Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay

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Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921) - Alexandra Kollontay Biblioteca 8 de marzo

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ofendía al mismo tiempo a la tierra y ningún delito debía considerarse tan grave como el que se cometía contra una madre. El primer sacerdocio, es decir, los primeros servidores de los dioses paganos, fueron mujeres. Eran las madres y no los padres, como en otros sistemas de producción es corriente, quienes adoptaban decisiones sobre los hijos. Residuos de este predominio femenino los encontramos transmitidos en leyendas y costumbres de Oriente y Occidente. Y sin embargo, no fue su papel y significación como madre lo que en las tribus agrícolas les proporcionó aquella posición dominante, sino su intervención como “productor principal en la economía de aldea”.

      Mientras la división de trabajo condujo a que el hombre se dedicara únicamente a la caza —actividad complementaria— cuando la mujer cultivaba las tierras —actividad más importante en aquellos tiempos— no era imaginable que se supeditara en absoluto al hombre o pudiera caer en su dependencia.

      Por tanto es el papel de la mujer en la economía el que determina sus derechos en el matrimonio y en la sociedad. Y esto se hace evidente en especial cuando comparamos la situación de la mujer en una tribu agrícola con la de la misma en una estirpe pastoril nómada. Obsérvese ahora que el mismo fenómeno —la maternidad—, es decir, una cualidad natural femenina, bajo distintas circunstancias económicas produce consecuencias opuestas.

      A través de una descripción de Tácito conocemos la vida de los germanos paganos de aquel tiempo. Eran una raza agrícola sana, fuerte y belicosa. Tenían en mucha consideración a las mujeres y escuchaban su consejo. Entre los germanos el trabajo del campo descansaba sobre los hombros de la mujer. Igualmente apreciada era la mujer entre las tribus checas que se dedicaban a la agricultura. Hay una leyenda sobre la sabiduría de la hija del príncipe Libussa en la que se refiere que una hermana de Libussa se dedicaba a la medicina, mientras la otra construía ciudades. Cuando Libussa llegó al poder eligió como consejeras a dos jóvenes doncellas que estaban especialmente versadas en cuestiones de derecho. La princesa reinó democráticamente y consultaba con el pueblo todos los asuntos importantes; más tarde Libussa fue destronado por sus hermanos. La leyenda nos da una idea de cómo se conservaba claramente en la memoria del pueblo el reinado de una mujer. El predominio de las mujeres, el matriarcado, se convirtió en la fantasía popular en la época más feliz y justa, pues la tribu sí que llevaba en aquel tiempo una vida y existencia colectiva.

      ¿Y qué situación tenía la mujer en una tribu de pastores? La tribu cazadora se transformó en pastora cuando las condiciones naturales fueron favorables para ello (extensas zonas esteparias, con rica vegetación de hierba y rebaños de vacas o caballos salvajes) y también cuando se disponía de cazadores lo bastante fuertes, valientes y hábiles que no sólo fueran capaces de matar a sus presas, sino también de capturarlas vivas. Las mujeres sólo transitoriamente estaban limitadas en sus condiciones para hacerlo, es decir, si no tenían precisamente obligaciones maternales. La maternidad les colocaba en una situación especial y originó una división de trabajo según la adecuación del sexo. Cuando el hombre, junto a la mujer soltera, salía de caza, la madre se quedaba para guardar los rebaños capturados y su tarea era domesticar a aquellos animales; pero esa intervención económica tenía únicamente una importancia de segundo rango, era “subordinada”. Díganme ustedes mismas: ¿a quién valorará más alto la tribu bajo el punto de vista económico: al hombre que captura un búfalo hembra o a la mujer que lo ordeña? Naturalmente, ¡al hombre! Como la riqueza del clan se calculaba por el número de animales capturados, lógicamente aquel hombre que podía aumentar el rebaño era considerado como “el principal productor” y fuente del bienestar de la tribu.

