de los seres, la superación de la tristeza y las lamentaciones, la desaparición del dolor y la tristeza, el logro del verdadero camino, la realización de Nibbana» (en sánscrito nirvana). Los cuatro pilares del mindfulness son el cuerpo (respiración, cambios de postura, actividades), los sentimientos (sentido de lo agradable, de lo desagradable y de lo neutro), la mente (en concreto, el humor y las actitudes) y los objetos de la mente (que incluyen los cinco sentidos, pero también otros estados mentales, como la voluntad, la tranquilidad, el éxtasis, la serenidad e incluso el propio mindfulness). Es una lista peculiar, a la vez redundante e incompleta –un problema que se agrava por la necesidad de traducir la terminología pali al inglés–. Pero el evidente mensaje del texto es que la totalidad de nuestra experiencia puede convertirse en un campo de contemplación. A la persona que medita solo se le enseña a prestar atención, «ardientemente» y «con plena conciencia», «sin anhelo ni aflicción por el mundo».
El mindfulness no tiene nada de pasivo. Podría llegar a decirse que expresa un tipo de pasión concreta, una pasión por discernir lo que es subjetivamente real en cada momento. Es un modo de cognición que, por encima de todo, no se distrae, acepta y (finalmente) es no conceptual. Estar atento no consiste en pensar con más claridad sobre la experiencia; es el acto de experimentar con más claridad; incluido el surgir de los pensamientos mismos. El mindfulness es una conciencia vívida de lo que aparece en nuestra mente o nuestro cuerpo, sea lo que sea (pensamientos, sensaciones, palabras), sin anhelar lo agradable o distanciarnos de lo desagradable. Una de las grandes fortalezas de esta técnica de meditación, desde un punto de vista laico, es que no tenemos que adoptar ningún artificio cultural o creencias injustificadas. Lo único que requiere es que prestemos la máxima atención al flujo de experiencias en todo momento.
El principal enemigo del mindfulness –o de cualquier otra práctica meditativa– es nuestro hábito profundamente condicionado de distraernos por culpa de los pensamientos. El problema no son los pensamientos en sí mismos, sino el estar pensando sin saber que estamos pensando. De hecho, todos los pensamientos podrían ser perfectamente objetos de nuestra atención plena. Sin embargo, en las primeras fases de nuestra práctica el hecho de que surja un pensamiento será más o menos sinónimo de distracción, es decir, de no poder meditar. La mayoría de las personas que creen estar meditando solo están pensando con los ojos cerrados. Pero al practicar el mindfulness lo que haremos será despertar del sueño del pensamiento discursivo y empezar a ver que cada imagen, cada idea, cada palabra que surge se desvanece sin dejar rastro. Lo que queda es la conciencia propiamente dicha, con sus acompañantes: visiones, sonidos, sensaciones y pensamientos que aparecen y desaparecen a cada momento.
Al principio de la práctica de la meditación, no está muy clara la diferencia entre la experiencia ordinaria y lo que uno considera «mindfulness», y hace falta un poco de entrenamiento para distinguir entre estar perdidos entre los pensamientos y ver los pensamientos como lo que son. En este sentido, aprender a meditar es exactamente igual que aprender cualquier otra habilidad. Para poner correctamente una inyección hace falta pinchar una infinidad de veces, lo mismo que para obtener música rasgando las cuerdas de una guitarra. Con práctica, el mindfulness llega a ser un hábito de atención bien formado, y lo que lo diferencia del pensamiento ordinario cada vez será más evidente. Al final, es como si nos despertáramos repetidamente de un sueño y nos encontráramos sanos y salvos en la cama. Por muy terrible que sea el sueño, el alivio es inmediato. Y aun así es difícil mantenernos despiertos más de unos segundos cada vez.
Mi amigo Joseph Goldstein, uno de los mejores maestros de vipassana que conozco, compara este cambio en la conciencia con la experiencia de sentirse completamente inmerso en una película y de golpe darnos cuenta de que estamos sentados en una sala mirando un simple juego de luces proyectado en la pared. La percepción no ha cambiado, pero se ha roto el hechizo. La mayoría de nosotros nos pasamos la vida, mientras estamos despiertos, perdidos en la película de nuestra vida. Hasta que no vemos que hay una alternativa a ese encantamiento, estamos totalmente a merced de las apariencias. Insisto, la diferencia que estoy describiendo no consiste en lograr una nueva comprensión conceptual o en adoptar nuevas creencias sobre la naturaleza de la realidad. El cambio se produce cuando experimentamos el momento presente antes de que surja el pensamiento.
Buda enseñó mindfulness como la respuesta adecuada a la verdad de dukkha, término pali que suele traducirse, no muy acertadamente, como «sufrimiento». Una mejor traducción sería «estado de insatisfacción». El sufrimiento puede no ser inherente a la vida, pero el estado de insatisfacción sí lo es. Deseamos una felicidad duradera en medio del cambio: nuestro cuerpo envejece, los objetos queridos se estropean, los placeres se desvanecen, las relaciones fracasan. Nuestro apego a las cosas buenas de la vida y nuestra aversión a las malas equivalen a una negación de