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vez lo tocó distanciarse se convirtió en un imposible. Tenía la piel firme pero sedosa, y la sensación era muy erótica. Perdió la noción del paso del tiempo, disfrutando del contacto.

      –Mmm –suspiró Jonas con placer evidente–. Fantástico. Tienes unas manos maravillosas. Podría acostumbrarme a esto.

      Fue poco más que un murmullo sensual, pero devolvió a Aimi a la realidad. «¿Qué estás haciendo?», se preguntó, horrorizada. Roja como la grana, acabó con su tarea y se apoyó en los talones.

      –Ya está –dijo, preparándose para levantarse. Tenía que alejarse de él cuanto antes.

      Jonas se apoyó en un codo, agarró su muñeca y tiró de ella, acercándola.

      –Aún no te he dado las gracias –ronroneó.

      –Para, Jonas –protestó Aimi, intentando mantener el equilibrio. Pero, en un parpadeo, él se tumbó de espaldas y no pudo evitar caer sobre su pecho.

      Con ojos chispeantes de malicia, rodeó su cuello con la mano libre y atrajo su boca hacia la suya. Aimi intentó apartarse, pero él era demasiado fuerte. Sus labios capturaron los de ella con sensualidad impactante. Fue un beso largo que removió las brasas de su pasión mutua. La boca de él reclamaba la suya, exigiendo una respuesta que ella intentó negarle, sin éxito. Durante una eternidad, se perdió en el calor de sus labios y la caricia de su lengua. Cuanto más le daba, más deseaba ella; fue el graznido de un cuervo sobrevolando la piscina lo que la devolvió a la tierra de sopetón.

      Apartándose, Aimi miró los ojos brillantes de humor y de algo más profundo. Se le revolvió el estómago de asco por haberse rendido de nuevo a los egoístas placeres que una vez habían regido su vida. Su sangre se convirtió en hielo.

      –Creo que ése es agradecimiento más que suficiente –dijo, levantándose–. La próxima vez, limítate a decir «gracias».

      –Eso no sería tan divertido –se rió Jonas, observándola volver a su tumbona y echarse boca arriba, mirando hacia otro lado–. Has disfrutado, Aimi. ¡No simules que no!

      Ella lo ignoró y cerró los ojos. Era verdad que había disfrutado. Besar a Jonas había sido una experiencia increíble, que no olvidaría. Una y otra vez, revivió el momento. Todos sus sentidos se habían exacerbado por el aroma, tacto y sabor de él, tal y como había sabido que ocurriría. El hombre era irresistible, pero tenía que conseguir resistirse; a él sólo le interesaba la diversión de la caza. No podía convertirse en otro de sus trofeos.

      Tenía que recordar las razones por las que había renunciado a la Aimi de años antes: para poder vivir consigo misma y con lo que había hecho. Por desgracia, la vieja Aimi se había liberado de sus cadenas un momento. Sin embargo, sólo había sido una escaramuza y ella recuperaría el control. Tendría que librar muchas más batallas y las ganaría todas.

      Suspirando, ordenó a su cuerpo que dejara de reaccionar ante el hombre que había a unos metros. No se lanzaría a los brazos de Jonas, él sólo quería divertirse y ella valía más que eso. Mucho más. Se relajó y se quedó dormida.

      Cuando despertó, un rato después, Jonas había desaparecido. Que tuviera que repetirse que se sentía aliviada demostró la ambivalencia de sus emociones. Recogió sus cosas y volvió a la casa, agradeciendo que la familia no hubiera regresado aún. Una ducha rápida borró el rastro de su estancia en la piscina, y deseó que fuera igual de sencillo volver a meter al genio dentro de la lámpara mágica. Por fuera parecía serena, por dentro era un torbellino. El beso de Jonas la había inquietado y eso le disgustaba. Para combatir la sensación se esforzaría para adoptar la apariencia habitual: cada mechón de cabello recogido en su sitio con horquillas. No era una gran armadura, pero era la única de la que disponía para la batalla.

      Pasó el resto de la mañana en la biblioteca. Pudo concentrarse y borrar de su mente esos asombrosos ojos azules. Comió en la terraza con la familia. La sorprendió que Jonas no apareciera, pero así tendría más tiempo para recuperar la compostura.

      Aimi trabajó hasta que llegó la hora de subir a su habitación y asearse y vestirse para la cena. Mientras examinaba su exiguo guardarropas, tuvo otra muestra de su ambivalencia al descubrirse deseando tener algo más que faldas y blusas. De inmediato, imaginó a Jonas sonriendo, pensando que se había arreglado por él, y su espalda se tensó. No iba a volver a sus antiguas costumbres, cuando vestirse para atraer a un hombre había sido tan normal como respirar. Era una persona distinta; mejor y por encima de esos trucos. Por eso, cuando salió de la ducha se puso la falda azul y la blusa de seda blanca sin mangas.

      Con el cabello recogido y aspecto sereno y eficiente, su reflejo le devolvió la fuerza de voluntad. La mujer que veía en el espejo parecía capaz de enfrentarse a todo. Pero una vocecita traicionera cuestionó que fuera así. Aimi se había creído por encima de la tentación, y Jonas estaba probando que se había equivocado. Pensar en él era un error, porque le hacía recordar el beso y la tormenta que había desatado en su interior.

      Gruñendo por su estupidez, Aimi dejó de mirarse e inspiró varias veces. «Puedes hacerlo, Aimi. Recuerda cuánto has trabajado para llegar donde estás. Piensa en Lori y en lo que le prometiste hacer para compensar lo ocurrido. Sé fuerte. Sé fuerte».

      Unos minutos después, cuando se estaba poniendo los zapatos, llamaron a su puerta. Sorprendida, abrió y se encontró con Jonas. Llevaba una camisa blanca que resaltaba el intenso color de sus ojos y tenía las manos metidas en los bolsillos de un elegante pantalón oscuro. El conjunto era un regalo para la vista y ella rezongó para sí.

      –Como Nick no está, he pensado que me correspondía escoltarte a cenar –explicó él con una de sus sonrisas traviesas–. ¿Estás lista?

      –Creo que sabré bajar la escalera yo solita –dijo Aimi con ironía. Jonas no se inmutó.

      –Estoy seguro, pero mis padres se esforzaron mucho para que tuviéramos buenos modales, así que deberías aceptar mi caballeroso gesto –contraatacó él con ojos chispeantes.

      Consciente de lo ridículo de estar allí parada, discutiendo con él, Aimi salió y cerró la puerta.

      –¡Y yo que creía que los tiempos de la caballerosidad se habían acabado! –se burló, yendo hacia la escalera a paso rápido. Jonas la siguió.

      –Eres una mujer difícil de complacer –se quejó él.

      –Lo cierto es que es muy fácil. Si te marcharas, me complacerías mucho –le devolvió, con sorna. Casi dio un bote cuando el puso la mano bajo su codo mientras empezaban a bajar la escalera. Aunque leve, el contacto le llegó muy adentro.

      –Ambos sabemos que eso no es verdad, cariño. Tengo una idea bastante clara de qué te complacería, y no sería que me fuese –dijo él con voz sexy.

      Los nervios de Aimi iniciaron una serie de volteretas. Era difícil mantener la compostura ante un ataque tan fuerte, pero lo consiguió.

      –¿También te enseñaron tus padres a ser descarado? –preguntó, aguda.

      –No, eso lo aprendí yo solito –rió él.

      –Sí, no lo dudo –dijo ella, pensando que había aprendido de maravilla.

      –Eso se te da muy bien –comentó Jonas. Aimi lo miró con el ceño fruncido.

      –¿Qué?

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