Rodolfo Walsh en Cuba. Enrique Arrosagaray

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Rodolfo Walsh en Cuba - Enrique Arrosagaray

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notablemente más corta que la otra y obviamente, rengueaba. Era consecuencia de una coxalgia, una tuberculosis en el hueso coxal que le provocó un menor cre­cimiento en la pierna enferma.

      Poupée Blanchard: …y Rodolfo quedó impresionado con Pirí, como todos! Pirí tenía una carita lindísima. Igual esa relación en­tre Rodolfo y Pirí duró muy poco. Después estuvo con un psi­coanalista. Por Rodolfo ella tenía mucho más sentimiento que Rodolfo por ella. Rodolfo pasaba…-trata de decir que Rodolfo era más “corazón de palo”, pero no le sale-, pasaba más fácil. Tal vez quiso volver por las hijas, las quería mucho.

      Con otro volantazo en las charlas, volvemos a ubicarnos den­tro de las reuniones de los viernes, sin poder evitar cada tanto, al­guna que otra digresión.

      Y Rodolfo ¿cómo era? ¿Qué hacía en aquellas reuniones?

      Timossi: Rodolfo nos leía textos. Nos descubría autores de ese momento. Hacía con nosotros algunos ensayos de criptogra­fía, encriptar y descriptar, que luego le sirvió -pavada de detalle sobre el que volveremos.

      ¿Lindas reuniones? ¿Divertidas?

      Timossi: Eran reuniones muy lindas. A veces jugábamos a los personajes famosos. Una vez hice de Josefina Bonaparte -se ríe sin red y se despatarra en su silla-, una Josefina que templaba como loca y después abría las ventanas y aclamaba al público! Y Paco…-lo invade, como un puntazo, una angustia lejana. No sabe por dónde seguir y el atajo lo encuentra definiendo a Urondo-: Paco era el tipo más transparente del mundo. El más transparente… Un tipo sensacional. La última vez que lo vi acá en La Habana, porque no puedo decir en dónde lo vi otra vez, Paco se agarró una currrrrrrda!! Esa última vez había venido a La Habana invitado por Casa de las Américas, como vino Rodolfo con su mujer Lilia, y Paco se agarró una curda tremeeeeennnnda. Estábamos sen­tados ahí en el malecón. Estábamos felices juntos. Se da vuelta, mira el mar y me dice: “¡Te fijaste Jorgito qué piel tiene ese animal!” -Timossi enmudece por algunos segundos, traga saliva y retoma-. Pero también en esas reuniones estaba Quino…-ahora sí respira alivianado porque el recuerdo de Quino lo ayuda a salir de la an­gustia que lo había puesto contra las cuerdas.

      Sobre Quino -el dibujante Joaquín Lavado, famoso autor de Mafalda-, Poupée menciona un dato importante aunque no haga al fondo del asunto:

      “Quino no iba a casa; iría a lo de Pirí. Estuve muchas veces con él… Quino vivía acosado y asustado por infinitos fantasmas. Lo invita­ban de la radio o de la televisión y no quería saber nada nada, sufría. Pero eso cambió, no sé cómo, pero cambió. Pero a Quino lo conocí en lo de Pirí. Era soltero todavía y vivía en una pensión a donde lo llevó a Rodolfo y vivió allí unos meses porque había una pieza libre”.

      Pero Quino no quiso hablar. Yo le había hecho saber mi interés de conversar con él a través de su editor Daniel Divinski; tuvo la gentileza de llamarme por teléfono y me dijo que no quería hablar sobre el tema porque en aquel tiempo era muy jovencito y porque le duele mucho recordar todo aquello.

      ¿Cómo recuerda usted aquellas reuniones, doctor?

      Barés: …había discusiones muy importantes -gesticula subra­yando peyorativamente eso de importantes-, juegos, mímicas, vino, sí, pero cositas para comer no sé, no recuerdo. Rodolfo no desen­tonaba. Me acuerdo una vez que resultó muy divertido, pero eso fue en lo de Vera Silser, una islandesa. Una cosa en común que teníamos con Rodolfo era que nos gustaban las mujeres, las ar­mas y algunas charlas sobre temas militares. El sabía mucho, te­nía idea de las cosas de armamento… ¡Ah! Le decía que una vez en lo de Vera Silser, yo me disfracé con un traje de policía del no­vio de la mamá de Poupée, Ricardo Vitani, que durante el gobier­no de Cámpora llegó a ser subjefe de policía. Y Rodolfo se puso algo…-no logra definir-; Brascó se puso una galera que decía fo­reing oficce e hicimos una especie de salón literario de otra época. Ella vivía por Arenales o por Juncal. La tonalidad de las reunio­nes era muy divertida.

