Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray

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Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray

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que políticas.

      Se debe acordar también de Juan Fresán…

      Brascó: Sí, Juan Fresán y su mujer de entonces, que era esta chica Mastrolini, que ahora está casada con Julio Crespo, de La Nación.

      ¿Cómo se comportaba Rodolfo en ese marco? ¿Hacía de dueño de casa?

      Brascó: Bien. Participaba. Había charlas más bien literarias y hacíamos juegos de ingenio. Más que nada Vitani hacía de due­ño de casa; porque estaba casado con la madre de Poupée, de ahí viene la relación. Eran reuniones muy ingeniosas. Muy buen ni­vel. Noé Jitrik debe haber venido alguna vez.

      ¿Qué eran esos juegos de ingenio?

      Brascó: Se hacían representaciones mudas sobre frases litera­rias que había que deducir a partir del idioma gestual. O lo de los Cadáveres Exquisitos.

      ¿Cómo era el juego de “los cadáveres exquisitos”?

      Brascó: Esa era la práctica de los surrealistas franceses que consistía en escribir un poema línea por línea. Cada uno escribía una línea, sin saber qué escribió el anterior, con el papel doblado; después se abre y se lee, y a las dos o tres vueltas empieza a haber una especie de coherencia.

      Se tomaría whisky y no había comida. Eran reuniones largas, había disponibilidad del tiempo nocturno.

      Quisimos no dejar pasar este momento para contar por boca de Poupée Blanchard, la anfitriona, que es cierto que en aque­llas noches bohemias no se compartía una cena formal pero que la comida de los viernes eran tortas, cosas dulces. “Teníamos per­sonal…-deja claro que ella no era repostera sino que su personal de servicio lo era-. Comenzábamos a eso de las diez de la noche y se suponía que cada uno venía comido. Había whisky, café y nos quedá­bamos hasta tarde. Se hacía de día cuando andábamos por la calle, de­sayunábamos por ahí…”.

      ¿Usted de qué año es, Brascó?

      Brascó: Yo soy de todos los años…-no deja espacio para la re­pregunta y sigue con las reuniones de los viernes-. Estuvo Frondizi alguna vez. Yo recuerdo haber estado con Frondizi, con Rodolfo y con Poupée allí, en esa casa. Y le preguntaba en qué medida el po­der tenía una fascinación que iba más allá del control conciente.

      ¿Y qué le decía don Arturo?

      Brascó: No me daba pelota. Y a la cuarta vez, me miró, se gol­peó la pierna y me dijo “¡¡es irresistible!!”.

      Y eso que todavía no era presidente.

      Brascó: No, era candidato, pero ya estaba… Yo seguí frecuen­tando después a Frondizi. Incluso presentó un libro mío, un li­bro de cuentos.

      ¿Por qué fue tan rápida la desilusión con Frondizi?

      Brascó: Con todo el proyecto -que elaboró el grupo Smuckler- fuimos a ver al Ministro de Cultura, que era un experto en derecho agrario… “Bueno, nos dijo, vayan a ver al profesor Nicolás Babini, que está a cargo de todo el sector de cultura”. Nosotros éramos el equi­po al que nos habían encargado el proyecto y esa noticia -que ya había un responsable de cultura- nos pareció rara. Fuimos a ver­lo a Babini, lo felicitamos por el cargo y nos contó que él no sabía nada acerca de la existencia de un equipo que estaba elaborando un proyecto de cultura. Y nos dijo también que el responsable del área sería Ismael Viñas y que el proyecto era cerrar la secretaría de cultura por seis meses para elaborar un proyecto… “¡Dejenmé el proyecto que lo vamos a considerar!”.

      Y todavía están esperando la respuesta a sus consideraciones…

      Brascó: Cerraron la secretaría por seis meses -en síntesis, tu­vieron que guardarse el proyecto en el tracto anal.

      ¿Walsh formó parte de ese grupo “frondicista”?

      Ahora -revisa su memoria-, lo de las prácticas de tiro en el polí­gono que le digo, tienen que haber sido cuando él ya había vuelto de Cuba, porque recuerdo de haber ido allí y él tenía armas che­cas que se trajo desde la Isla. Estaban probando un arma larga de calibre bajo, checa. Estaban tirando a blancos movibles. Yo era muy buen tirador cuando era chico, y me dieron el arma, tiré y en el primer tiro hice blanco. Devolví el arma y no tiré más. Me que­dé con el triunfo -quiere decir que dejó calentitos a los expertos.

      ¿Era un tipo simpático Rodolfo?

      Brascó: Muy simpático -acá tampoco deja lugar para la repregunta.

      ¿Coincide en que eran reuniones divertidas, Lili?

      Mazzaferro: …eran reuniones llenas de vida. Después de las diez comenzaban a llegar. Alguna pizza o algo para picar…-nin­gunea la comida y subraya lo que viene-, eran reuniones de ingenio.

      ¿Dónde estaba el ingenio?

      Mazzaferro: …-intuye el desafío y dobla la apuesta-. Yo le di­ría: llenas de genios.

      ¡¡Qué humildad!!

      Mazzaferro:… Se ríe y reconstruye-. Poder exponer las ideas mías con respecto a la vida, a un libro, a la música; y se armaban discusiones llenas de vida. Y Miguel que salía con un domingo siete y nos moríamos todos de risa. Estaba Montoya, un amigo de Poupée, que era tan ingenioso que me podía llegar a tirar al sue­lo de risa. Yo le decía que se alejara porque tenía olor a pies su­cios. Él decía: “ustedes se bañan y se bañan, se lastiman la piel y no se limpian. Hay que hacer como yo, pongo en el suelo una toalla, me siento ahí desnudo y empiezo a fregarme con la mano y así me saco to­das las impurezas que tengo” -se sigue cayendo de la risa, como an­taño-. ¡Sin agua!

      Nosotros teníamos una reunión de almuerzo -abre el foco de sus recuerdos-, todos los días, con Miguel y otros, y comíamos comida árabe. Pirí era…, yo no he visto a nadie manejar las ma­nos como a ella. Ella no hacía comidas bien presentadas pero ha­cía unas cosas riquísimas. Pirí estaba muy loca, muyyyy loca, Pirí se lo sacó así de las narices a Rodolfo (a Poupée).

      ¿Y con qué se divertían los genios?

      Mazzaferro: Con “Los cadáveres exquisitos”. Con “Las chara­das”. Esos eran los juegos. Los enigmas para contestar. Nos divi­díamos en dos grupos. Eran las cuatro de la mañana y seguíamos jugando.

      ¿Qué eran “las charadas”?

      Mazzaferro: “Las charadas” eran tarjetitas; tenías que aguzar el ingenio y usar la mímica. Era una maravilla. Me acuerdo pa­tente el nombre “Contrapunto” en una tarjeta. Esa le tocó una vez a Brascó. Los compañeros no lo entendían…

      ¿Mucho alcohol?

      Mazzaferro: No se tomaba casi…

      ¿Droga?

      Mazzaferro:

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