La divorciada dijo sí. Sandra Marton

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La divorciada dijo sí - Sandra Marton Bianca

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es el problema? Milt es un viejo amigo tuyo, ¿no? No tenemos que tener secretos para él, ¿no te parece, nena?

      –¡Deja de llamarme así!

      –¿Que deje de llamarte cómo?

      –Ya lo sabes –respondió Annie furiosa–. Y deja de mentir. No he estado borracha jamás.

      Chase curvó los labios en una sonrisa traviesa.

      –Amor mío, no me digas que ya has olvidado la noche que nos conocimos.

      –¡Te lo estoy advirtiendo, Chase!

      –Allí estaba yo, un inocente estudiante, pensando en mis propios asuntos y bailando con mi novia en la fiesta que celebraba su instituto por San Valentín.

      –Tú no has sido inocente en toda tu vida.

      Chase sonrió.

      –Deberías conocerme mejor, nena. En cualquier caso, allí estaba yo cuando de pronto divisé a nuestra Annie, tambaleándose hacia la puerta y agarrándose el estómago como si se acabara de comer un montón de manzanas verdes.

      Annie se volvió hacia Milton.

      –Eso no es cierto. El chico con el que había ido al baile me había echado licor en el ponche. ¿Cómo iba a saber yo…?

      Un ruido de tambores acalló su voz.

      –… Y ahora –se oyó decir–, el señor y la señora Nicholas Babbitt, disfrutarán de su primer baile como marido y mujer.

      La gente empezó a aplaudir mientras Nick abrazaba a Dawn y se dirigía con ella a la pista de baile.

      Annie le dirigió a Milton una mirada implorante.

      –Milton, escucha.

      –No te preocupes, Annie –respondió él rápidamente–. Hoy es un día familiar, lo comprendo. Te llamaré mañana. Ha sido… interesante haberlo conocido, señor Cooper.

      –Llámame Chase, por favor. No es necesario ser tan formal, teniendo en cuenta todo lo que tenemos en común.

      Annie no sabía qué le apetecía más: si abofetear a Chase por su insufrible conducta o abofetear a Milton por haberse acobardado. Pero no tardó mucho en decidir que Chase era el blanco más deseable. Lo miró mientras Hoffman regresaba a su asiento.

      –No podías haber caído más bajo –le reprochó.

      –Annie, escucha…

      –No, escúchame tú a mí –lo señaló con un dedo tembloroso–. Sé lo que estás intentando.

      ¿De verdad? Chase sacudió la cabeza. Porque en ese caso, sabía algo más que él, que todavía no sabía por qué demonios se había comportado de forma tan vil con ese tipo. ¿Qué más le daba a él que Annie saliera con alguien?

      Annie tenía derecho a hacer lo que quisiera y con quien quisiera. Y no era en absoluto asunto suyo.

      –¿Me estás oyendo? –le preguntó Annie–. Sé lo que te propones, Chase. Estás intentando arruinar la boda de Dawn porque no he hecho las cosas tal como a ti te habría gustado.

      –¿Pero es que te has vuelto loca, Annie?

      –Oh, no disimules. Tú querías una gran boda, en una iglesia importante, para poder invitar a tus importantes amigos.

      –¡Estás completamente loca! Yo nunca…

      –¡Baja la voz!

      –No estoy gritando. Eres tú la que…

      –Déjame decirte algo, Chase Cooper. Esta boda esta siendo exactamente tal como Dawn quería.

      –Y supongo que debo dar las gracias por ello. Porque si hubiera sido por ti, nuestra hija habría terminado casándose en lo alto de una colina, con los pies desnudos.

      –Oh, y quién sabe el daño que eso habría supuesto para la imagen del señor Chase Cooper.

      –Mientras algún idiota se dedicaría a tocar el sátiro como música de fondo.

      –Sitar –siseó Annie–, se llama sitar, Cooper. Aunque probablemente tú sepas más de sátiros que de instrumentos musicales.

      –¿Vamos a volver otra vez a lo mismo? –refunfuñó Chase.

      –En lo que a mí respecta, no pienso volver a nada…

      –… Los padres de la novia. El señor y la señora Cooper.

      Las miradas de Annie y Chase volaron hacia la banda. El director de la orquesta sonreía benevolentemente en su dirección, y los invitados, incluso aquellos que parecían sorprendidos con el anuncio, comenzaron a aplaudir.

      –Vamos, Annie, Chase –insistió el director con una sonrisa de oreja a oreja–. Venid a bailar junto a los novios.

      –No pienso moverme –gruñó Chase entre dientes.

      –Ese hombre se ha vuelto loco –añadió Annie.

      Pero el aplauso era cada vez más fuerte y cuando Annie miró a su hija en busca de ayuda, ésta se limitó a encogerse de hombros, como si estuviera musitando una disculpa.

      Chase se levantó de la silla y le tendió la mano.

      –De acuerdo. Acabemos con esto cuanto antes –murmuró.

      Annie alzó la barbilla, aceptó su mano y se levantó.

      –Realmente te odio, Chase.

      –El sentimiento, señora, es mutuo.

      Con la furia llameando en sus miradas, Annie y Chase tomaron aire, intercambiaron un par de civilizadas y falsas sonrisas y salieron a la pista de baile.

      Capítulo 2

      DURANTE los años de matrimonio, su mujer se había convertido en una persona imposible. En eso pensaba Chase mientras sostenía a Annie entre sus brazos, dejando tanto espacio entre ellos que sin duda habría satisfecho todos los deseos de la señorita Elgar, la profesora que vigiló el baile de promoción del instituto de su ex-esposa.

      –Un poco de decencia, por favor –ladraba la señorita Elgar cada vez que alguna de las parejas se acercaba demasiado.

      Pero ni siquiera ella podía contener el torbellino de sentimientos que se desataba entre todos aquellos jóvenes. Hiciera ella lo que hiciera, el dulce erotismo que envolvía el baile se prolongaba siempre a sus espaldas: en el vestíbulo del colegio, en la cafetería del piso de abajo, o en el aparcamiento, donde se podía disfrutar del murmullo de la música entrelazado con la suave brisa de la primavera.

      Y allí era donde habían terminado bailando Annie y él, abrazados, solos en la oscuridad y completamente enamorados el uno

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