Desafío al pasado - La niñera y el magnate. Christina Hollis
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Apenas salía, por elección. Su vida había cambiado dramáticamente nueve años antes y había dejado atrás el torbellino social de aquella época. El remordimiento había conferido sobriedad a la adolescente rebelde, que se había jurado convertirse en una persona de quien pudiera sentirse orgullosa.
Se había entregado por completo a estudiar Historia en la universidad. Al no conseguir un trabajo relacionado con su especialidad, se había convertido en secretaria ejecutiva y trabajaba para una agencia de empleo temporal desde entonces. Trabajar para Nick le había permitido utilizar su base histórica para ayudarlo en su investigación. Por fin había encontrado un nicho profesional que la satisfacía.
Si sus antiguos amigos la hubieran visto, no la habrían reconocido. Ya no utilizaba maquillaje, llevaba la melena rubia recogida en la nuca y prefería los trajes ejecutivos y la ropa casual a los últimos gritos de la moda.
En la universidad incluso había utilizado gafas, que no necesitaba, para mantener a los chicos a distancia. Estaba allí para estudiar. Sus tiempos de juego habían llegado a su fin tras una tragedia que nunca olvidaría. Quería ser invisible y que la dejaran en paz.
Le resultaba extraño recordar cuánto había flirteado con el sexo opuesto en otros tiempos. Había heredado la belleza de su madre, Marsha Delmont, actriz, y no tenía problemas para atraer a los hombres. Había disfrutado con su compañía, pero nunca había tenido una relación seria. Su vida se centraba en pasarlo bien, pero después de lo ocurrido en Austria, eso había terminado. Desde entonces se había esforzado por demostrar su valía.
Su vida era tal y como la quería. Estaba allí en su función de ayudante de Nick, pero sus padres la habían recibido en la casa de campo como a una amiga. El plan era que examinara los libros y documentos de la biblioteca en busca de material para el libro que pretendía escribir Nick. Pero toda la familia de Nick iba a reunirse para celebrar una barbacoa al día siguiente y él había insistido en que se uniera a la fiesta.
Sentada a la mesa, escuchando las conversaciones, se alegraba de haber ido. Así se relacionaba la gente normal, y a Aimi le sirvió para despreciar aún más la época en la que había creído que ir de compras y a fiestas glamorosas en las que el alcohol fluía como agua y todo eran risas y música, era la única forma de vivir. Esa Aimi se habría aburrido mortalmente allí; la Aimi del presente lamentaba no haber madurado antes. Pero lo había hecho tarde y no había vuelta atrás.
Justo antes de que su mundo volviera a tambalearse sobre su eje, todos reían por algo que había dicho Paula. A Aimi se le saltaban las lágrimas de la risa. Estaba secándose los ojos con la servilleta cuando sonó el timbre.
–¿Quién podrá ser? –preguntó Simone Berkeley, mirando a la congregación.
–¿Esperas a alguien, mamá? –preguntó Paula. Su madre negó con la cabeza.
Un momento después oyeron pasos y todos alzaron la vista, expectantes. La puerta se abrió y entró un hombre moreno y sonriente.
–¡Espero que me hayáis dejado algo, tragones! –exclamó risueño. Se oyeron grititos deleitados.
–¡Jonas!
Toda la familia se puso en pie. Aimi giró en el asiento para ver al recién llegado. Por supuesto, había oído hablar de Jonas Berkeley, el primogénito, un empresario de éxito que vivía como la jet-set, viajando por todo el mundo. Su nombre aparecía con frecuencia en los periódicos, a veces por sus negocios, pero más a menudo por su última conquista femenina. Nadie había esperado que pudiera asistir a la reunión familiar; de ahí el entusiasmo generalizado.
Ella se sorprendió por su inesperada reacción al verlo. En cuanto puso los ojos en él, algo se removió en su interior. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, como si reconocieran y respondieran a algo que había en él. Su risa mientras saludaba a todos le provocó escalofríos y el brillo de sus ojos azules la dejó sin aire.
