Desafío al pasado - La niñera y el magnate. Christina Hollis

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Desafío al pasado - La niñera y el magnate - Christina Hollis Omnibus Bianca

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mesa.

      –Siento haber tardado –se disculpó Nick.

      –No has tardado. Jonas te toma el pelo.

      –Es uno de sus hábitos –confirmó Nick.

      –Lo cierto es que estaba flirteando con Aimi y ella me lo estaba poniendo difícil –Jonas se enderezó en el asiento.

      –¡Bien por ti, Aimi! –aprobó Nick, guiñándole un ojo–. Demasiadas mujeres caen en sus brazos cuando chasquea los dedos –se sentó junto a ella y empezó a devorar su desayuno. Aimi lo imitó.

      –¿Cuándo descenderán las hordas sobre nosotros? –preguntó Jonas tras unos minutos de silencio.

      –A partir del mediodía. Luego seguirá lo de siempre. ¡Papá achicharrará las salchichas y hamburguesas, como es habitual!

      –¿Has estado en alguna de nuestras barbacoas? –le preguntó Jonas a Aimi.

      –No, ésta es la primera –admitió ella, divertida. Estaba un poco nerviosa por conocer a toda la familia. En otros tiempos había sido frecuente estar rodeada de extraños y unirse a la fiesta con entusiasmo. Pero desde aquel horrible día, disfrutar y reírse le había parecido mal. No podía comportarse como si nada hubiera ocurrido, siendo ella la culpable. Se habría odiado por ello, así que había evitado las fiestas, distanciándose de sus amigos de entonces. En el presente prefería cenas íntimas con gente a la que conocía bien.

      –Entonces te espera toda una experiencia –le dijo Jonas con humor.

      –Eh, ¿recuerdas la vez que…? –Nick chasqueó los dedos.

      Aimi dejó de escuchar a los hermanos, que iniciaron un divertido recuento de recuerdos. Se recostó en la silla y, mordisqueando el último cruasán, los contempló con atención. Se parecían mucho. Ambos eran hombres guapos, pero Nick tenía las facciones más suaves. Su cabello era castaño oscuro, el de Jonas negro. Nick exudaba calidez y amabilidad; sin embargo eran los rasgos duros de Jonas los que atraían su atención.

      Inesperadamente, Aimi deseó extender la mano y trazar los perfiles de su rostro para grabarlos en su memoria. Un deseo estúpido, desde luego. No quería recordarlo. Cuanto antes dejaran de verse, mejor. Sin embargo, al pensar eso, un pedazo de ella se sintió perdido. Miró su taza de café, confusa. No entendía qué había en él que la atrajese tanto. Él sólo buscaba sexo pero, aun así, tenía algo especial.

      Unas sonoras carcajadas llamaron su atención. Nick estaba doblado de risa y Jonas sonreía de oreja a oreja. Ella sonrió y sintió un leve pinchazo en el corazón.

      Un estruendoso silbido interrumpió las risas. Los tres se volvieron. Michael Berkeley estaba en el otro extremo de la terraza, llamándolos.

      –¡Venga, vosotros dos! Necesito músculos para preparar las mesas. ¡En marcha!

      Los hermanos se miraron con resignación y se pusieron en pie.

      –A papá le gusta dirigir a sus tropas –comentó Nick con cariño. Aimi sonrió al ver su expresión.

      –¡Diviértete! –le deseó, mientras él se alejaba. Jonas, retrasándose, atrapó su mirada. Tensa, alzó una ceja interrogante–. ¿Querías algo?

      –Sólo esto –contestó él. Rodeó la mesa y se inclinó para darle un beso en la mejilla.

      –¡Eh! –exclamó, con el pulso desbocado. Sentir el roce de sus labios en la piel la había dejado sin aire, era una sensación increíble.

      –Tengo que divertirme un poco –dijo Jonas sin asomo de arrepentimiento–. ¡Considéralo un adelanto! –después siguió a su hermano, dejando a Aimi sin habla.

      Ella contempló su marcha. El maldito hombre era perfecto. De espalda ancha, caderas estrechas y piernas largas y fuertes. No tenía sentido negarlo, pocos hombres podrían competir con él. De inmediato, se recriminó por haberlo pensado.

      Iba a tener que esforzarse más. Mucho más. Ya era malo que estuviera ocupando sus pensamientos; no permitiría que la tentara para romper su solemne promesa. Tenía que resistir.

      Capítulo 3

      Para hacer exactamente eso, Aimi terminó de desayunar y fue en busca de la biblioteca. Era una habitación maravillosa, llena de estanterías de libros con tapas de cuero. Pasó las horas siguientes echando un vistazo y tomando notas de los libros que le servirían para buscar la información que Nick necesitaba. Encontró un diario escrito por el bisabuelo de Nick, lo llevó a un sillón y se sumergió en él.

      –¡Ahí estás! –exclamó Nick entrando en la habitación, mucho después. Aimi alzó la cabeza sorprendida. Estaba tan absorta que no lo había oído llegar.

      –¿Me necesitas? –preguntó, bajando las piernas del sillón y poniéndose los zapatos.

      –Sí, ha llegado el resto de la familia. Comeremos enseguida –le dijo. Aimi se sintió un poco abrumada.

      –Sinceramente, Nick, dudo que tu familia quiera la compañía de una desconocida. Te seré mucho más útil quedándome aquí.

      –Los libros pueden esperar –refutó él, quitándole el diario y dejándolo en una mesa–. Quiero que te diviertas este fin de semana.

      Aimi permitió que la condujera al jardín. La barbacoa estaba dispuesta junto a la piscina, y allí se había congregado la familia. Nick presentó a Aimi a los diversos grupos que había alrededor de las mesas. Todos la recibieron con calidez y demostraron su fascinación por el libro para el que estaba ayudando a Nick a recopilar datos. Aimi consiguió relajarse y, en vez de simular que lo pasaba bien, empezó a disfrutar. Se lo dijo a Nick cuando se quedaron solos un momento.

      –Mi familia es buena gente. Me alegra que hayan conseguido que te sientas cómoda.

      Aimi miró a su alrededor, viendo al gran grupo de gente risueña y feliz con otros ojos. Había tardado mucho, pero ese día estaba descubriendo que podía pasarlo bien sin sentirse culpable. El cielo no había caído sobre su cabeza ni el mundo había llegado a su fin. No sabía por qué ese día era distinto a cualquier otro pero, por primera vez en años, había dejado atrás su carga y estaba viviendo el momento.

      –Gracias por insistir en que me uniera a vosotros –le contestó con una sonrisa.

      –No se merecen –contestó él, con una inclinación de cabeza. Aimi sintió el corazón algo más ligero. No duraría, desde luego, pero aceptó la nueva sensación de libertad sin cuestionarla.

      Estaban charlando con uno de los primos de Nick, cuando sonó el busca. Aunque era su fin de semana libre, era el cirujano especialista de guardia para emergencias.

      –Es del hospital –anunció Nick, reconociendo el número–. Será mejor que hable en casa. No tardaré –dijo, antes de alejarse.

      Aimi siguió donde estaba hasta que la conversación pasó a un tema del que no sabía nada y se distrajo. Contemplaba los juegos de dos niños cuando un movimiento llamó su atención. Su corazón se saltó un latido al comprender que miraba a Jonas, que paseaba con un hombre mucho mayor que él.

      No

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