Desafío al pasado - La niñera y el magnate. Christina Hollis
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–Perdona, sé que soy demasiado protector. Trabajas para mí y te considero mi responsabilidad. No quiero que Jonas practique sus juegos contigo.
–No te preocupes –le dijo Aimi enternecida–. Vamos a desayunar. Después tienes que enseñarme la biblioteca.
Bajaron juntos a la sala de desayunos, que estaba vacía. Maisie Astin, el ama de llaves, llegaba con café reciente y cruasanes calientes.
–¡Buenos días! –los saludó con una sonrisa–. Hoy todo el mundo desayuna fuera. Servios lo que queráis y avisadme si necesitáis algo.
–Gracias, Maisie. ¿Qué te apetece, Aimi? –preguntó Nick, agarrando un plato.
–Los deliciosos cruasanes de Maisie y algo de café me parecen la opción perfecta –dijo, sonriéndole a la otra mujer, que volvía a la cocina.
–Yo los sacaré. Ve a buscar un sitio a la sombra –ordenó Nick.
Aimi salió y se arrepintió de inmediato porque la única persona en la mesa era Jonas. Si él no hubiera alzado la vista, habría vuelto dentro.
–¿Estás decidiendo si es seguro unirte a mí o no? –la retó, sardónico. Aimi se sintió obligada a avanzar.
–En absoluto –negó, sonriendo como si la escena de la noche anterior no hubiera tenido lugar–. Estaba disfrutando de la vista.
–Yo también –respondió él, recorriendo su cuerpo de arriba abajo con la mirada. A ella le dio un vuelco el corazón y sus nervios se tensaron.
–Pierdes el tiempo –le dijo, irritada por su reacción a él, que no podía controlar–. No morderé el anzuelo, por atractivo que sea el cebo –añadió en voz baja, por si Nick salía.
–¿Cuántas veces tuviste que repetirte eso anoche? –ironizó él, arqueando una ceja.
–Bastó con una. No eres tan irresistible –le devolvió ella. Jonas se rió.
–Se supone que hay que cruzar los dedos al decir esas mentiras –le advirtió, sin dejar de mirarla. Ella era tan consciente de sus ojos que le costaba respirar. Llegó a la mesa y se sentó frente a él.
–En contra de lo que supones, no suelo mentir –lo corrigió, simulando una serenidad que no sentía en absoluto. Estaba tensa e inquieta.
–¿En serio? Yo habría dicho que las mujeres nacen siendo mentirosas.
–Eso es una generalización ridícula. Supongo que tus prejuicios se deben a una mala experiencia –dijo Aimi con ironía.
–El mundo es una jungla –le devolvió él con una sonrisa traviesa. Aimi supo que no podría olvidar esa sonrisa en toda su vida.
–¿Y los hombres no mienten? –lo retó. Ella podía nombrar a más de doce mentirosos–. ¡Sería más fácil creer que la luna está hecha de queso!
–Eso sí que suena a la voz de la experiencia –Jonas se recostó en la silla y cruzó las piernas por los tobillos–. ¿Por eso te vistes así?
–Me visto para mí, no para un hombre –señaló Aimi. El comentario de Jonas había sido tan descarado que estuvo a punto de reírse.
–¿En serio? –la miró pensativo–. ¿Intentas decirme que nadie ve la exótica lencería que usas? ¡Eso sería un desperdicio increíble!
–Mi ropa no es asunto tuyo. No habría bajado a la cocina si hubiera sabido que estabas allí.
–Y yo habría tenido que pasar la noche junto a la piscina, y me habría perdido ese impresionante despliegue de seda y encaje. Sigue grabado en mi mente, aun ahora –Jonas alzó una pierna y la cruzó sobre la otra–. Me da la impresión de que sé algo de ti que los demás hombres desconocen. Bajo ese aspecto almidonado te gusta llevar satén y seda. ¿Qué otros secretos ocultas?
–¡Ninguno que vaya a desvelarte a ti! –le devolvió Aimi, seca. Jonas se limitó a sonreír.
–Anoche, en la cocina, no llevabas el pelo recogido, ¿por qué?
–No duermo con el pelo recogido –explicó ella con voz serena. La sonrisa de él se amplió.
–¿Sabes lo que opino, Aimi Carteret?
–¡Tu opinión no podría interesarme menos!
–Creo que practicas la decepción.
–Como he dicho, tu opinión no me interesa –replicó ella, lo que había dicho él se acercaba demasiado a la verdad–. ¡Tú no me interesas!
–En cambio, tú me interesas mucho –contraatacó Jonas–. Pienso en ti todo el tiempo.
–¡Debe resultarte muy aburrido!
Él dejó escapar una risa suave y sensual que hizo que ella se estremeciera de arriba abajo.
–Tengo la sensación de que no me aburrirás nunca, mi querida Aimi.
–No soy tu querida Aimi –protestó ella, afectada por el término cariñoso.
–Aún no, estoy de acuerdo –concedió él.
–¡Nunca! –exclamó ella, ya de mal humor.
–Nunca se debe decir nunca –la miró a los ojos–. Yo mismo lo descubrí anoche. Habría apostado mucho dinero a que nunca me costaría dormir en mi vieja cama, pero comprobé lo contrario. Estuve inquieto toda la noche –aclaró, con sonrisa maliciosa y ojos chispeantes.
–No puedes culparme a mí de eso –discutió Aimi, con los nervios a flor de piel. Era como si sus defensas se hubieran desvanecido por completo, dejándolo abierta a todo lo que él decía o hacía. No entendía por qué la habían abandonado cuando más las necesitaba.
–¿No puedo? –sus labios se curvaron–. Fuiste tú quien elevó mi tensión sanguínea –arguyó, antes de tomar un sorbo de café.
De alguna manera, Aimi consiguió mantener una expresión serena.
–A mí no me hizo falta que me bajara la tensión. Me fui a la cama y dormí a pierna suelta –le dijo, cruzando los dedos mentalmente.
–Hum –murmuró dubitativo, acariciándose la barbilla–. No eres lo que aparentas a primera vista. ¿Sabías que debía pasar ese fin de semana en América? Por suerte cancelaron la reunión en el último momento.
–Para el deleite de todos –comentó ella con voz seca.
–Bien dicho, Aimi –Jonas se rió–. Tienes mucho tacto. No me extraña que Nick hable tan bien de ti.
–Hago cuanto puedo –contestó ella sin inmutarse y agradeciendo su rapidez mental.
–Ah, llega la caballería –declaró Jonas, Aimi volvió la cabeza y vio a Nick con una bandeja–. Justo a tiempo, ¿eh?
–Justo