Amor clandestino. Кэтти Уильямс

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Amor clandestino - Кэтти Уильямс Julia

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hacer que se siente a una mesa como si viniera a las clases normales.

      —¿Qué es lo que me está sugiriendo?

      —Creo que ella tiene que sentirse cómoda conmigo para que yo pueda tener éxito en darle clase. Tendrá muchas cosas en la cabeza y habrá que tratarla con mimo —afirmó ella. Él asintió, a pesar de que no parecía estar muy de acuerdo—. Naturalmente, querrá estar informado de su progreso, así que sugiero que, al principio de casa semana, tengamos una reunión para que yo pueda decirle cómo va Emily.

      —Y entre esas reuniones, ¿es que nos vamos a ignorar el uno al otro? ¿Mantener las conversaciones al mínimo? ¿Pretender que somos unos completos desconocidos?

      —Esto no es ninguna broma, señor Knight.

      —Nick.

      —Estoy segura de que Emily te mantendrá al día de lo que estamos haciendo.

      —Lo dudo mucho. Cuando ha estado bajo mi mismo techo, ha sido todo lo breve que ha podido —respondió él, algo apenado.

      —Eso debe de ser muy difícil para ti —comentó Rebecca, sintiendo algo de compasión por él—. Ver que se te niega el contacto con tu hija y que, cuando ella se convierte en una adolescente, se tiene delante a una mujercita que resulta una desconocida.

      —Gracias —dijo él, de un modo que le dejó muy claro que no le agradaba hablar de sus sentimientos.

      —Bien —continuó ella—. ¿Hablamos ahora de aspectos más técnicos de este… acuerdo?

      Estuvieron unos minutos discutiendo los temas legales de su contrato, que se haría por escrito y se le mandaría a Rebecca al cabo de uno o dos días. Cuando ella se puso de pie para indicar que la reunión había terminado, se sorprendió mucho al ver que Nick no se levantaba.

      —¿Es todo? —preguntó ella.

      —Pensé que era yo el que estaba haciendo la entrevista —dijo él—. Tal vez haya un par de cosas que te quiera decir.

      —¿Y las hay?

      —De hecho, sí.

      —En ese caso, pregúntame —comentó ella, desconcertada, dejándose caer de nuevo en la silla.

      —En primer lugar, espero que comáis y cenéis conmigo cuando esté en casa. No pienso comportarme como un intruso en mi propia casa para satisfacer tus extraños deseos de soledad. Tengo que admitir que, por mi trabajo, paso mucho tiempo en el extranjero y que mi vida social no me da tiempo para mucho pero, cuando esté en casa, quiero aprovechar tu presencia para mejorar mi relación con Emily.

      De nuevo, Rebecca notó que él se ponía a la defensiva y no pudo evitar sentir simpatía por él. Parecía que no le gustaba que nadie viera sus sentimientos bajo la armadura que los cubría. Estaba tan acostumbrado a controlar a las personas que no le gustaba admitir que no podía controlar a su hija.

      Rebecca asintió pero no articuló palabra.

      —Y —añadió él, poniéndose de pie—… solo una cosa más. Me gustaría decirte que has cambiado —afirmó él, dejando a Rebecca boquiabierta—. Sé que me has reconocido. Lo vi en el mismo instante en el que me miraste. Ha pasado mucho tiempo, ¿verdad? ¿Es que acaso creías que no te recordaba? No tienes el tipo de rostro que se olvida fácilmente. Además, casi no has cambiado. De hecho, parece que los años no han pasado por ti, pero tu actitud sí que ha cambiado. Si me acuerdo bien, estabas llena de vida, deseando agradar —concluyó, acercándose a ella.

      La voz de Nick se había convertido en un susurro, lo que hizo que ella se sonrojara. ¿Acaso creía que iba a empalagarla de nuevo con el encanto que desprendía?

      —Nuestros caminos se cruzaron solo durante un par de semanas —dijo ella.

      —¿Por qué no diste muestras de haberme reconocido?

      —¿Y por qué no las diste tú?

      —No sé. Me imaginé que tendrías tus razones. De todos modos, no tenía nada que ver con lo que estábamos hablando. Después de un rato, me intrigó el hecho de saber si se te escaparía algún comentario. No has perdido todavía la necesidad de decir lo que te pasa por la cabeza, ¿verdad? Noté que estabas deseando hacerlo antes de que me sentara —observó él—. ¿Por qué me dejaste hace todos esos años? Nunca te molestaste en explicármelo. Te vi por última vez en aquella fiesta, de espaldas, riendo, con una copa de champán en la mano. Y eso fue todo. Rechazaste cortésmente todas las llamadas que te hice.

      —No me puedo creer que eso te haya estado preocupando todos estos años.

      —¿Y quién ha dicho que haya sido así? —preguntó él—. Sin embargo…

      —¿Qué?

      —Te vi allí, en aquel despacho y volví a recordarlo todo. Es tan sencillo como eso. Y con el pasado vinieron las preguntas que nunca te molestaste en contestarme cuando decidiste desaparecer.

      —¡Y tampoco pienso contestarlas ahora! —exclamó ella—. ¡Y esa es otra condición! Yo haré mi trabajo pero no habrá nada personal entre nosotros.

      —Entonces, te sugiero que te lo recuerdes todas las mañanas cuando te despiertes porque puedo sentir el calor que emana de ti como si fueras un horno. Si te pusiera un dedo encima, te aseguro que te devorarían las llamas. ¡Puf! Así de fácil. Incluso estás temblando, no te molestes en negarlo. Sin embargo, no habrá nada personal entre nosotros. Además, yo ya tengo pareja por si acaso te habías olvidado.

      Con grandes zancadas, se dirigió a la puerta y se quedó allí unos segundos, mirándola.

      —Hasta dentro de unas pocas semanas, Rebecca. Espero que no te plantees dejarme tirado solo por nuestra breve relación en el pasado. Estoy seguro de que has crecido lo suficiente como para darte cuenta de que le harías un flaco favor a mi hija por unos motivos completamente erróneos.

      Y con esas palabras, desapareció.

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