Catorce conferencias en la Universidad Sverdlov de Leningrado (1921). Alexandra Kollontay
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Ahora bien, podemos asegurar que la participación de las mujeres en el trabajo social no ha liberado a las mujeres, sin embargo ha constituido un factor decisivo de toma de conciencia “para sí” de su opresión social, lo que ha permitido el desarrollo de amplios movimientos de liberación, particularmente durante las dos primeras décadas del siglo XX y sus últimas cuatro.
Las mujeres rusas se volcaron a la producción social pero, esta última, fue parte de su emancipación solo en la medida que en los soviets tenían, junto a los varones, poder de planificación, control sobre los medios de producción, decisión sobre los reglamentos de trabajo y de distribución de los bienes producidos, condiciones éstas que no lograron consolidarse y fueron también parte de la lucha por resolver la contradicción entre el trabajo doméstico y el trabajo social.
Estas dificultades son las que nos obligan a criticar la certeza de Kollontay que, impuesta la dictadura del proletariado, negó que la lucha de clases también se expresaba en las contradicciones intergenéricas y como consecuencia la necesidad de un programa propio:
“Desde que la clase trabajadora se concentró en un partido político y pasó a activar una política de auténtica lucha de clases, desapareció también la necesidad de que las trabajadoras actuaran con programa propio. La exigencia de igualdad de salario para idéntica tarea encontró en todos buena acogida.” (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 8, pág. 159).
“En la sociedad burguesa el antagonismo de clases, la atomización de la sociedad en hogares unifamiliares y también naturalmente la forma de producción capitalista impiden la discusión del problema de la protección a la madre. Por el contrario, en nuestra república de trabajadores, en la que el hogar unifamiliar se encuentra subordinado a la economía popular colectiva, y donde las clases sociales han desaparecido, la solución expuesta anteriormente de la cuestión de la protección a la mujer se resuelve por sí sola por medio de la dinámica social”. (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 12, pág. 220).
También, erróneamente, supuso que bajo las nuevas circunstancias, “la vuelta de la mujer al círculo estrecho de la familia y a su anterior status sin derechos se ha convertido en un imposible”. (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 8, pág. 166).
La socialización del trabajo doméstico implica necesariamente la destrucción de la función económica de la familia, y por ende de su función política como reproductora del sistema social de opresión y explotación. Por ello el debate se concentró en qué recursos nuevos debían emplearse para reemplazar a las mujeres en tareas como cocinar, lavar o cuidar a los chicos. Alexandra Kollontay, propuso:
“Justamente para las mujeres activas profesionalmente la vida en una comunidad significa un enorme alivio: la cocina, la lavandería central, el suministro asegurado de combustible, agua caliente y electricidad y las mujeres de limpieza51, le ahorran innumerables trabajos. Toda mujer dedicada a alguna actividad laboral debe por tanto desear especialmente que se creen pronto muchas más casas-comuna para poner fin para siempre a las tareas domésticas improductivas y derrochadoras de fuerzas en todos los aspectos”. (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 12, pág. 217).
La propuesta plantea un gran debate sobre el aspecto principal de la revolucionarización de las relaciones sociales: ¿solo se estatizan los servicios, especializando a un grupo de trabajadoras: “las mujeres de limpieza” concentrando en sus manos las tareas improductivas? o ¿se socializan las tareas domésticas repartiéndolas lo más ampliamente posible?, generando las condiciones que permitan la verdadera ruptura de la familia burguesa y la ancestral división del trabajo en el camino de resolver la contradicción entre lo público y lo privado, entre el trabajo manual e intelectual.
En China, aprendiendo de los errores y aciertos de la experiencia soviética, se buscó, durante la Gran Revolución Cultural Proletaria52, poner en primer plano la lucha contra la desigual división del trabajo sin la premisa de progresos técnicos, saliendo al cruce de la “teoría del desarrollo de las fuerzas productivas”; o sea, se puso la transformación de las relaciones de producción y la revolucionarización político-ideológica, junto al desarrollo técnico, la mecanización y socialización del trabajo doméstico.
El tratamiento que el bolchevismo le dio a la maternidad fue un gran revulsivo al quitarle el carácter privado y plantear su “función social”. No obstante en este terreno, la propia Kollontay reconoció en sus Memorias el error inicial de su postura al respecto:
“Entre nosotros la maternidad no es ya un asunto privado y de derecho familiar, sino una función social y adicional importante de la mujer (…) Si queremos hacer posible a las mujeres que colaboren en la producción, la colectividad debe liberarlas de toda la carga de la maternidad El trabajo y la maternidad se pueden combinar entre sí cuando la educación de los niños no sea ya una tarea privada de la familia, sino una misión social del Estado de trabajadores. Nuestro Gobierno soviético se ha atribuido la orientación y educación de los recién nacidos y de los niños” (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 12, pág. 220).
Por lo tanto la conclusión que sacaba era que “los hijos, son asunto del Estado”. Tales concepciones expresaban la desconfianza en las mujeres y su capacidad para tomar en sus manos las grandes transformaciones. Nadiezhda Konstantinovna —Krupskaya—, se oponía a quienes propugnaban que los hijos son propiedad de los padres y de igual modo polemizaba con Kollontay. Krupskaya decía que “los niños no pertenecen a sus padres, ni al Estado, sino a sí mismos”, estando el Estado llamado a dejar de existir bajo el comunismo. Es por eso, que “el conjunto de la sociedad, cada uno de sus miembros, y no el Estado, tiene deberes hacia ellos; todos somos responsables de su formación física, intelectual, moral e ideológica”. Es al calor de este debate que Alexandra reconoce que:
“(…) la madre debe ser liberada principalmente de todas las cargas de la maternidad y debe disfrutar totalmente al estar junto a su hijo. De hecho no hemos conseguido totalmente ese objetivo. (…) Como es natural en nuestra república de trabajadores nadie arrebata violentamente los hijos a las madres, como lo afirma muy complacientemente la propaganda burguesa (…) el objetivo del Gobierno soviético es que todas las obreras y campesinas puedan acudir a su trabajo con tranquilidad porque saben que su hijo se halla bien atendido en la sala de lactantes, en el jardín de la infancia o en el hogar de día. Estas instituciones sociales que están abiertas a todos los menores de dieciséis años son las premisas necesarias para la creación de un nuevo ser humano. En estos sitios se encuentran los niños, día tras día, bajo la vigilancia técnica de pedagogos y médicos, y claro está, también bajo el control de su misma madre (…)” (Kollontay, A: 1921, Catorce Conferencias, Lección 12, págs. 225).
Al abrigo de la categoría analítica de género, entendida como relación de poder, se comprende cabalmente el carácter dual —social y natural— de las relaciones de producción y reproducción analizadas muy tempranamente por el marxismo, reconociendo nuevamente razón a Engels cuando afirma:
“En un antiguo manuscrito inédito, descifrado en 1846 por Marx y por mí53, encuentro esta frase: “La primera división del trabajo es la que se hizo entre el hombre y la mujer para la procreación de hijos” Y hoy puedo añadir: el primer antagonismo de clases que apareció en la historia coincide con el desarrollo del antagonismo entre el hombre y la mujer en la monogamia; y la primera opresión de clases, con la del sexo femenino por el masculino. La monogamia fue un gran progreso histórico, pero al mismo tiempo inaugura, juntamente con la esclavitud y con la propiedad privada, aquella época que aún dura en nuestros días...”54
Esa