Políticas de la imagen y de la imaginación en el peronismo. Eduardo Galak
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Tras el discurso de pretender una democratización de estas tecnologías, el gobierno peronista procuró no solo la masificación de los aparatos, sino también de modos específicos de cómo utilizarlas: aprovechando la novedad y la retórica cientificista que las envolvía, las políticas públicas durante la gestión de Perón a mediados del siglo XX se abocaron a reproducir sentidos acerca de la importancia de gobernar qué convenía ser visto, escuchado, sentido y percibido. El hecho de que para muchos escolares –e, incluso, para sus familias– era la primera vez que podían acceder a tener un contacto con este tipo de máquinas ahondó el sentimiento que relacionaba estos dispositivos electrónicos con lo oficial, entendido en un sentido por momentos abstracto, pero con claras connotaciones partidarias.
Más allá de los usos políticos, la habilidad del peronismo también consistió en pedagogizar las tecnologías, volviéndolas un dispositivo central de la máquina escolar. Precisamente sobre este telón de fondo se inscribe el estudio de la planificación, producción y masificación de contenidos y medios didácticos para que sean utilizados en las escuelas, con la finalidad de que se aproveche la novedad tecnológica, como sinónimo de científico, de progreso, de civilidad y de nacionalismo. De ahí que progresivamente se abandone la importación de guiones o realizaciones extranjeras en favor de creaciones locales, con el sello patriótico como marca distintiva de la Nueva Argentina. Es de esta forma como los sentidos empiezan a ser permeados por las políticas públicas estatales, generando que la máquina escolar despliegue lo que Jacques Rancière (2014) denomina como una “fábrica de lo sensible”: lo visual, expresado en el auge del cine escolar y la televisión; lo auditivo, a través de la radio, y lo performático mediante el teatro.
La vieja Argentina: usos de la tecnología
pedagógica antes de Perón
La Primera Guerra Mundial cambió el mapa geopolítico de Europa y constituyó una verdadera crisis en la trayectoria civilizatoria. Un propósito buscado luego de su culminación fue el de crear un organismo que pudiera evitar que una nueva conflagración se repitiera, cuestión lograda con la institucionalización de la Sociedad de las Naciones. De su interior surgió la idea de vincular la producción cultural y educacional con la fundación de la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual, materializada en 1922. Como ejemplo de esta voluntad de vincular cultura y educación, cuatro años después esta comisión llevó adelante un Congreso Internacional de Cine con la participación de 432 delegados de 32 países, haciendo que las potencialidades del cine fueran percibidas por intelectuales de numerosas regiones, quienes vislumbraron las posibilidades que encerraba como instrumento de formación y como elemento de propaganda (Alted Vigil y Sel, 2016).
Bajo la premisa de que las nuevas tecnologías podían constituir un recurso educacional novedoso y relevante al cual las gestiones estatales debían prestar atención como método auxiliar de la enseñanza, se crea en 1928 en Roma, Italia, el Istituto Internazionale di Cinematografia Educativa, cuyos estatutos fueron avalados por la Sociedad de las Naciones, lo que le confería una significativa legitimidad (Serra, 2011). Puede esgrimirse que este instituto fue la expresión de un clima de época, a la vez que precursor en el uso de tecnologías como dispositivos educativos, pues significó la puesta en marcha de organizaciones (oficiales y protooficiales) con ambiciosos propósitos científicos y culturales, que resultaron en la producción de material audiovisual como recurso pedagógico. Christel Taillibert (1999) menciona que uno de los grandes logros del organismo fue poder evadirse de la influencia fascista que le dio origen, así como de la competencia internacional suscitada en el seno de la Sociedad de las Naciones. Cabe mencionar que, a instancias del Instituto, unos años más tarde, entre el 5 y el 11 de octubre de 1933, se elabora un convenio de carácter internacional para promover la libre circulación de este tipo de películas, suscripto por representantes de treinta y nueve naciones, lo cual representó un hito en la historia de la cinematografía escolar dado el incentivo estatal para la actividad (Herrera León, 2008: 5). Con posterioridad, se organiza en 1934 el Congreso Internacional del Cine Educativo e Instructivo en París, aunque, como sostiene Andrés Del Pozo (1997: 61), si bien la relevancia que supuso el Congreso y las conclusiones a las que arribó fueron al menos discutibles desde una mirada pedagógica, puesto que en el documento final quedó plasmado el rechazo del cine hablado como instrumento didáctico y la consideración del cine mudo, acompañado de la palabra del profesor, como procedimiento instructivo ideal.
