¿Hubo socialismo en la URSS?. Jaime Canales Garrido

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¿Hubo socialismo en la URSS? - Jaime Canales Garrido

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que convenir que, no obstante la rigurosidad científica estar ausente en la mayoría de dichos análisis, estos, a los ojos del lector, continúan teniendo la calidad de estudios dignos de credibilidad, lo que siempre le ha causado un grave daño a la Unión Soviética, que ni siquiera después de su total destrucción, escapa a las tergiversaciones, falacias y ataques virulentos.

      Por lo que no tiene nada de extraño que los medios de comunicación de masas al servicio del anticomunismo -liderados, organizados y financiados, en definitiva, por el principal enemigo de la Humanidad progresista- difundan con el empeño propio de propagandistas profesionales a sueldo, total o parcialmente, el contenido de los susodichos estudios. Y, lamentablemente, es este el tipo de información que determina la siempre manejable “opinión pública”.

      Empero, el fenómeno más contraproducente que ese tipo de estudios ocasiona estriba en que, al reducir al carácter de absoluto interpretaciones y versiones arbitrarias de los acontecimientos históricos, se les transmite a estas la calidad de verdades absolutas, que, con el correr del tiempo, devienen para las gentes axiomas inconmovibles e irrefutables. Por tanto, enquistados en sus conciencias, son muy difíciles de erradicar.

      Así pues, si se desea estudiar, de manera cabal, la edificación del socialismo y las razones de la destrucción de la Unión Soviética, no se debe ignorar el papel determinante que siempre jugó una de las armas más efectivas del capitalismo: la desinformación permanente, que -como la práctica lo ha hecho palpable- fue y es la causa principal del desconocimiento que se tenía -e interesadamente algunos insisten en tener- de la realidad de los países socialistas.

      Es preciso, entretanto, acotar que la guerra de desinformación y manipulación de la conciencia de las más amplias masas de la población mundial no se inició con el nacimiento de la Unión Soviética, porque las potencias imperialistas, a la sazón, optaron por el ya archiconocido método: la agresión militar directa contra la recién nacida República de los Soviets, de la que participaron contingentes militares de catorce Estados.

      En consecuencia, al no poder vencer al nuevo Estado en los frentes de batalla de la guerra civil desencadenada por las potencias imperialistas, iniciaron las actividades de zapa, ocupando un lugar central en ellas la guerra de desinformación, cuya primera campaña alcanzó su apogeo el año 1933, cuando los nazis incendiaron el Reichstag, inculpando de ello a los comunistas.

      Ese hecho representó una nueva forma de los métodos propagandísticos de la anticomunista Alemania nazi dirigidos contra su enemigo por excelencia: la URSS, método que más tarde los Estados Unidos heredarían del derrotado Estado alemán fascista, sumándose a la larga lista de la demencial “herencia” nazi-fascista de la que el “democrático” Estado ha hecho uso y abuso a partir de 1945.

      Se puede aseverar perentoriamente que el meollo de la información sobre la época en que Stalin dirigió a la URSS, propalado a partir del año 1956 -que dio inicio a un prolongado período de anticomunismo a nivel mundial- no se corresponde con la realidad.

      La aseveración formulada tiene su fundamento en la información suministrada por los archivos desclasificados del Kremlin y la publicación del silenciado, oficialmente, durante más de treinta años, “Informe Secreto” de Jruschov al XX Congreso del PCUS. Dicha información permitió establecer que todo lo dicho entonces y después por Jruschov había sido forjado con recurso a interpretaciones arbitrarias y al deliberado escamoteo de hechos reales, donde su decisión de ocultar su participación directa en las represiones no jugó un papel de segundo o tercer orden.

      Además, es precisamente en ese informe que se dio inicio a la preparación de cierta suerte de “artillería pesada” a objeto de desplegar un ataque frontal a lo más esencial del marxismo. Por medio de la más grosera calumnia -como ahora se sabe-, Jruschov y el grupúsculo revisionista que lo apoyó, de modo de justificar la revisión de postulados fundamentales de Marx y Lenin sobre la dictadura del proletariado y la lucha de clases, comenzó la campaña de infamias dirigida contra Stalin. Todo lo iniciado por Jruschov entonces encontraría su plasmación en los congresos subsecuentes del PCUS.

