Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay
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Y en verdad debo aclarar que mi libro sólo proporciona un cuadro incompleto de la solución del problema de la mujer en una fase muy circunscrita de la revolución.
No obstante me he decidido a publicar las lecciones en su forma original porque estoy firmemente convencida de que un estudio y comprensión del pasado —es decir en este caso una investigación de la situación de la mujer en el desarrollo económico— contribuye a un entendimiento mejor de nuestra tarea actual y al robustecimiento de la semilla que brota del mundo comunista. Y esto vuelve a ser, naturalmente, una ayuda a la clase trabajadora en la búsqueda del camino más corto para la total y absoluta liberación de la mujer trabajadora.
Alexandra Kollontay, Oslo, 1925.
1. Situación de la mujer en el comunismo primitivo
Comenzamos hoy una serie de conferencias que tratarán de las siguientes cuestiones: la diferente posición de la mujer en relación con el desarrollo de distintas formas económicas sociales; cómo la posición de la mujer en la sociedad determina su situación en la familia; y cómo esta conexión estrecha e indisoluble se da en todos los grados intermedios de desarrollo socio-económico. Como el trabajo de ustedes consiste en conquistar a las mujeres de los trabajadores y campesinos para que construyan la nueva sociedad y se ganen la vida en ella, deben comprender esa relación. En esta tarea se encontrarán frecuentemente con la objeción de que es imposible un cambio de la situación de la mujer y de sus condiciones de vida. Se afirma que están condicionadas por la particularidad del sexo. Si quieren combatir la opresión que sufren las mujeres, si quieren liberarse del yugo de la actual vida familiar, si aspiran a una mayor igualdad entre los sexos, les opondrán los viejos y conocidos argumentos: la falta de derechos de la mujer y su carencia de igualdad frente al hombre han sido santificadas por la historia y por eso no pueden abolirse. La dependencia de la mujer, su posición subordinada ante el hombre han existido desde siempre por lo que en el futuro no cambiarán nada. “Así han vivido nuestras abuelas, así vivirán también nuestras nietas.” Pero la primera objeción contra tales argumentos la proporciona la misma historia; la historia del desarrollo de la sociedad humana; el conocimiento del pasado y de cómo se configuraron realmente en él las situaciones. Si se informasen sobre las condiciones de vida, tal como dominaron hace miles de años, se convencerían de que no siempre y por siempre ha existido esa falta de igualdad de derechos de la mujer frente al marido, ni esa subordinación de esclava. Hubo períodos en que la mujer fue considerada totalmente igual al hombre; e incluso épocas en que el hombre reconocía a la mujer, en cierta medida, la posición dirigente.
Si ahora examinamos más minuciosamente las distintas posiciones de la mujer —que cambiaron con frecuencia— en las diferentes fases del desarrollo social, verán que la actual falta de derechos, su privación de independencia y sus derechos limitados en la familia y .en la sociedad de ninguna manera se explican por propiedades congénitas específicamente femeninas. Ni tampoco se aclaran con el argumento de que la mujer es menos inteligente que el hombre. No, la situación de privación de derechos, la dependencia de la mujer, la falta de igualdad no se explican por ninguna “propiedad” natural, sino por el carácter del trabajo que a ella se le asigna en una sociedad determinada. Los invito a leer con atención el primer capítulo del libro de Bebel, La mujer y el socialismo. Bebel demuestra la exactitud de la teoría, que también radica en el fondo de nuestra charla: “Existe una relación extraordinariamente estrecha y orgánica entre lo que interviene la mujer en la producción y cómo se halla situada en la sociedad”. Una especie de legitimidad socio-económica que se tiene que grabar profundamente en la memoria de la mejor manera. Y entonces les será mucho más fácil comprender todos aquellos problemas que tienen que ver con la tarea de liberar totalmente a la mujer. Muchos creen que ésta, en aquellos tiempos de salvajismo y barbarie, se hallaba en una situación todavía peor que la actual y que de hecho llevaba una vida de esclavitud; eso no es exacto. Sería falso suponer