Coatlicue Sanjuanita. José Gerardo Bohórquez Molina

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Coatlicue Sanjuanita - José Gerardo Bohórquez Molina

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de siglos, los evangelizadores suplan con una imagen religiosa cristiana a un antiguo ídolo. Los franciscanos combinaron la práctica anterior con la adaptación terrenal de lo divino, promoviendo también ese cristianismo popular que busca darle cuerpo a lo sagrado. El culto a las imágenes marianas y la publicidad a los santuarios fueron parte de las políticas de la Contrarreforma,12 que además de marcar diferencia con el protestantismo sirvieron para el ejercicio de un mayor control sobre las prácticas populares religiosas.13

      Mientras que durante la conquista de México había en España una extraordinaria veneración por María, en la Nueva España fue muy importante la insistencia de Hernán Cortés en imponer imágenes de la Virgen en los antiguos adoratorios prehispánicos; este interés por elevar la popularidad de la Virgen también lo llevó a darle al primer hospital de la ciudad de México el nombre de la Inmaculada Concepción, advocación que adoptaron casi todos los hospitales novohispanos. Ante la necesidad indígena de reconstruir una cosmovisión que le diera sentido a lo que difícilmente se podía vivir después de la destrucción cultural de la Conquista, los indios fueron aceptando la figura de María como piedra angular de dicha reconstrucción, sobre todo cuando aparecía como la “diosa” que suplía a una deidad femenina anterior, cuyas características y valores coincidieron con los de María en distintas formas, pues desde España la Virgen María estuvo íntimamente asociada a la Tierra y a la fertilidad.14

      Por otro lado, las imágenes marianas fueron fuente de identidad para criollos y mestizos que, muy alejados de sus antepasados indios o peninsulares y ante la actitud despectiva de los últimos, buscaban sentido ante la práctica ausencia de memoria histórica, fomentando así las identidades locales y los incipientes nacionalismos.15

      Las apariciones o los milagros en lugares donde anteriormente se ofrecía culto a ciertas deidades se volvieron comunes, en tiempos en que los márgenes de credibilidad o asombro ante lo desconocido eran distintos: por ejemplo, aparecían los materiales para un santuario o cierta imagen se movía de un lugar a otro. Se creaban así centros de culto por la capacidad milagrosa de la imagen, y las “mandas”, promesas grupales o individuales a cambio de milagros, hacían que en ocasiones ese culto se manifestara en peregrinaciones.16

      Todo el poder de la Virgen María, madre de Dios, era reconocido por la religiosidad popular a través de apariciones y milagros: dar vida a los muertos, salud a los enfermos, socorro a los afligidos, victoria a los tentados, iluminar a quienes caminan, alcanzar una dichosa muerte para quienes sufren, y dar remedio a todo el que le invoca en sus necesidades. Así se le identificó como la “Señora” absoluta de la vida y la muerte, de la salud y de la enfermedad.17

      De 1530 a 1533 los frailes franciscanos iniciaron las labores de evangelización en el pueblo de San Juan. Allí fray Antonio de Segovia o Fray Miguel de Bolonia trajeron la imagen de la Purísima Concepción hecha en Pátzcuaro, que por casi un siglo estuvo en una capilla con título de hospital; pero en la sacristía, sin culto alguno.18 De manufactura indígena y de pasta de maíz, mide 38 centímetros y representa a María de pie, con el rostro un poco inclinado en oración y con las manos juntas ante el pecho. Está vestida en la misma talla de pasta, lleva el manto azul con estrellas, una media luna a sus pies19 y su túnica es rosa.20 Esta forma de vestir a la Virgen de la Limpia Concepción era común; por ejemplo, la Virgen del Pueblito, en Querétaro, que fue tallada en 1632, viste así.21 Ambas se asemejan en sus tallas y colores originales a la Virgen de Guadalupe.22 Como otras imágenes, la de la Virgen de San Juan de los Lagos conservó la tradición del trabajo en pasta de caña de maíz,23 material con el que los escultores hacían sus dioses generalmente, por ser tan liviano. Este fino oficio se puso al servicio del cristianismo con la sensibilidad de Vasco de Quiroga, quien considerando las tradiciones de la cultura purépecha impulsó su continuidad en el mundo novohispano.24