      Al Miguel Brascó que alguna vez se disfrazó de funcionario in­ternacional inglés, lo encontramos ya sin la galera en La Biela, el legendario bar de La Recoleta, más de cuarenta años después, es decir, ahora.

      Los años pasan pero su agudeza no declina. Su memoria tam­poco. Fortachón y de charla pausada, como peleándose con su res­piración en busca de la prioridad de cada palabra, comparte un café y hasta algunos antiguos, muy antiguos rencores.

      ¿Cuándo lo conoce a Walsh?

      Brascó: Yo estaba trabajando en Holanda y se me presentó la posibilidad de ir a trabajar a una universidad de Suecia, a reempla­zar al poeta peruano Javier Sologuren. En ese momento empiezan a llegarme convocatorias desde la Argentina; teníamos que volver porque finalmente nuestra generación iba a tomar…-se sonríe y la pausa deja suponer que iba a decir el poder- participación polí­tica con Frondizi y ahí hice una evaluación: si me voy a Suecia no vuelvo nunca más. Volví y me integré al grupo que estaba traba­jando con Smuckler, en la Diagonal Sur.

      ¿Qué grupo era ése?

      Brascó: Era un grupo de intelectuales que trabajaba para la campaña presidencial de Frondizi; a su vez tenía que armar toda la estructura cultural del próximo gobierno. Nosotros aspirába­mos a hacer una cultura no burocrática, viva, sobre todo federal. Estaba Castelpoggi, Nicanor Salem, un grupo grande.

      ¿Allí aparece Walsh?

      Brascó: No. Lo conocí a Rodolfo a través de Poupée. Y a Poupée a través de una amiga mía. Lo conocí como esposo de Poupée. Iba a la casa de ellos en la calle Montevideo. En el sótano tenían un polígono de tiro. Con Vitani, que llegaría a ser subjefe de la Policía Federal. Ricardo Vitani era un elegantón de barrio norte. Usaba unos trajes muy ajustados pegados al cuerpo, como era la moda, y era imposible llevar el arma sin que se note. Entonces iba con la pistola en la mano envuelta en un diario. Y Rodolfo venía de cumplir destino de cuentista policial. Así que andaba siempre con un piloto. Ellos -Walsh y Vitani- hicieron una investigación sobre Mizraji, una operación fraudulenta de contrabando, mons­truoso. Resolvieron el caso. Los detalles muy bien no los conoz­co pero sé que cobraron una suma importante.

      Entonces podríamos decir que en algún momento Walsh fue un in­vestigador verdadero, investigando para la policía…

      No sé si para la policía, o no sé si Ricardo lo hacía por la suya, porque la misma policía estaba metida, como después se demostró.

      Esa época de Rodolfo es muy romántica. No tenía nada que ver con la política. Era más vale un peronista de derecha, aunque era antiperonista. Sí, antiperonista. Quiero decir: estaba saliendo de su antiperonismo. En la década del 50 ser peronista era muy difí­cil…-se le viene a la memoria una de cowboy o tal vez de Sherlok Holmes y no puede frenar el relato-. Una noche estaba caminan­do yo por la avenida Santa Fe, tarde, y estaba Rodolfo con su tí­pico impermeable parado en una esquina, mirando hacia la Plaza San Martín. Me acerqué por detrás de él, lo agarré de los hom­bros y le dije “¡Rodolfo!” Inmediatamente tenía el caño de una pis­tola acá -se señala el pecho- y el tipo -por Walsh- estaba pálido. “¡¡Nunca más me hagas eso!!”, me dijo. Le pedí disculpas.

      Entonces -retira la pistola de su pecho, respira y retoma-, ha­cíamos reuniones en la casa de Poupée que eran más bien frívolas. Iba Timossi, Quino, este chico Jorge Álvarez, el editor; también Pirí, iba Lili Mazzaferro…

      ¿Era frecuente la presencia de Lili?

      Brascó: …-asiente sin contundencia-. Pero era otra. ¡Nada que ver con la política! Ella empieza con la política cuando matan a su hijo.

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