      El papel económico de la mujer en las tribus pastoriles fue siempre el de una “persona complementaria”. Pero porque la mujer, considerada económicamente, valía menos y su trabajo era menos productivo, es decir, no contribuía en la misma proporción al bienestar del clan, surgió la idea de que la mujer tampoco en otros aspectos era equiparable al hombre. Además hay que tener en cuenta aquí que la mujer en la tribu ganadera no tenía, al realizar su trabajo secundario de cuidar el ganado, ni las mismas condiciones ni la análoga necesidad de desarrollar hábitos regulares de trabajo como en el caso de las mujeres en las tribus agrícolas. Pero fue decisivo que la mujer no sufriera escasez de provisiones cuando la dejaban sola en el lugar de residencia; y esto es muy importante, ya que podía sacrificar una res cuando quisiera. Por esa razón no estaba obligada a encontrar otras clases de alimentación ni a almacenar provisiones, lo que ciertamente ocurría a las mujeres de clanes que se dedicaban tanto a la caza como a la agricultura. Y además para cuidar el ganado se necesitaba menos inteligencia que para el trabajo complicado del cultivo de la tierra.

      Las mujeres de las tribus ganaderas no podían de ninguna manera medirse intelectualmente con los hombres y en lo puramente físico les eran muy inferiores en lo que se refiere a fortaleza y agilidad. Y esto, naturalmente, corroboraba la idea de que era un ser inferior. Cuanto más rico se hacía el clan en número de cabezas de ganado, más se convertía la mujer en criada, de menos valor que una res, y más honda era la grieta entre los dos sexos. La transformación en guerreros y hordas de pillaje fue además más típica en los pueblos nómadas y pastores que en aquellos que se alimentaban de los productos de la tierra. La riqueza de los labradores se basaba en el trabajo pacífico; la de los pastores y nómadas, en la rapiña. Estos, al principio, sólo robaban ganado, pero con el tiempo saquearon y arruinaron a las tribus vecinas, incendiaban sus depósitos de víveres y hacían prisioneros, a los que obligaban a trabajar como esclavos.

      El matrimonio por la violencia y el robo de la novia, el rapto de la mujer en los poblados vecinos se practicaron especialmente por los belicosos nómadas ganaderos. El matrimonio por la fuerza caracteriza toda una época de la historia de la humanidad y sin ninguna duda contribuyó a afirmar la opresión de la mujer. Después de su separación, contra su voluntad, de su propio poblado, la mujer se sentía totalmente desvalida. Se encontraba en poder de quien la había raptado o capturado. Con la implantación de la propiedad privada, el matrimonio a la fuerza condujo a que el guerrero heroico renunciara frecuentemente a su participación en el botín de ovejas, vacas y caballos, y en su lugar exigiera el total derecho de posesión sobre una mujer, es decir, una fuerza de trabajo. “Yo no necesito bueyes, ni caballos, ni cabras con vedijas. Denme sólo el total derecho de propiedad sobre aquella mujer que he capturado con mis propias manos”. Naturalmente, la captura o rapto por un clan extraño significaba para la mujer la abolición de su igualdad de derechos y pasaba a una situación subordinada y sin derechos frente a todo el nuevo clan y en especial frente a quien la había capturado: su marido. Sin embargo, no tienen razón aquellos investigadores que ven como causas de la permanente situación de carencia de derechos de la mujer las formas del matrimonio. No fue la forma del matrimonio, sino sobre todo el papel económico de la mujer, el que la condujo a su situación de esclava en los pueblos nómadas pastores. El matrimonio por la fuerza probablemente se produjo también en clanes agrícolas, pero en tales casos no condujo a una lesión de los derechos de la mujer firmemente enraizados en los pueblos cultivadores de la tierra. Sabemos por la historia que los romanos raptaron a las mujeres de los sabinos y entonces los romanos eran un pueblo agricultor. Aunque raptaron a las mujeres de otro pueblo por la violencia, sin embargo las mujeres romanas eran muy respetadas mientras dominó ese sistema económico. Aun hoy en día, cuando se quiere describir a una mujer que goza de la estimación de su familia y de cierto prestigio en la sociedad, se emplea la expresión “es una matrona romana”. Sin embargo, con el tiempo fue empeorando la situación de estas mujeres.

      A los pueblos pastores, la mujer no les merece ningún respeto. Allí domina el hombre; y todavía existe hoy ese predominio masculino, el patriarcado. No necesitamos más que contemplar a los pueblos nómadas ganaderos en las repúblicas soviéticas autónomas: los baskires, kirguises y kalmukos. La situación de la mujer es deplorable en grado superlativo. Es propiedad del hombre, como una cabeza de ganado. La compra exactamente igual como adquiere un carnero. La convierte en una bestia de carga, muda, una esclava y un instrumento para la satisfacción de su deseo. Una kalmuka o una kirguisa no tienen derecho al amor, se la compra para el matrimonio. El nómada beduino, antes de la compra, pone un hierro candente en su mano para ver qué sufrida es su futura

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