Escultura Barroca Española. Escultura Barroca Andaluza. Antonio Rafael Fernández Paradas

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artísticos, su formación tiene lugar en contacto con los Mora y, sobre todo, a la vista de las obras de Alonso Cano. Pintor y escultor como el insigne Racionero, el estudio del natural y una excelente técnica avalan su estilo, de blando pero expresivo modelado, polifacético en su trabajo en madera, piedra y barro[63]. Los modelos de Mora, con todo el bagaje canesco que comportan, se hacen presentes en su obra. De hecho, esas coordenadas estéticas marcan la peculiar evolución de su producción escultórica desde la aceptación o casi emulación de los modelos de Mora, seguramente por imposición de la clientela, hasta un discurso historicista directamente inspirado en los modelos de Cano, pero interpretados con una vocación decididamente naturalista, en la que el dibujo previo se completa necesariamente con el estudio en barro, siendo esta última faceta, la de barrista, la que alcanza mayor nota de originalidad y marca el signo de su plástica toda.

      Fig. 19. José Risueño. Cristo del Consuelo. Hacia 1698. Iglesia de la Abadía del Sacromonte, Granada.

      La escultura de pequeño formato en barro es quizás la faceta más original del arte de Risueño. La sinuosidad y alardes plásticos que el modelado de este blando material hace posible se ponen al servicio de un tipo de personajes sagrados altamente humanizados pero no vulgarizados, aportando un acento cálido e íntimo al que conviene la técnica virtuosista, sobre todo en el tratamiento del cabello, que otorga increíbles cualidades plásticas a la figura de las que solo la visión cercana y espaciosa es capaz de disfrutar y comprender. Las figuras del Niño Jesús de Pasión (Museo de Bellas Artes de Granada, abadía del Sacromonte), la Magdalena penitente (catedral de Granada) o la Sagrada Familia (Museo de Bellas Artes de Granada, San Francisco de Priego) atestiguan la seguridad en el modelado, como dibujado, de Risueño y marcan un acento doméstico e íntimo llamado a tener gran éxito en la plástica granadina.

      7.3.Los discípulos de Diego de Mora

      La huella de los Mora en la escultura granadina se convierte en signo visible y perdurable en todo el siglo XVIII a través de unos modelos de amplia aceptación popular basados en la suave idealización, la contención expresiva y la habilidad técnica, a lo que se une una creciente riqueza cromática, hasta el punto de conformar unos tipos muy reconocibles pero cuya homogeneidad dificulta enormemente la atribución a los distintos maestros documentados en esta época. Esa herencia se gesta en el taller de Diego de Mora, donde se forman una primera generación de escultores dieciochescos —nacidos en las postrimerías del siglo XVII o primera década del XVIII— de la que forman parte Agustín de Vera Moreno, José Ramiro Ponce de León, Diego Sánchez Saravia y Torcuato Ruiz del Peral, entre otros, cuya cercanía a Diego de Mora asegura un barroquismo con mayor conocimiento de causa y, en la medida de las capacidades creativas de cada uno, algunos destellos de calidad con connotaciones expresivas e iconográficas singulares.

      Descuella Agustín de Vera Moreno (1699-1760), quien ofrece siempre un sentido barroco de la imagen, a base de planos contrastados y superficies vibrantes, iniciando, junto a su condiscípulo Peral, una técnica de talla profunda e incisiva, cortante y abiselada, que sofistica y hace compleja la práctica escultórica, más atenta a la dificultad técnica que a problemas compositivos o expresivos. Su primera obra documentada es el San José del convento de Carmelitas Calzadas de Granada, de 1718, iconografía de gran predicamento en la devoción popular del siglo XVIII; la policromía de colores contrastados y profusa decoración de flores es expresión del nuevo gusto por lo decorativo, que abandona la austeridad cromática impuesta por Cano. El tipo se continúa en el San José con el Niño de la basílica de las Angustias, recientemente documentado y fechado en 1744-1745 por Isaac Palomino, quintaesencia de la gracia dieciochesca, actuando sobre los estrechos márgenes del modelo consagrado por la devoción popular, a la que conviene la artificiosidad de pliegues cortantes y la dulzura de expresión. La misma línea cultiva en un ramillete de imágenes en madera policromada que por ahora conforman su corto catálogo: el Apostolado, que luce en las ochavas y tambor de la cúpula del crucero de la basílica de San Juan de Dios en Granada; la bellísima Inmaculada del camarín del mismo templo (que convierte el modelo de Cano en algo sinuoso y ostentoso), el Cristo de la Expiración en la parroquia de San Pedro de Priego (entre 1735 y 1738) y algunas más, a las que sumo los excelentes grupos escultóricos (imágenes exentas y relieves) del retablo mayor de Otura, terminado en 1743, incluyendo la imagen titular de la Virgen de la Aurora.

      Pero, además, muestra una extraordinaria solvencia en el trabajo de la piedra, que utilizó con frecuencia y casi sin interrupción, lo que le lleva a trabajar en los más importantes proyectos de escultura monumental de la Granada de su época, durante un par de décadas. Entre ellos se cuentan el conjunto de relieves que adorna la fachada de la antigua iglesia de San Pablo de la Compañía de Jesús (1740) —hoy parroquia de los Santos Justo y Pastor—, las esculturas del antiguo trascoro catedralicio (1741-1742), parte de las esculturas de la portada de la basílica de San Juan de Dios (hacia 1741), así como las de la portada de la iglesia del Sagrario, las figuras de los Evangelistas en las ochavas del mismo templo (1744-1745) y las de los Santos Padres en su tabernáculo (1747-1749).

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