La divorciada dijo sí. Sandra Marton
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–Deberíamos detenernos –había advertido él, con una voz tan ronca por el deseo que parecía proceder de otra persona. Pero mientras lo decía, continuaba bajando la cremallera de Annie, ansioso por disfrutar de su desnudez.
–Sí, sí –susurraba a su vez Annie. Pero sus manos desmentían sus palabras. Con dedos temblorosos, le hizo desprenderse a Chase de la chaqueta y le desabrochó lentamente la camisa.
Rodeado de recuerdos, como en medio de una débil niebla, Chase rodeó la cintura de su ex-esposa con la mano e intentó atraerla hacia su pecho.
–¿Chase?
–Chss –siseó, posando los labios en su pelo. Annie continuó rígida durante un largo segundo, y de pronto suspiró, posó la cabeza en su hombro y se dejó mecer por la música y los recuerdos que la asaltaban.
Estaba tan bien allí, en el refugio de los brazos de Chase.
¿Cuándo había sido la última vez que habían bailado juntos de ese modo, por el mero placer de bailar y sentirse el uno en los brazos del otro, y no en cualquiera de esos interminables bailes de caridad a los que Chase asistía para ampliar su red de conocidos y posibles negocios?
Annie cerró los ojos. Siempre habían bailado bien juntos, incluso cuando estaban estudiando.
Recordaba perfectamente la noche del baile de su promoción, cuando por fin habían dado rienda suelta a sus sentimientos después de meses de compartir ardientes besos y caricias que los dejaban a ambos ansiosos y temblorosos.
El corazón de Annie comenzó a latir a toda velocidad. Recordaba a Chase abrazándola en el aparcamiento. Allí la había besado, inundándola de un deseo tan intenso que ni siquiera podía pensar. Sin decir una sola palabra, habían ido hasta el viejo coche de Chase, en él se habían dirigido hasta el puente y allí habían buscado un lugar en el que extender la manta.
Annie todavía recordaba la textura de la hierba, la suavidad de la manta y la maravillosa dureza del cuerpo de Chase contra el suyo.
–Te amo –había susurrado Chase.
–Y yo, Chase –había contestado ella.
No deberían haberlo hecho. Annie era consciente de ello mientras le desabrochaba la camisa, pero sólo la muerte podría haber impedido que ocurriera.
Oh, no había sentido jamás nada comparable. Todavía recordaba el sabor de su piel, su embriagadora fragancia. Y el momento estremecedor en el que se había hundido en ella. La había llenado. Se había convertido para siempre en parte de su ser.
Annie se tensó en los brazos de Chase.
Habían compartido sexo y, al cabo de un tiempo, no había ya nada entre ellos. Annie había dejado de reconocer en él a su marido. Chase había dejado de ser el joven por el que había perdido la cabeza. Hasta le costaba reconocerlo como al padre de Dawn. Era un desconocido, un extraño que estaba más interesado en sus negocios que en estar en casa con su mujer y su hija.
Más interesado en acostarse con su joven secretaria, de solo veintidós años, que con su mujer, en cuyo cuerpo comenzaban a aparecer ya las marcas de la edad.
Un manto de hielo cubrió el corazón de Annie. Dejó de moverse y apoyó las manos en el pecho de Chase para apartarse de él.
–Ya es suficiente –dijo.
Chase pestañeó varias veces. Tenía el rostro sonrojado y el aspecto de haber sido despertado bruscamente de un sueño.
–Annie –dijo suavemente–. Annie, escucha…
–Ya no tenemos por qué seguir bailando, Chase. La pista está llena de gente.
Chase miró a su alrededor y comprendió que Annie tenía razón.
–Ya hemos cumplido con lo que nos pedían. Ahora, si no te importa, quiero reservar el resto de mis bailes para Milton Hoffman.
Chase endureció su expresión.
–Por supuesto –contestó educadamente–. A mí también me gustaría hablar con algunos de los invitados. Ya he visto que has invitado a algunos de mis viejos amigos, y no sólo a los tuyos.
–Desde luego –respondió Annie con una sonrisa glacial–. Algunos de ellos también son amigos míos. Además, sabía que necesitarías algo para mantenerte ocupado, teniendo en cuenta que has hecho el sacrificio de no aparecer con tu última conquista. ¿O en este momento estás intentando decidir entre dos bombones?
Por un instante, Chase se descubrió deseando estrangular a su ex-esposa. Afortunadamente, pronto recobró la calma.
–Si estás preguntándome si hay alguna mujer especial en mi vida –replicó mirándola a los ojos–, la respuesta es sí –se interrumpió durante un instante y continuó–. Y te agradecería que cuidaras la forma de hablar sobre mi prometida.
Fue como presenciar la demolición de un edificio. La afectada sonrisa de Annie se desintegró como por arte de magia.
–¿Tu tu… qué?
–Prometida –contestó él. Y no era del todo falso. Llevaba ya dos meses saliendo con Janet y ésta no se había andado con sutilezas a la hora de plantear lo que esperaba de aquella relación–. Es Janet Pendleton. La hija de Ross Pendleton. ¿La conoces?
¿Que si la conocía? ¿Se refería a Janet Pendleton, la heredera de la fortuna de Pendleton? ¿Aquella rubia de ojos azules que aparecía en las páginas de sociedad del New York Times prácticamente todas las semanas?
Durante una fracción de segundo, Annie se sintió como si el suelo estuviera moviéndose bajo sus pies. Pero no tardó en reponerse y dibujar en sus labios una firme sonrisa.
–Me temo que no frecuentamos los mismos círculos. Pero sé quién es, por supuesto. Y me alegro de que tus gustos hayan variado un poco y ya no te dediques sólo a las veinteañeras. Es agradable saber que ya eres capaz de salir con mujeres que andan cerca de los treinta. ¿Y ya se lo has dicho a Dawn?
–¡No! Bueno, todavía no he tenido tiempo. Pensaba esperar a que volvieran de su luna de miel.
–Ah, Milton, estás aquí –Annie agarró a Milton del brazo, a pesar de que era perfectamente consciente de que estaba intentando dirigirse a la mesa del buffet sin que ella o Chase lo vieran–. Milton –repitió, dirigiéndole una deslumbrante sonrisa–. Mi marido acaba de darme una noticia maravillosa.
Hoffman miró a Chase sin mover ni un milímetro la cabeza. Parecía que tenía tortícolis.
–Cuánto me alegro –comentó.
–Chase va a casarse otra vez. Con Janet Pendleton. ¿No te parece maravilloso?
–Bueno, realmente.. –comenzó a decir Chase.
–Supongo que estamos en época de romances –dijo Annie con una aterciopelada risa–. Dawn y Nick, Chase y Janet Pendleton… –inclinó la cabeza y alzó la mirada hacia Milton–. Y nosotros.
La nuez de Milton se movió de tal manera que casi se descolocó la corbata.