Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética. Jaime Canales Garrido

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Génesis, vida y destrucción de la Unión Soviética - Jaime Canales Garrido

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rectora de la futura sociedad; por más que la burguesía nacional e internacional se desgañitase gritando que la dictadura del proletariado representaba un paso atrás que destruiría todo lo edificado durante siglos y que sumiría a la población del país en la indigencia; por más que se proclamara a los cuatro vientos que el nuevo sistema sería incapaz de cohesionar a las múltiples nacionalidades de Rusia sobre nuevas bases, pues las viejas relaciones habían sido destruidas, lo que provocaría la desintegración del país en diversas regiones, transformándolas en botín de sus enemigos más fuertes y más poderosos; por más que se vociferase y se proclamase que el Gobierno de los Soviets colapsaría, este, en la práctica, fue capaz de dar respuestas cabales que, de modo rotundo, disiparon todas las dudas y pronósticos agoreros.

      Contra viento y marea, enarbolando las banderas del internacionalismo proletario y la amistad de los pueblos, el 30 de diciembre de 1922, el Congreso de los Soviets de toda Rusia declaró la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) -el multinacional Estado Soviético- liberando a los pueblos de la otrora Rusia de la opresión nacional-colonial y estableciendo relaciones de igualdad entre todas las Repúblicas Soviéticas.

      Así, la Revolución de Octubre sembró la semilla libertaria que contribuyó a que muchos pueblos llegasen a la conclusión de que su lucha podría tener éxito, originando el colapso de los regímenes explotadores de turno. Por Europa se extendió una ola de movimientos revolucionarios que estuvieron a punto de alcanzar la victoria.

      En Alemania, comenzaron las revueltas con las intervenciones de los marineros en Kiel en julio de 1918, que pronto se extendieron por toda Alemania: se acabó con las dinastías principescas. En muchas regiones se organizaron los Soviets de diputados de los obreros y soldados. El Partido Comunista de Alemania, dirigido por Kart Liebknecht y Rosa Luxemburgo, en los inicios de 1919, organizó en Berlín una serie de acciones políticas con la finalidad de establecer su control en las regiones. El gobierno de F. Ebert -como siempre fue práctica en los países capitalistas- desató, con la ayuda del ejército, una represión sin precedentes, ahogando en sangre las manifestaciones revolucionarias del proletariado alemán. Con todo, a pesar de la derrota de los trabajadores berlineses, las manifestaciones no cesaron en otras regiones de Alemania.

      En marzo de 1919, el proletariado declaró la República Soviética Bávara, que apenas duró tres semanas. Los trabajadores bajo la dirección del Partido Comunista, continuaron llevando a cabo grandes manifestaciones populares. En 1923, hubo masivas acciones políticas en Sajonia, Turingia y Hamburgo. Y, una vez más, estas acciones populares encontraron la resistencia encarnizada del gobierno burgués, que recurrió a la represión sangrienta, consiguiendo ahogar el embrión revolucionario.

      También fueron derrotados los movimientos revolucionarios en Hungría del año 1919. En Austria, sin embargo, bajo la presión de las masas trabajadoras, la monarquía cayó y, como resultado, se formó una república democrática.

      En Gran Bretaña, Francia, Noruega, Suecia, Holanda fueron llevadas a cabo, paulatinamente, reformas democráticas, como la jornada de trabajo de 8 horas, la concesión a hombres y mujeres de derechos electorales iguales, el derecho de los sindicatos para negociar con los empleadores, la concesión de apoyo a las familias de los ciudadanos que habían muerto en los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, la construcción de viviendas baratas y otras medidas que favorecían a los trabajadores.

      Algo semejante -quizás sin alcanzar la envergadura que el movimiento obrero había logrado en Europa- sucedió en el resto de los continentes.

      Precisamente, como consecuencia de la gran influencia del único partido comunista que había llegado al poder al frente del proletariado y campesinado -el Partido Comunista Bolchevique (PC (b)), que, por iniciativa del propio Lenin, en 1919, había fundado la III Internacional Comunista (KOMINTERN)- en Europa y nuestra América, la constitución de partidos comunistas y socialistas adquirió un auge sin precedentes.

      La abrumadora mayoría de los partidos comunistas europeos y latinoamericanos vio la luz después del año 1917 (de Alemania, en 1918; de España, en 1921; de Francia, en 1920; de Portugal, en 1921; de Argentina, en 1918, que contó con la activa participación de Luis Emilio Recabarren; el chileno, en 1912, como Partido Socialista Obrero, pasando a llamarse Comunista en 1921; del Brasil, en 1922; de Méjico, en 1919; de Colombia, en 1930; de Perú, en 1930; de Uruguay, en 1920; de Venezuela, en 1931).

      El surgimiento de esos partidos y su afiliación al KOMINTERN permitió que la clase obrera elevara significativamente su organización y, por consiguiente, el nivel de lucha por sus derechos, comenzando poco a poco a levantar las banderas del antiimperialismo, encontrando ello su máxima expresión en la guerra de liberación de Nicaragua, encabezada por César Augusto Sandino, contra la invasión norteamericana de ese país entre los años 1926 y 1932.

      Como corolario del despliegue de la lucha del movimiento obrero y comunista, los gobiernos de las dependientes burguesías criollas se vieron obligados -contra su voluntad y la de sus amos estadounidenses y europeos- a iniciar algunas reformas con cierto cariz democrático.

      Bajo el influjo de la actividad solidaria de la Unión Soviética con el movimiento obrero y comunista, en varios países de Europa y América, se constituyeron los “Frentes Populares”, embriones de alianzas políticas que jugarían un papel histórico en los procesos de democratización de sus sociedades. Algo semejante ocurrió en nuestra América.

      Pero los miembros de la vieja “santa cruzada” no podían seguir permitiendo que la humanidad marchase en el sentido correcto, esto es, en la dirección contraria a los intereses del capital, de modo que, nuevamente, se unieron para detener la rueda de la historia.

      Y, efectivamente, las mismas potencias que habían desencadenado, en los años 20, la intervención armada en la Rusia recién nacida de Octubre, ahora, lo hacían para, con las manos de la nacional-socialista Alemania, destruir lo que ellos no habían logrado dos decenios atrás. Entonces, se desvelaron por fomentar los ánimos y el poderío bélicos de Hitler y sus secuaces, para desencadenar la “guerra santa” contra la URSS. Pero, el Ejército Rojo y todo el pueblo soviético no fallaron y, una vez más, demostrando la viabilidad del sistema económico-social que habían abrazado, destruyeron el poderío militar del Tercer Reich y sus aliados, lanzando al cesto de la basura al nazismo y a sus partidarios y erigiendo a su país, definitivamente, en una auténtica potencia mundial.

      Esta vez, bajo el influjo de la gran Unión Soviética, acabó por derrumbarse, para siempre, el imperio colonial de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Holanda y Bélgica. Y muchos de los gobiernos burgueses se vieron obligados a adoptar el “modelo” de “Estado de bienestar social”, gracias al que los norteamericanos y europeos alcanzaron un notable nivel de vida, aun cuando, principalmente, a expensas de la explotación de las economías y pueblos de los países periféricos.

      La desaparición de la URSS supuso para la humanidad una pérdida irreparable, ya que aumentó notablemente la explotación de los trabajadores y la agresividad de los Estados Unidos, que, por fin, vieron cumplidos sus sueños de ser el gendarme indiscutido del mundo.

      Así pues,

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