que la liberación de la mujer depende del desarrollo de la cultura y de la ciencia, y que cuanto más civilizado sea un pueblo, más libres vivirán las mujeres. Sólo los representantes de la ciencia burguesa podrían formular semejante afirmación. Sin embargo nosotros sabemos que ni la cultura ni la ciencia liberan a las mujeres, sino aquel sistema económico en el que la mujer desempeña un trabajo útil y productivo para la sociedad. Y el comunismo es ese sistema económico. La situación de la mujer es siempre el resultado de las tareas de trabajo que se le asignen en la fase eventual de desarrollo de un sistema económico. Bajo el comunismo primitivo —lo habrán escuchado en las conferencias sobre la historia del desarrollo socio-económico de la sociedad— en aquel tiempo tan incomprensiblemente lejano para nosotras, en que era desconocida la propiedad privada y los seres humanos eran nómadas en pequeños grupos, no existía ninguna clase de diferencia entre la situación de la mujer y la del hombre. Los seres humanos se alimentaban de lo que les proporcionaba la caza y la recolección de frutos y hortalizas silvestres. En ese período de desarrollo del hombre primitivo, hace diez mil o cien mil años, no se diferenciaban las tareas y obligaciones del hombre de las de la mujer. Las investigaciones de sabios antropólogos han demostrado que en los grados inferiores de desarrollo de la humanidad, es decir, en la fase de la caza y recolección, no existían grandes diferencias entre las propiedades físicas del hombre y de la mujer, su fortaleza y agilidad, lo cual es un hecho interesante e importante. Muchos de los rasgos tan característicos de la mujer, como, por ejemplo, los pechos muy desarrollados, la figura esbelta, las formas redondeadas y los músculos débiles se desarrollaron mucho más tarde desde que la mujer, de generación en generación, tuvo que garantizar en su papel de “hembra” la reproducción de la especie. Incluso hoy, todavía es difícil distinguir a cierta distancia entre un hombre y una mujer en los pueblos naturales porque sus bustos sólo están desarrollados débilmente, sus pelvis son más estrechas y sus músculos más fuertes. Así sucedía durante el comunismo primitivo, cuando la mujer sólo se diferenciaba insignificantemente del hombre en cuanto se refiere a fortaleza y dureza del cuerpo.
El parto de sus hijos solamente producía una corta interrupción de sus ocupaciones ordinarias: la caza y la recogida de frutos en común con los otros miembros de la antigua colectividad, la tribu. La mujer era exactamente como sus restantes camaradas en el rebaño humano, como sus hermanos, hermanas, hijos y padres, obligados por puro instinto de conservación a colaborar en la defensa contra los ataques del enemigo más temido en aquellos tiempos, los animales de presa, y como el resto de la tribu buscaba y recogía frutos.
Durante esta época no existían ni dependencia de la mujer ante el hombre, ni probablemente diferencias en derechos. Faltaban las premisas para ello, porque en aquel tiempo la ley, el derecho y la división de la propiedad eran cosas desconocidas. No existía la exclusiva dependencia del hombre, ya que entonces no había otra cosa que lo colectivo, la tribu. Esta tomaba acuerdos, y decidía. Quien no se subordinaba a la voluntad de la colectividad, perecía: se moría de hambre o era despedazado por las fieras. Sólo manteniéndose firmemente juntos en la colectividad se encontraban los seres humanos en disposición de defenderse del enemigo más poderoso y temible de aquel tiempo. Cuanto más firmemente soldada se encontrara una colectividad, mejor se subordinaban los miembros particulares a la voluntad de la misma, lo que significaba que podían formar filas con mayor unidad contra el enemigo común y así la lucha obtenía mayor éxito y la tribu tenía más probabilidades de supervivencia. La igualdad y la solidaridad natural —las dos fuerzas que mantenían unida a la estirpe— por lo tanto eran también las armas mejores para la defensa propia. Por consiguiente en la época más antigua del desarrollo económico de la humanidad era imposible que un miembro de la tribu dominara a otro o dependiera exclusivamente de algún otro. En el primitivo comunismo la mujer no conocía ni la dependencia social, ni la opresión. Y la humanidad de aquella época no sabía nada de clases, explotación del trabajo o propiedad