Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray страница 3
Además, Walsh tenía sólo 87 días en la Isla. Apenas empezaba a aprender qué estaba pasando en este paisito que sorprendía al mundo, incluso a los hombres más expertos en política internacional. Incluso a aquellos que para sus análisis, tenían a su disposición todo el dinero que quisieran, todos los espías que se les antojaran y hasta la tecnología de punta más sofisticada para ver y oír allí en donde no llegan los oídos y los ojos de un hombre de carne y hueso.
Su papel se resumía a accionar sobre el teclado.
Sobre el teclado debía defender a la revolución cubana y estaba dispuesto a ello. ¿Que conocía de esta revolución? En realidad, casi nada. Ni dentro de las tropas revolucionarias había unidad teórica profunda. La había en lo central: contra la dictadura de Fulgencio Batista, y contra los yanquis hasta cierto punto. Walsh no conocía mucho más de lo que conocía todo el mundo. Y no tenía el espíritu revolucionario de los combatientes cubanos. No era cubano. No era marxista. Tenía una formación política de raíz conservadora y una actitud antiimperialista un tanto cándida. No cuestionaba, por lo menos a fondo, al capitalismo.
En la cabeza de Walsh, Cuba provocó una revolución. Una revolución que lo arrasó.
El desarrollo de la guerra revolucionaria de los barbudos cubanos, que culminaría formalmente el 1º de enero del 59 con la entrada de tropas guerrilleras en La Habana y con la toma del poder político en esa capital nacional, era, de a ratos, tema de debate en el café La Paz, en Buenos Aires, allá por 1957 y 1958. La debatían algunos círculos de pequeñoburgueses a la salida del cine Lorraine o del Arte, o luego de las jornadas de trabajo que en algunos casos, por sus características, se extendían hasta las mediasnoches. También era tema en los cafés apéndices de las facultades. Y en alguna reunión de insinuados en las artes de la literatura, de la poesía, del cine, de la actuación y hasta del humor, pizza por medio o no, casi siempre rodeada de vino tinto o de whisky.
Claro que ese debate en los cafés porteños sobre la guerra revolucionaria centroamericana no tenía como parámetro a la obra de Karl von Clausewitz, clásica, y menos aún, a la de Mao Tse-tung, flamante. Prevalecía el asombro y el costado aventurero, llamativo. En algunos tenían cierto peso los potenciales rasgos antinorteamericanos. No mucho más.
En diciembre de 1957 salió el libro Operación Masacre. Walsh estaba contento con su trabajo2. Seguramente aún no tenía dimensión de lo que estaba logrando aunque él mismo dejaría claro más adelante cómo estaba impactando en sí mismo: “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que, además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior”3.
Sin duda que para husmear cómo andaba la venta de su libro, una noche de ese verano, tarde, Walsh fue a ver al librero de la delgada Librería Platero que tenía su negocio en la calle Talcahuano entre Lavalle y Corrientes. Aún existe.
Esa noche, apenas unos minutos antes, una señora muy arreglada, vendedora de antigüedades, salía del Teatro Colón tras saborear el Don Juan de Mozart, cruzó la plaza Lavalle y entró a esa librería a revolver libros y a saludar a su amigo Vicente López Perea, uno de los dueños. Cuando Walsh entró, se encontró al librero charlando con una mujer. Los presentó.
-Poupée Blanchard…
-Rodolfo Walsh, mucho gusto.
Walsh no sabía que estaba viendo por primera vez la cara de su segunda esposa y que a través de ella conocería a la tercera. Demasiado para una sola presentación. Walsh era imaginativo pero no tanto.
Poupée Blanchard:…apareció Rodolfo, sí. Charlamos…-entrecierra los ojos para reconstruir los hechos que viven en la penumbra de su memoria-. Vicente cerró y nos fuimos a mi casa a tomar algo y luego jugamos a una especie de mímica que improvisamos en ese momento. Era un juego que estaba de moda en Estados Unidos, “si fueras…, tal cosa”; por ejemplo, una planta. Entonces tenías que hacer la mímica para que descubran qué eras.
