Amor clandestino. Кэтти Уильямс
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—Creo que, desde mi punto de vista, es algo bastante importante. A los pobres trabajadores normales y corrientes nos gusta tener un poco de seguridad en nuestro trabajo, ¿sabe?
La señora Williams volvió a llamar a la puerta y asomó de nuevo la cabeza. Cuando estaba a punto de hablar, él le dijo que necesitaban seguir hablando.
—Acabo de hacerle una pequeña proposición a su profesora estrella —respondió él.
Al ver que la directora levantaba las cejas como si no entendiera, él le contó todos los detalles. Mientras hablaba, Rebecca lo contemplaba. Cada vez que la directora estaba a punto de salir con una objeción, él se le adelantaba hábilmente, como un artista del trapecio.
Finalmente, él le dijo que la escuela recibiría una sustanciosa compensación monetaria si dejaba marchar a Rebecca inmediatamente.
—¡No! —protestó Rebecca—. Eso solo ha sido una idea del señor Knight. Estoy segura de que usted, señora Williams, le podrá recomendar a algunos candidatos para ser tutor de Emily en la zona de Londres. ¡Dios mío! ¡Debe de haber miles!
—Sí, estoy segura de que…
—No —dijo él antes de que la mujer pudiera acabar—. Creo que tal vez las dos me hayan interpretado mal. Como ya le he explicado a la señorita Ryan, Emily resultará una alumna muy difícil para cualquier tutor privado, menos para la persona que sepa cómo manejarla. Y ese es el caso de la señorita Ryan. Me doy cuenta de que será muy difícil dejarla marchar hoy pero, ¿cuándo es el final de este trimestre? ¿Dentro de quince días? Así tendrá todas las vacaciones de Navidad para encontrar una sustituta. Y, como ya he dicho antes, yo le pagaré generosamente por los inconvenientes.
En aquel momento, la directora pareció dudar. Rebecca sintió como si le pusieran una red sobre la cabeza, pero no estaba dispuesta a dejarse atrapar. Nicholas Knight no era santo de su devoción y no le apetecía en absoluto pasarse meses bajo su techo.
—Tengo una responsabilidad con las niñas a las que doy clase —insistió Rebecca.
—Pero, en estos momentos, esas niñas no requieren el mismo nivel de compasión que mi hija. Será cuestión de unos pocos meses. Estoy seguro de que puede concedernos ese tiempo.
—Depende totalmente de usted, señorita Ryan —dijo la señora Williams—. No creo que sea ningún problema encontrar una sustituta hasta que usted regrese.
—Sí, pero… No me parece muy ortodoxo. Y, de todos modos, ¿se ha parado a pensar que tal vez Emily pueda no estar de acuerdo con este plan? Tal vez no quiera verse perseguida por su profesora.
—Mi hija tendrá que aceptarlo —replicó él bruscamente—. Y se lo dejaré muy claro en cuanto la vea. Ya no puedo cambiar esta situación, pero no pienso permitir que siga cometiendo estupideces. Tiene dieciséis años y tendrá que hacer lo que yo le diga.
Rebecca se echó a temblar. Evidentemente, aquel hombre no sabía nada de chicas adolescentes, y mucho menos como Emily. Su idea de controlar completamente la situación podría hacer que su hija se escapara y entonces no tendría ninguna opción. Rebecca sintió como si la red la envolviera completamente, impidiéndola escapar.
Aceptaría el trabajo. Él tenía razón. Solo sería cuestión de unos pocos meses durante los cuales ella se aseguraría de que él no recordara el breve pasado que habían compartido. Lo evitaría constantemente. Seguía recordando lo que él le había hecho sentir todos esos años atrás. Entonces era joven e inocente, pero evitaría a toda costa que él pudiera volver a metérsele bajo la piel.
—De acuerdo —respondió ella por fin. Él respiró aliviado, como si efectivamente hubiera contemplado la posibilidad de que ella lo rechazara—. Pero tendremos que discutir todo esto con gran detalle antes de que me comprometa totalmente.
—Pensé que ya se había comprometido. O está de acuerdo o no lo está.
—Trabajaré para usted si usted se amolda a mis condiciones.
—No se preocupe. El dinero no es ningún problema.
—¡Yo no estaba hablando de dinero!
—¡Por favor! —intervino la señora Williams, sonriendo—. Creo que, efectivamente, deberían discutir este asunto en detalle. Estoy segura, señor Knight, de que usted entenderá que la señorita Ryan puede tener algo de recelo. Sin embargo, ahora necesito mi despacho porque tengo una reunión con el administrador dentro de cinco minutos. ¿Por que no continúan su conversación en la sala de profesores?
—¿Por qué no continuamos esta conversación en sus habitaciones? —sugirió él, poniéndose de pie—. Así podríamos hacerlo mucho más en privado y no daremos lugar a comentarios. Vamos a hablar de su sueldo, a pesar de su aparente aversión por el dinero, y usted no querrá que sus compañeros sepan el dinero que va a ganar, ¿verdad? ¡Creo que se irían a trabajar todos de tutores a Londres!
—Esa es una idea espléndida —respondió la señora Williams, adelantándose a Rebecca.
La directora los acompañó a la puerta, encantada con el giro que habían tenido las cosas.
—Pero… —empezó Rebecca.
—Pero nada —le dijo él, empujándola para que saliera del despacho—. Ya ha oído a la señora Williams.
—Supongo que está acostumbrado a explotar a las personas, ¿verdad? —le espetó ella, en cuanto no los pudo oír nadie.
—¿Cómo dice? —preguntó él, intentando parecer inocente—. Yo me limito a aprovecharme de las circunstancias, señorita Ryan. Tal vez debería llamarla Rebecca. No me gustan los tratamientos formales entre jefes y empleados. Así, estos están más cómodos. Y yo me llamo Nick —añadió, con una sonrisa.
—¿Por qué Emily no lleva su apellido? —preguntó Rebecca, guiándole a través de los pasillos hasta la zona de los dormitorios.
—Porque para cuando Emily nació, Veronica y yo estábamos tan desilusionados el uno con el otro que ella hizo precisamente lo que sabía que me haría más daño.
En ese momento, llegaron a las habitaciones de Rebecca. Ella abrió la puerta de un pequeño pero cómodo salón. Estaba amueblado con un sofá, un par de sillas, dos mesas y unas estanterías llenas de libros. Él empezó a mirar los títulos mientras ella lo observaba, preguntándose si él pensaba que aquella era una visita social.
—¿Por qué preferiste vivir en el colegio? —preguntó él—. ¿No hubiera sido mucho más fácil para una mujer joven vivir en la ciudad?
—No.
—¿Por qué no? ¿Te importa si me siento? —preguntó, haciéndolo sin esperar que ella respondiera.
—¿Le apetecería algo de café? —preguntó ella, señalando la pequeña cocina.
—No, gracias —respondió él, recorriéndola con la mirada—. ¿Por qué no te sientas? No pareces estar muy cómoda ahí de pie.
Rebecca se quitó la chaqueta y se sentó en una de las sillas, enfrente de él.