El Imperialismo, fase superior del capitalismo. V. I. Lenin

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El Imperialismo, fase superior del capitalismo - V. I. Lenin Cuadernos de Octubre

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“ultraimperialismo”) lo sustituyeron por el “carácter atrasa­do”, etc. Con el título de El imperialismo, etapa contemporánea del capitalis­mo la Editorial Parus lo imprimió a principios de 1917 en Petrogrado. A su llegada a Rusia, Lenin escribió el prólogo del libro, que vio la luz en septiembre de 1917. (Ed.)

      5 Véase las págs 220-221 de la presente edición. (Ed.)

      I

      Este libro, como ha quedado dicho en el prólogo de la edición rusa, fue escrito en 1916, teniendo en cuenta la censura zarista. Actualmente, no tengo la posibilidad de rehacer todo el texto; por otra parte, sería inútil, ya que el fin principal del libro, hoy como ayer, consiste en ofrecer, con ayuda de los datos generales irrefutables de la estadística burguesa y de las declaraciones de los sabios burgueses de todos los países, un cuadro de conjunto de la economía mundial capitalista en sus relaciones inter­nacionales, a comienzos del siglo XX, en vísperas de la primera guerra mundial imperialista.

      Hasta cierto grado será incluso útil a muchos comunis­tas de los países capitalistas avanzados persuadirse por el ejemplo de este libro, legal, desde el punto de vista de la cen­sura zarista, de que es posible -y necesario- aprovechar hasta esos pequeños resquicios de legalidad que todavía les que­dan a éstos, por ejemplo, en la América actual o en Francia, después de los recientes encarcelamientos de casi todos los comunistas, para demostrar todo el embuste de las concep­ciones y de las esperanzas social-pacifistas en cuanto a la “de­mocracia mundial”.

      Intentaré dar en este prólogo los complementos más indispensables a este libro censurado.

      II

      En esta obra hemos probado que la guerra de 1914­1918 ha sido, de ambos lados beligerantes, una guerra im­perialista (esto es, una guerra de conquista, de bandidaje y de robo), una guerra por el reparto del mundo, por la distribución y redistribución de las colonias, de las “esfe­ras de influencia” del capital financiero, etc.

      Pues la prueba del verdadero carácter social o, mejor dicho, del verdadero carácter de clase de una guerra no se encontrará, claro está, en la historia diplomática de la mis­ma, sino en el análisis de la situación objetiva de las clases dirigentes en todas las potencias beligerantes. Para reflejar esa situación objetiva, no hay que tomar ejemplos y datos aislados (dada la infinita complejidad de los fenómenos de la vida social, se puede siempre encontrar un número cual­quiera de ejemplos o datos aislados, susceptibles de con­firmar cualquier tesis), sino indefectiblemente el conjunto de los datos sobre los fundamentos de la vida económi­ca de todas las potencias beligerantes y del mundo entero.

      Me he apoyado precisamente en estos datos generales irrefutables al describir el reparto del mundo en 1876 y en 1914 (VI) y la distribución de los ferrocarriles en todo el globo en 1890 y en 1913 (VII). Los ferrocarriles cons­tituyen el balance de las principales ramas de la indus­tria capitalista, de la industria del carbón y del hierro; el balance y el índice más notable del desarrollo del co­mercio mundial y de la civilización democráticoburgue­sa. En los capítulos precedentes de este libro, exponemos la conexión entre los ferrocarriles y la gran producción, los monopolios, los sindicatos patronales, los cartels, los trusts, los bancos y la oligarquía financiera. La distribu­ción de la red ferroviaria, la desigualdad de esa distri­bución y de su desarrollo, constituyen una síntesis del capitalismo moderno, monopolista, en la escala mun­dial. Y esa síntesis demuestra la absoluta inevitabilidad de las guerras imperialistas sobre esta base económica, en tanto que subsista la propiedad privada de los medios de producción.

      La construcción de ferrocarriles es en apariencia una empresa simple, natural, democrática, cultural, civiliza­dora: se presenta como tal ante los ojos de los profesores burgueses, pagados para embellecer la esclavitud capi­talista, y ante los ojos de los filisteos pequeñoburgueses. En realidad, los múltiples lazos capitalistas, por medio de los cuales esas empresas se hallan ligadas a la propiedad privada sobre los medios de producción en general, han transformado esa construcción en un medio para opri­mir a mil millones de seres (en las colonias y en las semi­colonias), es decir, a más de la mitad de la población de la tierra en los países dependientes y a los esclavos asala­riados del capital en los países “civilizados”.

      La propiedad privada fundada en el trabajo del peque­ño propietario, la libre concurrencia, la democracia, todas esas consignas por medio de las cuales los capitalistas y su prensa engañan a los obreros y a los campesinos, per­tenecen a un pasado lejano. El capitalismo se ha trans­formado en un sistema universal de opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países “avan­zados”. Este botín se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón), que, por el reparto de su botín, arrastran a su guerra a todo el mundo.

      III

      La paz de Brest-Litovsk, dictada por la monárquica Alemania, y la paz aún más brutal e infame de Versalles, impuesta por las repúblicas “democráticas” de América y de Francia y por la “libre” Inglaterra, han prestado un ser­vicio extremadamente útil a la humanidad, al desenmas­carar al mismo tiempo a los coolíes de la pluma a sueldo del imperialismo y a los pequeños burgueses reacciona­rios -aunque se llamen pacifistas y socialistas-, que cele­braban el “wilsonismo” y trataban de hacer ver que la paz y las reformas son posibles bajo el imperialismo.

      Decenas de millones de cadáveres y de mutilados, víc­timas de la guerra -esa guerra que se hizo para resolver la cuestión de si el grupo inglés o alemán de bandoleros financieros recibiría una mayor parte del botín-, y enci­ma, estos dos “tratados de paz” hacen abrir, con una ra­pidez desconocida hasta ahora, los ojos de millones y decenas de millones de hombres sojuzgados, oprimidos, embaucados y engañados por la burguesía. Sobre la rui­na mundial creada por la guerra, se agranda así la crisis revolucionaria mundial, que, por largas y duras que sean las peripecias que atraviese, no podrá terminar sino con la revolución proletaria y su victoria.

      El Manifiesto de Basilea de la II Internacional, que, en 1912, caracterizó precisamente la guerra que estalló en 1914 y no la guerra en general (hay diferentes clases de guerra; hay también guerras revolucionarias), ha quedado como un mo­numento que denuncia toda la vergonzosa bancarrota, toda la traición de los héroes de la II Internacional.

      IV

      Hemos prestado en este libro una atención especial a la crítica del “kautskismo”, esa corriente ideológica interna­cional representada en todos los países del mundo por los “teóricos más eminentes”, por los jefes de la II Internacional (Otto Bauer y Cía. en Austria, Ramsay MacDonald y otros en Inglaterra, Albert Thomas en Francia, etc., etc.) y por un número infinito de socialistas, de reformistas, de pacifistas, de demócratas burgueses y de clérigos.

      Esa corriente ideológica, por una parte, es el producto de la descomposición, de la putrefacción de la II Internacional y, por otra parte, es el fruto inevitable de la ideología de los pequeños burgueses, a quienes todo el ambiente los hace pri­sioneros de los prejuicios burgueses y democráticos.

      En Kautsky y las gentes de su calaña, tales concepcio­nes

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