Había otra persona esa noche, otro hombre, no me acuerdo quién. Esa reunión fue un éxito, una cosa infantil. ¡Nos divertimos!
Estela Poupée Blanchard, verdadera promotora y protagonista de encuentros sociales, noctámbulos, instituyó que reuniones de este tipo se hicieran todos los viernes e invitó a numerosos amigos. Ya tenía la fértil “escuela” de su amiga querida Pirí Lugones. Reuniones abiertas a que cualquiera trajera al amigo que quisiera aunque de hecho se sabía que había cierta exigencia intelectual. Poupée vivía con su mamá en un departamento arriba de su negocio, en la calle Montevideo casi Charcas. La puerta de acceso era la de Montevideo 1009. El departamento en donde vivían era algo así como un segundo piso, luego de un entrepiso importante, e incluía el área que aparece sobre la puerta número 1005. Dos únicos ventanales dan a la calle.
¿Presentación y flechazo?
Poupée Blanchard: Allí comenzó la relación con Rodolfo pero no crea que fue así, un levante apresurado, no, no, la verdad es que era bastante tranquilo. Estábamos en plena campaña de Frondizi. Comenzamos a noviar, sí, pero varios meses después…
No pueden haber sido demasiados meses porque el 58 tuvo nada más que doce y porque la campaña política de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI) que impulsaba a Arturo Frondizi a la presidencia no fue eterna, por más laxa que haya quedado en la memoria de la Blanchard. Las elecciones fueron el 23 de febrero y Frondizi asume la presidencia el 1º de mayo de ese año.
De estos hechos “no apresurados”, Poupée apresura y arriesga una primera característica de Walsh y proyecta una segunda. La primera, que Rodolfo resultaba ser un tipo muy divertido. La otra característica es mucho más delicada e intenta explicarla.
Poupée Blanchard: Rodolfo tenía una actitud para la orfandad. Era un huérfano integral. Su mamá no le daba bolilla. Su mamá amaba a su otro hijo, marino -se ríe y reconoce que tal vez se exceda en su interpretación psicoanalítica-. De este hermano sacó un amor, pero un amor violento por las fuerzas armadas. ¡¡Él quería ser igual que el hermanito!! Porque él quiso ser marino pero lo bocharon en dibujo, según me contó. A falta de marino, le quedó hacer una forma de vida militar cuando comenzó en Cuba lo de los bombardeos de Estados Unidos. ¡Bah! Estados Unidos oficialmente no. ¡Pero venían de allí!
Poupée Blanchard es del 20 y si bien por nacimiento es porteñísima, su figura y su estilo destiñen y suman además algo de aristocrático, algo de avenida Quintana. Sirve un té de piropeado aroma mientras docenas de objetos de color, llamativos y divertidos, espían la charla desde los cuatro costados de su pequeño departamento céntrico. Poupée es menuda y elegante, con una alegría envidiable y una capacidad fantástica para disfrutar cada detalle del té porque la taza tiene su historia y porque hasta los bizcochitos que acompañan merecen un comentario. También sabe disfrutar de la charla:
¿Cuál fue esa forma de vida militar por la que optó Walsh?
Poupée Blanchard: Ante esos bombardeos, Fidel, que tenía aquella cosa grandilocuente y griega, llamó a la defensa de la Patria. Los civiles se podían poner el uniforme. Por supuesto Rodolfo se lo compró el primer día. Y segundo, hacer condiciones de tiro, cosa que Rodolfo hacía puntualmente, además, ¡con una puntería! Rodolfo tenía un dominio de sus actos, con inteligencia, todo era cuestión de concentración y podía meter la bala justo, por concentración. Tenía una disciplina, cosa que él le debe a otro de sus enconos, que son los irlandeses, en donde se educó. Unos curas repelentes, católicos e irlandeses. Demasiado. Tipo Savonarola. Él salió así.