Amor clandestino. Кэтти Уильямс
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—Entonces, ¿qué es lo que va a ocurrir ahora? ¿Van a tener alguna de ustedes dos la amabilidad de decírmelo? —replicó con furia él—. No. Permítame adivinarlo. Tiene que recoger sus cosas y abandonar el colegio inmediatamente. Se interrumpirá su educación pero ella será una buena lección para todas las demás. ¿He dado en la diana?
—¿Y qué elección tenemos, señor Knight? —preguntó la señora Williams, que parecía agotada. Se había pasado las últimas horas pensando en las consecuencias que aquello podría tener para el colegio—. No nos queda otra opción que no sea que usted saque a Emily del colegio. Naturalmente, tendrá hasta el fin de semana para recoger todas sus cosas.
—Naturalmente… Entonces, ¿se les ocurre a alguna de ustedes cómo se puede solucionar este problema? Aunque usted se limite a sentarse en esa silla con la espalda bien recta —dijo él, refiriéndose a la directora—, y no acepte responsabilidad alguna sobre lo que ha pasado, esta no puede ser la primera vez que…
—Es la primera vez, señor Knight —afirmó la mujer—. No tenemos precedentes.
—Ella necesitará su apoyo —intervino Rebecca.
—Tengo que decir que eso va a ser algo difícil —confesó él, con un brillo cínico en los ojos—. Me ha sido imposible tratar con ella desde que vino a vivir conmigo hace dos años. ¡Pero esto es el colmo!
Rebecca pensó que esa no era la historia que, entre lágrimas, Emily le había contado. La chica le había confesado que su padre nunca le dedicaba ni un minuto de su tiempo desde que ella había ido a vivir con él cuando su madre murió en un accidente de esquí. De niña, había tenido poco contacto con él ya que sus padres se habían divorciado cuando ella tenía dos años y su madre había evitado que ella tuviera una relación con él. De hecho, se lo había prohibido expresamente y, para ello, se habían mudado al otro lado del mundo. A él tampoco le había importado y, por ello, cuando la niña había ido a vivir con él, la había ignorado completamente.
—En ese caso, ¿qué es lo que piensa hacer? No creo que las casas para mujeres perdidas sigan existiendo —le espetó Rebecca con frialdad.
—Esa es una afirmación de lo más constructiva, señorita Ryan. ¿Se le ocurre alguna otra?
Rebecca se sintió avergonzada de que Nicholas Knight hubiera podido distraerla de aquella manera.
—Lo siento. No había razón para decir eso. Tiene toda la razón. Lo que sí puede que encuentre constructivo es si le digo que Emily no es la primera adolescente que se encuentra en esa situación. Y saldrá de ella. Tendrá que dejar este colegio pero no hay razón para que su educación tenga que verse interrumpida. Puede tener un tutor en casa. Es una chica muy inteligente y, ¿quién sabe?, tal vez eso la ayudara a encontrar su camino.
—¿De cuánto está embarazada? —preguntó él, con desprecio.
—De muy poco.
—¿Eso qué significa?
—Aparentemente, el período tendría que haberle venido hace una semana. Pero, entre lágrimas, me dijo que la prueba de embarazo es positiva. De hecho, me dijo que se había hecho dos por si la primera era incorrecta.
—Un tutor en casa —repitió él, frotándose la barbilla—. Supongo que esa es la única solución. ¿Podría perdonarnos un minuto? —añadió, refiriéndose a la señora Williams—. Hay algo que me gustaría discutir en privado con la señorita Ryan.
—Bueno… —dudó la mujer, sorprendida por aquella petición.
—Estoy segura de que lo que usted y yo tengamos que hablar, podemos hacerlo delante de…
—Necesitaremos unos veinte minutos —insistió él, mirándolas a las dos de un modo impenetrable.
Entonces, la señora Williams salió de la habitación, dejando a una frustrada Rebecca en silencio.
Capítulo 2
EXPLÍQUEME eso de la tutoría en casa —le dijo él a Rebecca, reclinándose en el asiento.
—¿Cómo dice?
—Me dio una pequeña charla sobre las oportunidades que todavía le quedan a una adolescente que ha sido lo bastante estúpida como para quedarse embarazada. Y usted mencionó la tutoría en casa como una de las opciones.
—Sí —respondió ella, mientras él se quitaba la chaqueta y se remangaba, dejando al descubierto unos fuertes y bronceados antebrazos.
Aunque de nacimiento era inglés, Rebecca recordó que, años atrás, él le había explicado que tenía sangre griega en las venas. Su abuela materna había escandalizado a todo el mundo tirando todo, incluso su muy británico prometido, por la borda y casándose con el hijo de un magnate griego. Aquella historia parecía divertirle mucho ya que parecía gustarle revelarse contra lo convencional.
—No mencioné la tutoría en casa para mostrarle que había una salida a este asunto —añadió ella—. Lo hice porque me parece una opción perfectamente viable y creo que a Emily le vendría muy bien. Ella es muy inteligente y lo entiende todo muy fácilmente. Sería más bien orientarla a los exámenes y asegurarse de que mantiene un nivel adecuado de conocimientos. No estoy diciendo con esto que le resultase pan comido ni a ella ni a su tutor. Tendrá que enfrentarse a todos los altibajos del embarazo y hacerse a la idea de tener un hijo, lo que le resultará difícil. Pero no debería tener problemas para superarlo, al menos académicamente, si usted encuentra el tutor adecuado. Creo que necesitará a alguien con mucha paciencia.
—No me explicó por qué mi hija la eligió a usted como confidente.
—Bueno, como la señora Williams le ha dicho, soy una de las profesoras más jóvenes y, bueno, me enorgullece tener una buena relación con las alumnas. Después de las horas de clase, hago muchas actividades con ellas. Por ejemplo, yo me encargo del grupo de teatro. En realidad, me parece que esa fue la única actividad que su hija parecía disfrutar. Creo que le gustaba meterse en la piel de los personajes. Tal vez lo encontrara relajante.
—Sí, creo que tiene razón. Probablemente es algo que lleve en los genes, ya que su madre era actriz aficionada.
—Bueno, eso no lo sabía.
—No, claro que no. Usted solo conoce a Emily desde que empezó a venir a esta escuela hace dos años. ¿Se interesa alguna vez por la vida de las niñas antes de venir aquí?
—En cierto modo, sí. Pero espero que no se esté imaginando que me paso las horas libres investigando sus expedientes para leer lo que sus padres hacen para ganarse la vida, porque entonces está equivocado.
—Entonces, no sabe nada de las circunstancias de mi hija…
—Sé que su madre murió hace dos años… —dijo Rebecca, que no estaba dispuesta a revelar lo que la chica le había dicho.
—En