Geopolítica, soberanía y "orden internacional" en la "nueva normalidad". Miguel Ángel Barrios

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Geopolítica, soberanía y

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El pensamiento estratégico parte de un supuesto fundamental: nada está asegurado de antemano; por lo tanto, en la realidad social existen estrategias para atacar, pero también las hay para defenderse, para resistir, para evitar ataques o neutralizarlos, y para sobrevivir: “Pensar estratégicamente implica una dura selección de procedimientos conceptuales y accionales” (Labourdette, 1999a: 56).

      La estrategia es una gran operación sobre la incertidumbre. Opera en el tiempo y con tiempo, y en ese tiempo siempre está el futuro, que es lo que hay que lograr. Es una intervención social-política que parte de una situación presente hacia un horizonte futuro elegido, posible, incierto y desconocido, en mayor o menor medida. La distancia que hay entre ese presente y ese futuro es el recorrido en espiral de la estrategia. El presente exige un diagnóstico de situación, diagnóstico que debe consistir en una serie de aproximaciones acerca de qué hay, qué se tiene y con qué es posible encontrarse, qué falta, cuáles son los obstáculos y las debilidades propias, y también cuáles son los obstáculos y las debilidades ajenas y rivales. Es decir, es preciso definir quiénes son los actores sociales y políticos, con sus respectivas estrategias, sus poderes y sus deficiencias.

      El recorrido es el desarrollo, en el tiempo, del despliegue estratégico. Supone etapas cambiantes y en este nivel la estrategia se oculta y se exhibe.

      El futuro es el conjunto de horizontes posibles que es preciso esperar, aspirar y construir. Hay horizontes de mínima y de máxima (y sus niveles intermedios).

      La teoría de la estrategia de Labourdette presenta tres grandes etapas: 1) situación presente con impacto; 2) recorrido “en bucle”, y 3) horizontes futuros y alternativos. El desarrollo estratégico, por lo tanto, es un movimiento espiralado, no lineal. Además, distingue cuatro áreas principales de la estrategia: la conducción-liderazgo, el proyecto, el poder y el tiempo. Detengámonos en cada una de ellas.

      La conducción designa una capacidad de dirigir actividades y procesos sociales hacia objetivos elegidos. Significa preferentemente el arte de dirigir personas. Es un arte complejo que implica también conocimiento y técnicas de distinto tipo. Al respecto, Juan Domingo Perón decía:

      Desgraciadamente los conductores nacen, y aquel que no haya nacido solo puede acercarse al conductor por el método […] Por otra parte, la conducción en el campo político es toda una técnica […] La conducción política es todo un arte y ese arte está regido por principios, como todas las artes. Si no tuviera principios no sería un arte, así como una ciencia que no tiene leyes tampoco es una ciencia […] la conducción técnica presupone generalmente el ejercicio amplio del criterio. Para la conducción no sirve la memoria, no sirve la retentiva. Es solamente el criterio, que debe estar basado, como todos los ejercicios del criterio, primero en una erudición suficiente. Pero es inútil que un hombre tenga un gran criterio si no posee los elementos básicos sobre los cuales debe apoyar su criterio. Por eso, dentro de la técnica, está primero la erudición, o sea, el conocimiento de sus elementos. (Perón, 2009: 19-20)

      También destacamos la siguiente afirmación:

      En el arte de la conducción hay solo una cosa cierta. Las empresas se juzgan por sus éxitos, por sus resultados […] La conducción es un arte de ejecución simple: acierta el que gana y desacierta el que pierde. (Perón, 2009: 14-35)

      Cuando Perón habla de conducción, distingue la simplicidad, el criterio basado en el conocimiento, la claridad en los objetivos y el resultado basado en el éxito.

      La conducción, si es estratégica, debe estar preparada para resistir también los embates, las caídas y las derrotas, y además estar preparada para enfrentar la incertidumbre.

      La conducción maneja la decisión. La capacidad decisoria implica saber y poder, saber operativo y poder específico, saber técnico y práctico, además de teórico, y capacidad de decisión (Labourdette, 1993: 43).

      La teoría de la conducción militar señala que esta lleva adelante un proceso de decisión para convertir las ideas en acción.

      Guillermo Delamer (2005: 244) afirma: “La práctica de la estrategia es ni más ni menos la conducción estratégica propiamente dicha, ejercicio que en sí requiere muy poca teoría y mucha experiencia práctica”. En este aspecto no coincidimos con el autor, y nos alineamos con las enseñanzas de Perón y Labourdette cuando nos dicen que el conocimiento práctico del conductor está basado en un saber teórico.

      En la teoría de la conducción se incluye preferentemente la conducción política en sentido amplio y restringido, que abarca todo el universo de la acción social decisoria. Esto significa que la conducción se diferencia según los ámbitos y segmentos de relaciones sociales en los que se instala. Hay conducción allí donde se adaptan decisiones y se guían las ejecuciones, sea un equipo, un grupo o una persona.

      Para Perón los “elementos de la conducción política” son tres: primero, los conductores, segundo, los cuadros auxiliares de la conducción, y tercero, la masa y su organización. Cuando habla de las características que debe tener el conductor en un plano teórico, afirma:

      El conductor, parte vital, sus condiciones morales, intelectuales, y partidarias.

      La teoría, o sea la parte inerte del arte de la conducción: la enumeración de sus grandes principios, la información, el secreto, la sorpresa, la unidad de concepción y la unidad de acción, son todos factores de conducción. (Perón, 2009: 41)

      Y concluye:

      Por eso conducir, en política, es difícil, porque a la vez de ser conductor hay que ser maestro, hay que enseñarle a la masa, hay que educarla, hay que enseñar a los intermediarios de la conducción, porque la conducción no se puede realizar con un hombre y una masa, porque esa masa no está encuadrada, se disocia.

      Quiero hacerles comprender que no se conduce ni lo orgánico, ni lo anárquico. Se conduce solo lo orgánico y lo adoctrinado, lo que tiene una obediencia, una disciplina inteligente y una iniciativa que permite actuar a cada hombre en su propia conducción.

      La doctrina ordena hacia la misma dirección a la masa, “luego es la organización la que le da unidad en la ejecución de las cosas. Sin esa unidad de concepción, y sin esa unidad de acción, ni el diablo puede conducir […] El conductor no es nada si los elementos de la conducción no están preparados y capacitados para ser conducidos […] Por eso, conducir es difícil, porque no se trata solamente de conducir. Se trata, primero, de organizar; segundo, de educar; tercero, de enseñar; cuarto, de capacitar, y quinto, de conducir” (Perón, 2009: 50-52).

      En Conducción política, Perón establece que los elementos más importantes para lograr la unidad de acción y concepción son la doctrina y la organización, complementada con la función del conductor. Además, estamos hablando de la conducción política en sentido amplio.

      Dice Labourdette que la conducción es una combinación entre la capacidad operativa razonable y el liderazgo colectivo personalizado. Es decir, hay mezcla simbiótica entre el saber técnico-práctico (y teórico) y el liderazgo entendido como proceso social y personal. Puede establecerse una división tripartita de conducción estratégica: conducción burocrática, conducción del “orden” para evitar el “caos” y conducción revolucionaria.

      El liderazgo reside en una persona, pero es más que una persona, pues todo conductor que al mismo tiempo es líder representa un tipo sociocultural: manda y es mandado, influye y es influenciado, exige y es exigido. El desarrollo de las dos características básicas de la conducción, es decir, la combinación

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