Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray

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Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray

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prohibirles que lean a Dostoievsky!” ¡Por eso aquello me parecía un mamarracho!

      En esto de evitar las prohibiciones, sobre todo las culturales, seguramente coincidían con Walsh aunque coyunturalmente no se entendieran.

      Usted ha dado una larga y personal apreciación de Walsh en la mi­litancia política que le conoció. ¿Y cómo lo veía como escritor?

      Fresán: Para escribir un cuento, le costaba sangre, sudor y lá­grimas; le preguntabas por el cuento y decía “no, lo estoy traba­jando”. Se podía pasar ocho meses con un cuento, como si fuera una novela. Y alguno, años. Con Los oficios terrestres no termina­ba nunca porque siempre había que correr una coma o retocar un adjetivo. Era un obsesivo. Íbamos con Rodolfo al Tigre y mientras uno se rascaba las pelotas él se la pasaba laburando y laburando. Creo que él llegó a lo que llegó porque nunca pudo ejercer el pla­cer. Nunca. Intelectualizaba todo. Yo nunca me acosté con él, pero seguro que si estaba cogiendo, estaba sabiendo que el glande, que no sé qué historia…; un enfermo. Yo también soy un enfermo di­ciendo lo contrario. Lo que pasa es que yo me divierto como loco.

      Acerca de la lentitud para cerrar un trabajo literario, como se anima a señalar Fresán, Walsh dejó escrito algunos años después que “En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento(…), la literatura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez”.

      Para sumar aunque sea un par de miradas, breves, sobre el Walsh instalado en el Tigre, período muy importante desde el punto de vista de su producción literaria, tomamos algún recuer­do de Brascó y de la Mazzaferro.

      ¿Siempre mantuvo una relación cercana con Rodolfo, incluso en las épocas que pasaba en el Tigre?

      Brascó: Siempre mantuve una relación cercana con Rodolfo. Incluso, sí, cuando se va al Tigre. Fui varias veces, salíamos a pes­car. Conmigo mantenía otro diálogo, que no era el político. Con Paco, cuando se hizo revolucionario, nos alejamos. Con Rodolfo siempre nos vimos hasta que entró en la clandestinidad.

      ¿Cómo veía el ánimo de Walsh en el Tigre?

      Brascó: Yo lo recuerdo escribiendo. Separado del mundo por­que estaba escribiendo su libro. Eran los cuentos de los irlandeses, si no recuerdo mal. Luego fue tomado por la literatura política. En el Tigre llevaba una vida muy austera. Era muy afectivo. Era un tipo muy masculino, con mucho glamour de espíritu. Un tipo del estilo de Adolfito Bioy Casares en la buena época. ¿Mujeriego? No. Siempre tuvo mujer. Yo le conocí a Poupée, a Pirí…Yo tenía cola de paja porque me había separado del grupo, políticamen­te hablando, y me daba la impresión de que me veían como un tipo de derecha.

      ¿Qué otros amigos iban por el Tigre a verlo? ¿David Viñas?

      Brascó: …-se atraganta pero opina-. Rodolfo hablaba mal de Viñas, le parecía un… -dice algo no muy dulce-. Eran antípo­das. Rodolfo era como un inglés, medido, educado; el otro era…

      Lilia Ferreyra dice que Walsh quería a Viñas.

      El propio Viñas nos ha contado alguna vez -en un reportaje que le hice y elaboré para el diario Perfil, que quedó inédito por el abrupto cierre del matutino-, los buenos ratos de charla que tuvo con Walsh cuando compartían el mismo edificio sobre la calle Cangallo, y en el Tigre. A pesar de los parciales desacuerdos po­líticos, Viñas recuerda que la pasaban muy bien charlando y que los temas que compartían con más gusto eran la admiración por los caballos y por William Shakespeare1.

      Siendo tan “inglés” ¿Por qué Rodolfo se enamoró de Pirí, que des­de su óptica, no era muy “inglesa”?

      Brascó: Es un misterio para mí porque Pirí no era una mucha­cha atractiva. Era desagradable. Rodolfo y Poupée tenían una sim­biosis…-muy positiva-. Pirí lo sedujo -le quita el cargo a Walsh-. Fue muy jorobado porque era la mejor amiga de Poupée. Ella te­nía algo maligno. Tenía sí una personalidad seductora pero la que la superaba cien veces era Lili Mazzaferro.

      Rodolfo era un tipo muy calculador en el buen sentido de la pa­labra -y se le vuela este recuerdo del 65 al futuro 76-. Jugarse tan a fondo tenía sentido si después de eso venía la revolución. Pero no había ninguna chance.

      La citan como “muy seductora”, Lili. ¿Usted también visitó a Walsh en el Tigre?

      Mazzaferro: Sí, lo visité y tengo un recuerdo triste de allí -aun­que coincide en que en aquellos días Walsh escribía mucho-. En el Tigre ya Rodolfo tenía una mala relación con Pirí. Me acuer­do que una vez, después de una discusión, Pirí, lo mejor que hace, es tirarle los anteojos al río; yo ese día me levanto tempranito y lo veo en el medio del río en su barquito, me acerco y lo veo con la soguita y le digo “qué hacés, parecés un chico” y empezamos a char­lar, estaba raro porque sin los anteojos Rodolfo era completamente chicato; y le digo “qué te pasa”, y entonces sale Pirí hecha una fu­ria… Le dijo de todo a Rodolfo a los gritos y Rodolfo que le dice “pero andate a la mierda, Pirí”.

      Retomamos el hilo de la charla con Juan Fresán en su original departamento cercano a Plaza San Martín porque sin querer nos fuimos de época: lo del Tigre será ya vuelto de Cuba.

      ¿Y en qué coincidían con Walsh?

      Fresán: ¿En qué coincidíamos con Rodolfo? En que los dos poníamos un gran vigor en lo que hacíamos, en nuestros diferen­tes metiers.

      Vigor y conocimientos…

      Fresán: Rodolfo trataba de safar de…-intenta poner en pala­bras esquivas, definiciones que están en las sombras de su pro­pio pensamiento-. Él cada vez se despojaba más. Tenía terror a su erudición. No era nada pajero para escribir. Teniendo la cul­tura que tenía, podría ponerse a hablar que ¡En el siglo catorce…! No, no. ¡Controladísimo! Él jamás ponía dos adjetivos. Se le ocu­rrían catorce, pero tenía que ser ése o ése. Y se pasaba dos meses pensando cuál ponía.

      Y hasta a veces se preguntaría si poner uno…

      Fresán: Seguro. Con rigor. En vez ahora… (los periodistas o escritores) se florean. Hacen malabarismos. ¡El ego…! -y hace gestos francamente despreciativos hacia esos intelectuales que se florean.

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