      Claro está que los mismos órganos de información que, en 1956, difundieron extensamente el mentado “Informe Secreto”, al conocerse la para ellos indeseable verdad histórica, mantuvieron -como era de esperar- un consecuente y explicable silencio.

      Al conocer el autor, a finales de los años 80, las revelaciones hechas por los medios de comunicación “aún soviéticos” y de algunas publicaciones de los historiadores rusos-soviéticos auténticos -no las de los propagandistas gorbachovianos o de los “académicos”, que proliferaron como setas durante el inmoral e ilegítimo gobierno de Yeltsin- y de algunos comunistas de los países occidentales, entre las cuales brilló por su ausencia la opinión crítica de comunistas y analistas latinoamericanos y de otros continentes, su asombro fue muy grande.

      Efectivamente, dichas revelaciones venían a confirmar ciertas hipótesis que él autor había venido conjeturando desde el año 1967, cuando llegó a la Unión Soviética por primera vez, permaneciendo allí durante doce años, lapso este que le permitió conocer a fondo el país. Porque, en aquel tiempo, al conversar con los ciudadanos soviéticos, nunca escuchó palabras de elogio o simpatía para con la persona de Jruschov: todas, sin excepción, eran acerbamente críticas e irreverentes, sobre todo de parte de gentes que habían vivido el período de la edificación del socialismo en la URSS. Las opiniones de los ciudadanos soviéticos de entonces sobre Stalin, por el contrario, expresaban manifiesto respeto y admiración.

      La posición de los dirigentes del PCUS en aquellos años, que manifestaba con elocuencia que, para la Unión Soviética de entonces, Stalin no había existido -pues ni siquiera era objeto de críticas oficiales-, para un observador atento, daban cuenta de que algo muy importante obligaba a la cúpula partidaria y gubernamental soviética a ignorarlo deliberadamente.

      Por todo lo que había precedido al XX Congreso del PCUS, y, sobre todo por los asombrosos resultados de la gestión de Stalin, que, dirigiendo al Partido y al pueblo soviético, había transformado a la Unión Soviética de un país muy atrasado y destruido -el menos desarrollado de los países prósperos de Europa- en una potencia industrial, altamente desarrollada -la segunda en términos económicos y militares a nivel mundial, que, además, había acabado con el enemigo más sanguinario de la humanidad, el nazismo-, de más en más, adquiría ribetes de veracidad la idea de que Jruschov -y los que callaron o lo apoyaron el año 1956-, irremisiblemente, habían mentido por razones desconocidas y, por consiguiente, entonces, inexplicables.

      Porque un país gobernado por un tirano con base en el terror nunca podría haber triunfado en una guerra tan cruenta y desigual, como la Gran Guerra Patria.

      Asimismo, una nación gobernada por un “sanguinario dictador” nunca podría haber llevado a cabo, en todas las esferas de la sociedad, lo que el pueblo soviético alcanzó antes de la guerra y después de ella.

      Un pueblo consciente y culto no llora la muerte de un tirano.

      De donde se sigue que -si se pretende actuar con justicia y equidad- es imprescindible analizar al hombre y sus actos sin hacer abstracción de su época, de las condiciones objetivas entonces imperantes y de la posición que ocupó en la sociedad, así como también los objetivos que persiguió y los que alcanzó.

      Lo que aconteció el año 1956 fue una de las más tristes y trágicas paradojas de la historia universal. Porque nadie fue capaz de vislumbrar que lo que, aparentemente, era verdad, en buen rigor, era la más horrenda falacia. Horrible, porque marcaba un hito histórico acaso sin precedentes, pero que sí sentaría precedente: de una plumada, se obligaba a todo un pueblo heroico y orgulloso de su pasado a renegar de su historia. Treinta años más tarde, Gorbachov y la cúpula de la burocracia partidaria -buenos conocedores del precedente-

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