A pesar de su alocada juventud, Aimi no había sentido una reacción física tan desmedida en sus veintisiete años de vida. Notó la sangre fluir desbocada por sus venas y su sonrisa se apagó. Fue entonces cuando Jonas Berkeley la miró y sus ojos se encontraron.
Captó el momento en que él se quedó paralizado. Algo elemental surcó el aire entre ellos, deteniéndose cuando su hermana reclamó su atención, pero no antes de que Aimi viera el brillo depredador de sus ojos. Atónita e incrédula, Aimi se dio la vuelta, apretándose el estómago con una mano.
Ella se preguntó qué había ocurrido, aunque lo sabía muy bien. Acababa de experimentar la dentellada de una intensa atracción sexual y todo su cuerpo se estremecía en consecuencia. Era lo último que había esperado, porque se había esforzado mucho para controlar la parte extrovertida y atractiva de su naturaleza y convertirse en la antítesis de lo que había sido. Había eliminado las relaciones románticas de su vida; ningún hombre había roto su control.
Hasta ese momento. Sin una palabra, él había atravesado sus defensas, haciéndole sentir cosas que no deseaba. No sabía por qué había ocurrido, sólo que debía reparar rápidamente el daño. Se ordenó serenidad y respiró lentamente hasta recuperar el control y poder aparentar calma externa.
Sintió una mano en el brazo y dio un bote. Era Nick.
–Ven a saludar a mi hermano, estoy deseando que te conozca –la invitó Nick. El corazón de Aimi se aceleró al pensar en mirar esos asombrosos ojos de nuevo. Pero quería comprobar que no había imaginado lo ocurrido, así que sonrió y se puso en pie.
Mientras iba hacia Jonas Berkeley, rodeado por su familia, tuvo la sensación de que iniciaba un camino predestinado. La voz de la cautela le murmuró «No vayas», pero siguió adelante. Alzó los ojos hacia los de él y, de nuevo, el aire pareció cargarse y espesarse.
–Aimi, este impresionante tipo es mi hermano Jonas –dijo Nick, sin notar la extraña corriente–. Alto, guapo y asquerosamente rico, también es un poco donjuán, te lo advierto. Esta joven es mi indispensable ayudante, Aimi.
–Hola, indispensable Aimi de Nick –la sonrisa directa de Jonas mostró sus relucientes dientes blancos mientras le ofrecía la mano–. Encantado de conocerte –dijo con voz de timbre bajo y seductor.
Aimi gimió para sí, nerviosa al saber que seguía afectándola la fuerza del carisma de ese hombre, a pesar de haber vuelto a alzar sus defensas. Rezumaba seguridad masculina y atractivo sexual. Titubeó un segundo antes de aceptar su mano y, cuando sintió sus dedos, supo por qué. El contacto creó una oleada de escalofríos que recorrieron su sistema, erizándole el vello.
–Yo también estoy encantada de conocerte –contestó con cortesía, alegrándose de que su voz sonara normal. Liberó su mano y apretó los dedos contra la palma–. Nick habla de ti a menudo –dijo. Era cierto, aunque nunca había mencionado lo carismático que era su hermano. Probablemente porque él no lo veía así. Serían las mujeres las que captaban eso en él. ¡Algo que ella habría preferido no percibir! Aunque podía admirar el físico de un hombre, intentaba que nunca la afectase. Sin embargo ese día algo iba mal y no le gustaba nada.
–Ah, por eso me han pitado tanto los oídos últimamente –bromeó Jonas con una sonrisa traviesa–. ¿Cuánto tiempo hace que trabajas para Nick? –preguntó, mirando su falda gris y recta, y la blusa blanca que lucía, a pesar del calor.
–Seis meses, más o menos –dijo Nick, sonriendo