Desafío al pasado - La niñera y el magnate. Christina Hollis

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Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Christina Hollis Omnibus Bianca

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de que era capaz de manejar la situación, por más que le estuviera costando mantenerse distante. Nick le había advertido con razón. El atractivo de Jonas era muy potente y lo mejor que podía hacer era irse de allí.

      –Esta conversación no tiene sentido. Creo que deberíamos irnos a la cama.

      –¡Eso sí que es ir al grano! –sus ojos destellaron con malicia.

      –No lo decía en ese sentido –corrigió ella, lamentando su elección de palabras.

      –¿A pesar de que sea una idea tentadora? –murmuró él. Sus palabras resonaron como truenos en el silencio, recorriéndola de arriba abajo.

      –¡Eres un caradura! –protestó débilmente. Jonas soltó una risita seductora.

      –Creo que tú deberías irte a la cama, Aimi, antes de que tu necesidad de saber mine tu determinación –aconsejó él.

      –¿Qué determinación? –preguntó ella. Decir que estaba afectada sería quedarse muy corta.

      –Lo sabes bien –Jonas movió la cabeza y suspiró–. Hablo de tu determinación de no tener nada que ver conmigo. Ésa fue la conclusión a la que llegaste durante el paseo, ¿no?

      –Dios, ¡qué arrogancia! Mi determinación de no tener nada que ver con hombres como tú se remonta muchos años atrás, no a esta tarde –declaró ella con desdén.

      –¿Hombres como yo? –preguntó él con expresión divertida.

      Los ojos de ella se estrecharon mientras lo miraba de arriba abajo, con expresión de ser muy consciente de sus carencias.

      –Hombres que creen que pueden conseguir lo que quieren y a quien quieren, sólo con decirlo. Sólo me inspiras desdén –dijo. No era del todo cierto, pero tenía que defenderse.

      –En ese caso, ¿por qué tu cuerpo reacciona al verme? –preguntó él con voz suave.

      –No reacciona –protestó Aimi.

      –Podría demostrarte lo contrario, pero es tarde y estamos cansados. Sugiero que subas a tu habitación. Seguiremos con esta fascinante conversación mañana.

      –¡No haremos nada similar! –replicó Aimi.

      –Por cierto, me encanta tu pelo así. Deberías llevarlo suelto más a menudo. Resulta muy femenino y sensual –declaró Jonas.

      Para Aimi, que la hubiera visto con el pelo suelto era como una invasión de su intimidad. Sintiéndose más vulnerable que en muchos años, decidió que estaba harta y se imponía una retirada digna. Sin embargo, cuando iba hacia la puerta, resbaló en una baldosa húmeda. Agitó los brazos, buscando algo a lo que agarrarse y, de repente, las fuertes manos de Jonas la equilibraron, atrayéndola contra su pecho.

      –Tranquila, te tengo –murmuró él contra su cabello. Ella apenas lo oyó, sus sentidos estaban siendo bombardeados por su aroma masculino, unido a la solidez de su poderoso pecho. Una sobrecarga sensorial que la llevó a inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo, atónita.

      –Creo que lo que estás pensando ahora mismo es muy inapropiado para una empleada de la familia –comentó él con ironía. Sus ojos la quemaron con su intensidad.

      Ella comprendió que se había traicionado por completo. Deseaba escapar de esos ojos tan perspicaces, pero ladeó la barbilla, beligerante.

      –Quítame las manos de encima –le ordenó. Se liberó de él y fue hacia la puerta sin mirar atrás.

      Ya en el vestíbulo, con la respiración acelerada, se dijo que acababa de ponerse en ridículo. Una cosa era experimentar una indeseada atracción por un hombre, y otra muy distinta permitir que él la notara. Jonas conseguía traspasar sus defensas y eso no le gustaba nada. Ni un poco.

      Aimi se criticó duramente mientras subía al dormitorio. Antes de dormirse, se prometió mantenerse alejada de Jonas el resto del fin de semana. No sería difícil, estaba allí para seguir con su investigación. Dudaba que él fuera de los que pasaban horas en la biblioteca. En un harén quizá, pero no rodeado de libros polvorientos.

      Una cosa era segura, pensara él lo que pensara, ella no iba a convertirse en la siguiente muesca en el poste de su cama. Le había costado mucho esfuerzo alcanzar la paz consigo misma, y no iba a renunciar a ella.

      El día amaneció tan cálido y húmedo como el anterior. Aunque Aimi había conseguido dormir, no se sentía nada descansada; Jonas había invadido sus sueños, tentándola. Por lo visto, dormida o despierta, sus sentidos se adentraban en aguas peligrosas y la corriente era fuerte. Era un hombre demasiado atractivo y derrumbaba sus defensas con increíble facilidad.

      Mientras se duchaba consideró la situación con lógica. En realidad no había ocurrido nada. Se sentía atraída por un hombre y él por ella. ¡Eso no implicaba que fuera a caer en sus brazos! Había conocido a muchos hombres atractivos y había sido capaz de resistirse a todos. Desde aquel horrible día no había mirado a ningún hombre con interés; había cerrado la puerta a esa clase de sentimientos y emociones. Jonas fracasaría. Ella había ido allí a trabajar, nada más.

      Reconfortada por ese pensamiento, salió de la ducha y se secó. No le costó elegir qué ponerse; sólo había llevado lo esencial. Dos faldas y algunas blusas. También un bañador, por sugerencia de Nick, pero no esperaba utilizarlo. Se puso la falda recta color crema, una camisa de seda de manga corta, azul pálido, y unos zapatos cómodos. Se recogió el pelo de la forma habitual y se examinó en el espejo. Parecía discretea, eficaz y distante, justo lo que deseaba.

      Un momento después, Nick llamó a la puerta.

      –Buenos días, Aimi. Tienes un aspecto de lo más refrescante –la saludó.

      –Te aseguro que no siento ningún frescor –rió ella. Alzó las manos para colocarle el cuello del polo, que llevaba torcido.

      –Pues yo me siento más fresco sólo con mirarte –dijo él con encanto. Aimi suspiró y movió la cabeza.

      –Nick, Nick, ¡eres casi tan malo como tu hermano! Debéis haber ido a la misma escuela de seducción –declaró sonriente.

      –Buenos días, Nick –saludó Jonas de repente. Aimi dio un bote de sorpresa y él se asomó por encima del hombro de Nick y la escrutó con una sonrisa provocadora–. Me gusta la falda, Aimi, pero me gustaba más lo que llevabas anoche –comentó, risueño, antes de seguir su camino.

      Ella se sonrojó y dio un paso atrás. El aparentemente inocente comentario le había recordado la escena de la cocina.

      –¿A qué ha venido eso? –le gritó a su hermano, con el ceño fruncido.

      –Tendrás que preguntárselo a Aimi –contestó Jonas por encima del hombro, sin dejar de andar.

      –¿Qué ha querido decir? –Nick la miró intrigado–. Anoche no llevabas nada especial. ¿Me he perdido algo?

      –Tu hermano se refería a más tarde –dijo ella, suponiendo lo que estaba imaginando–. Se quedó afuera y yo estaba en la cocina cuando él forzaba puertas y ventanas, intentando entrar. Eso es todo –al ver su expresión escéptica, suspiró–. Estaba en camisón y bata.

      –Aimi,

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