Por su parte, la radio también fue pensada por aquellos años como recurso educativo. Según Leslie Purdy (1980), en Estados Unidos, desde la primera transmisión de una estación radial en 1917, los educadores utilizan los mensajes radiales como medio pedagógico, siendo Latter Day Saints’ University of Salt Lake City, en 1921, la primera institución educacional en pedir oficialmente una licencia para establecer una radio. Apenas una década y media más tarde, en 1936 ya eran más de doscientas las licencias de este tipo, aunque solo treinta y ocho operaban.
Más allá de que como aparato tecnológico característicamente moderno la radiofonía es concebida desde su creación como dispositivo de transmisión cientificista de ideas, existieron un conjunto de experiencias en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX que pueden encuadrarse como parte de un proyecto de enseñanza escolarizada a través de ese medio. En especial se destacan las experiencias desarrolladas desde principios del pasado siglo en la ciudad de Buenos Aires, en el colegio San José de los padres bayoneses, en el porteño barrio de Once, realizadas por el padre Lamanne, y en el colegio del Salvador por el padre Senra y el ingeniero Christensen (Historia del RCA, 2016).
En octubre de 1923 se llevó adelante la Primera Exposición Universal de Radiocomunicaciones en Buenos Aires, donde se esperaba mostrar al mundo los avances de la tecnología, a la par que se buscaba que sus bondades se pudieran utilizar en el plano educativo. Es interesante señalar que, a la hora de describir la historia de las comunicaciones en nuestro país, se reivindica la figura del gaucho en cuanto “se convirtió en la máquina registradora por excelencia de las ondas luminosas y sonoras que emiten los elementos y los seres de la creación” (Argentina, 1923: 177). Según Juan Manuel González Mantilla (2009: 31), en esos años en la Argentina “existían grupos de radioaficionados que no excedían el número de cincuenta, pero se apasionaban por las novedades tecnológicas, a partir de información que recibían procedente de Europa y Estados Unidos”.
En lo que refiere a los usos pedagógicos, un mes más tarde de aquella exposición universal, en noviembre de 1923, confluyen diferentes medidas que buscaron impulsar la radio con fines educativos: mientras que el 22 de ese mes Leopoldo Bard, diputado yrigoyenista y primer presidente del Club Atlético River Plate, impulsó un proyecto de ley para instalar estaciones radiotelefónicas de recepción en los colegios nacionales y en las escuelas normales de todo el país, fundamentando que la radio era un medio de cultura y difusora de la cultura popular (Argentina, 1923), un día después, el 23 de noviembre, la Universidad Nacional de La Plata instaló una oficina radiotelefónica de alta potencia, con el objeto de difundir una serie de conferencias académicas y, con ello, contribuir a la labor de extensión que realizaba. Apenas unos meses más tarde, se creó la radio universitaria, una de las primeras experiencias del mundo en su tipo: en paralelo con el inicio del ciclo lectivo, el 5 de abril de ese año tuvo lugar su primera transmisión. El entonces presidente de la Universidad, Benito Nazar Anchorena, señaló que “a la Universidad de La Plata le corresponde la iniciativa de haber empleado una estación radiotelefónica no solo como excelente elemento de enseñanza e investigación para la radiotécnica sino también para fines de divulgación científica, o sea, como elemento de extensión universitaria” (citado por Antonucci et al., 2009: 19). La emisora quedó a cargo del profesor de Ciencias Físicas y Matemática Enrique Fassbender, y las conferencias de los profesores de la Universidad constituían el eje de la programación, cuyo alcance se extendía por toda la ciudad capital de la provincia de Buenos Aires.
Por aquellos mismos años