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       La Virgen de San Juan de los Lagos antes de su restauración. Foto tomada de un cartel conmemorativo (Octubre de 2005)

      La historia señala que el primer milagro de la Virgen de San Juan de los Lagos se dio en 1623. Pasaba por el pueblo, hacia Guadalajara, una familia de un volantín o maromero de origen español, quien viajaba con su esposa y dos hijas, a quienes adiestraba para que ejecutaran aquellas artes con las cuales saltaban por encima de estacas y espadas desnudas. Al parecer, refiere el relato, la menor de las hijas falló en el lance y cayó sobre una daga, muriendo así inmediatamente, ante los presentes y sus afligidos padres. La prepararon para sepultarla en la capilla del pueblo, y a dicho entierro acudieron muchos habitantes de este lugar, entre ellos una india de nombre Ana Lucía (María Magdalena, según algunos testigos),25 quien se compadeció del sufrimiento de los padres y les dijo que no se preocuparan, que la Cihuapilli, que significa “noble señora” en náhuatl,26 le daría la vida. De inmediato la india Ana Lucía sacó de la sacristía la imagen y la niña, que estaba muerta, se levantó viva y sana.27

      Cuenta la historia que la india Ana Lucía, esposa del sacristán de la capilla y cuidadora de misma, refirió que la Virgen, además de hablar con ella, todas las noches se pasaba al altar mayor, seguramente llevada por ángeles, y que cada uno de esos días la anciana la regresaba a la sacristía.28

      En muestra de agradecimiento, el volantín pidió a los habitantes de San Juan llevar la imagen a Guadalajara con algún pintor o escultor para que la arreglara. Así fue que esa misma noche tocaron a la puerta de la posada, donde la familia se hospedaba, unos mancebos preguntando si había algo de pintura o escultura para arreglar, y temprano en la siguiente mañana, incluso antes de que el volantín se levantara de la cama, después de que dichos jóvenes hicieron el trabajo, se lo enviaron sin esperar a reclamar pago alguno, viendo después el volantín que habían sido ángeles quienes habían dado sus servicios a la Virgen. Entonces el maromero regresó a contar lo sucedido y para volver la imagen a su sitio, que desde entonces fue el altar en donde anteriormente amanecía todas las mañanas.29 Como se ha dicho, todo lo anterior sucedió según se relata en el año de 1623, año a partir del cual comenzaron a arribar con frecuencia peregrinos a este santuario, llamados por los maravillosos milagros de la Virgen de San Juan.

      Al parecer el cambio de cosmovisión que va de la deidad mesoamericana a la imagen católica, de la ritualidad indígena a la veneración mariana, se da a lo largo de un siglo, tiempo necesario para la reestructuración o adaptación de las creencias a los principios de la nueva religión. Tres casos pueden tratarse como representativos de este tiempo de “conversión”: en Querétaro, el de Nuestra Señora de El Pueblito, el más importante a nivel nacional, el de Guadalupe, y el propio de la Virgen de San Juan.

      Desde la fundación de Querétaro, en el año de 1531, pasaron más de 100 años para que se cambiaran los rituales en el adoratorio de El Cerrito por la veneración de la Virgen de El Pueblito. Al ver que pasó más de un siglo y que los indios de Querétaro seguían en sus rituales paganos, el cura fray Nicolás de Zamora encargó a fray Sebastián de Gallegos, gran escultor, la elaboración de la imagen de la Purísima Concepción, que después el señor cura colocó en una ermita al pie del basamento piramidal de El Cerrito, siendo aceptada así por los indígenas. Para el año de 1648, la fama de la imagen ya era conocida por milagrosa en la región.30

      En el cerro del Tepeyac, 118 años tuvieron que pasar para que se difundiera un texto clave de la cristianización de la cosmovisión de los indígenas. Ese tiempo pasó de la primera aparición de la Virgen de Guadalupe en 1531 hasta la primera publicación del “Nican mopohua”, aquel relato de Valeriano que escoge cantos y flores, lo verdadero en la tierra, la palabra y la realidad preciosa que lleva Tonantzin Guadalupe y que se muestra en la tilma de Juan Diego. El “Nican mopohua”, con su primera publicación en 1649, incorporó en sí aquello que pareció adecuado de la antigua visión indígena del mundo.31

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