Amor clandestino. Кэтти Уильямс
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—Sin embargo, antes fue tan rápida en juzgarme, señorita Ryan, que pensé que estaría deseando colocar todas las piezas del rompecabezas que representa mi relación con Emily —replicó él, cáusticamente—. Es decir, no creo que tenga mucho sentido ponerse a sacar deducciones si solo sabe una parte mínima, ¿no le parece?
—Nada de eso es asunto mío —dijo Rebecca, sonrojándose. Se sentía agobiada por la mirada de él y las ropas que se había puesto—. Además, la señora Williams va a regresar en breve…
—Pero estoy seguro de que volverá a marcharse si ve que no hemos terminado.
—¿Que no hemos terminado con qué? No creo que haya nada más que yo pueda decirle en este asunto. Si usted quiere, estoy segura de que la señora Williams le puede recomendar a alguien…
—No me gustaría que usted se quedara con una mala impresión mía, señorita Ryan. Sé que su conciencia no podría soportarlo si pensara que va a mandar a mi hija a una vida de miseria y desesperación en manos de un padre poco cariñoso y siempre ausente.
—¿Por qué iba yo a pensar todo eso?
—Porque si Emily le fue corriendo a contarle lo que había pasado, entonces es mucho más que probable que le confiara todos los detalles de su infeliz vida familiar. Yo no nací ayer, ¿sabe?
—Bueno, ella mencionó un par de cosas, de pasada —admitió Rebecca.
—¿Le importa darme más detalles?
—Sé que usted y su esposa se separaron cuando ella tenía dos años y que su madre la llevó a vivir a Australia.
—¿Le dijo ella también que hice todo lo posible para mantenerme en contacto con ella pero que, años más tarde, su madre me informó de que todas las cartas y todos los regalos que yo le había enviado a lo largo de los años habían sido destruidos? Para entonces, su madre le había inculcado que yo era el lobo feroz que la había obligado a divorciarse a pesar de que ella no quería y que, entonces, no contento con eso, la había obligado a huir a los confines de la tierra.
Aquello no era precisamente lo que ella sabía. Sin embargo, no lograba entender por qué él quería darle tantos detalles pero sabía que, como profesora de Emily, tenía el deber de escuchar. Era evidente que él se sentía culpable de la situación y era su modo de aliviarse. Además, sabía que si buscaba el término medio entre lo que Emily le había contado y lo que le estaba diciendo su padre, encontraría la verdad de la historia.
—Cuando Veronica murió, me encontré con una hija a la que no conocía y que parecía incapaz de aceptar los generosos esfuerzos que nosotros hacíamos para allanar las dificultades.
—¿Nosotros? —preguntó Rebecca. Emily no le había mencionado ninguna madrastra ni ninguna mujer en absoluto, pero sabía perfectamente que él no era un hombre aficionado al celibato.
—¿Es que no le ha hablado de Fiona?
—¿Es Fiona su esposa?
—Es mi novia. Mi querida ex-esposa me hizo aborrecer la institución del matrimonio.
—No, Emily no mencionó a Fiona.
—Me sorprende. Fiona hizo todo lo posible por conocerla.
Rebecca pensó que probablemente Emily había reaccionado negativamente ante el intento de que alguien tratara de reemplazar a su madre.
—Bueno, estoy seguro de que usted y su novia podrán resolverlo todo satisfactoriamente —dijo Rebecca.
En aquel momento, llamaron a la puerta y la señora Williams asomó la cabeza, cuestionándoles con la mirada. Rebecca sonrió, aliviada, pero aquella sensación solo le duró unos segundos.
—Todavía no hemos terminado —dijo él—. Tal vez usted pudiera darnos otra… ¿media hora? —preguntó, mirando el reloj. A la directora no le quedó más remedio que salir y cerrar la puerta—. ¿Dónde estábamos?
—Estábamos de acuerdo en que todo iría bien cuando Emily regrese con usted. Estoy segura de que su novia estará a la altura de las circunstancias y les dará a los dos el apoyo que necesitan.
—Bueno, ahora, no estoy seguro de que quiera poner a la pobre Fiona en esta situación…
—Si ella lo ama —replicó Rebecca con firmeza—, entonces deseará ayudarlo a usted. Y a Emily.
—Sí, estoy seguro de que a ella le encantaría hacerse indispensable, pero es que yo no quiero que eso ocurra.
—Entiendo. Bueno, eso es algo que tienen que solucionar ustedes.
—Pero entonces, volvemos al problema de mi hija. Está embarazada y necesita que le den clase. Aunque encontrara el tiempo suficiente para las entrevistas de los posibles candidatos, paso mucho tiempo en el extranjero y no podría supervisar cómo van las cosas. Y usted tiene que admitir, conociendo a Emily como la conoce, que la supervisión va a ser indispensable.
—No será necesaria si encuentra a alguien en quien pueda confiar.
—Me alegro de que haya dicho eso —dijo él, sonriendo como una barracuda que finalmente ha conseguido su presa—. Porque usted va a ser la tutora de Emily —añadió, reclinándose para contemplar la reacción de Emily.
—Lo siento —respondió ella, sorprendida—. Pero me resulta imposible…
—¿Por qué? Este asunto es de lo más desgraciado y usted misma ha afirmado que la única oportunidad para Emily es tener un tutor en casa. Ella confía en usted, que es lo primordial. Según dicen, es una buena profesora, capaz de hacerla aprobar sus exámenes. Y yo no tendré que supervisar la situación si sé que quien está con Emily es una persona digna de confianza. Entonces, ¿cuál es el problema?
—El problema es que yo ya tengo trabajo, por si no se ha dado cuenta. Yo no puedo dejarlo todo a un lado y aceptar un trabajo temporal solo porque a usted le interese.
—Sería por Emily. Si se interrumpe su proceso de enseñanza ahora, no tengo que explicarle en lo que se convertirá su vida. Suponga que encuentro a alguien para que se ocupe de ella en casa y le dé clases —dijo él, como si aquella tarea fuera como buscar una aguja en un pajar—. Usted conoce igual que yo a mi hija. De hecho, si cabe, hasta mejor que yo. Se comería viva a la persona que viniera a casa. O, si no, se aseguraría de trabajar el mínimo para hacer que el período que cada tutor pasara en casa no fuera superior a quince días, lo que de nuevo anularía su proceso educativo. Cuando se diera cuenta de lo que había hecho con su vida, querría arreglarlo pero, ¿cree usted que encontraría fuerzas para hacerlo con un bebé a su cuidado? Sería mucho más fácil dejar que yo la mantuviera y, cuando se aburra, empezará a trabajar en cualquier empleo mal pagado, desperdiciando completamente sus habilidades.
—Bueno —dijo Rebecca—, todo eso me parece un poco exagerado, señor Knight. Estoy segura de que…
—De lo que está segura es de que, al fin y al cabo, no se quiere ver implicada en todo esto. Ha pronunciado sus palabras de sabiduría pero se niega a ir más allá.
—¡Yo no estoy diciendo eso en absoluto! —protestó ella. ¿Cómo se atrevía a implicar que le daba igual lo que pasara con Emily?