Políticas de la imagen y de la imaginación en el peronismo. Eduardo Galak
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Estos antecedentes internacionales funcionan como base sobre la cual se desarrollaron una serie de iniciativas en la Argentina con el objeto de hacer de los dispositivos tecnológicos modernos un recurso didáctico escolar novedoso. Muestra de ello puede verse en las notas que esporádicamente se publicaban en la prensa pedagógica argentina en favor de incorporar la utilización de la cinematografía o de la radiofonía como instrumento escolar. Por caso, en una de las revistas dirigidas a profesionales de la educación más representativa de la época, como lo era El Monitor de la Educación Común, aparecieron diversos artículos que defendían estos usos: allí se divulgaron escritos como “La cinematografía escolar” del español Alexis Sluys (1922), la traducción de “De cinematografía” del francés Jules Destreé (1932), “La radio y el maestro” del argentino Manuel Mandel (1932), “Cinema y radio educativa” del argentino León Bernard (1932) o “La cinematografía para niños” (sin firma, 1934).
Para el caso de la cinematografía como recurso escolar, es importante señalar el rol desempeñado por el pedagogo Carlos María Biedma a través de la Escuela Argentina Modelo, que entró en funcionamiento en 1918, especialmente a partir del aporte de la reconocida maestra Rosario Vera Peñaloza: juntos impulsaron en 1923 el uso del cine con fines didácticos a partir de realizar filmaciones históricas con la actuación de los alumnos del establecimiento, muy posiblemente la primera experiencia escolar en su tipo.3 Sin embargo, no existía por aquel entonces unanimidad en el uso de la tecnología dentro de las aulas. Por caso, ese mismo año Honorio J. Senet (1923: 25)4 escribió La acción posescolar del Estado: urgencia de su organización en todo el país, libro en el cual se mostraba reticente a la incorporación de nuevas tecnologías como el cine, “que hace escuela para delincuentes o cátedra de excelencias excéntricas”.
Es recién en la década de 1930 cuando las voces a favor de la utilización de nuevas tecnologías dentro de la escuela parecen haber acallado las disidencias. Ejemplo de ello es que la propia Escuela Argentina Modelo organizó en 1933 la Exposición de Cinematografía Escolar, la cual representó una novedad educativa, que incluso significó una amplia cobertura del principal medio pedagógico de difusión, El Monitor de la Educación Común, con fuertes elogios: “fue una muestra palpable de las múltiples aplicaciones que estos aportes de la ciencia pueden tener en la enseñanza” (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1933: 54). En otra nota, Rosario Vera Peñaloza esboza una lúcida descripción del evento y menciona que “setecientos tambores de cintas terminadas y en preparación reúne en su escuela el doctor Carlos Biedma, autor de esta exposición” (54). También puede sumarse en esta dirección la creación en 1932 de la Sociedad de Educación por el Cinematógrafo, incorporada al Museo Social Argentino tres años más tarde, que llevó adelante la Primera Exposición Internacional de Cinematografía Educativa en Buenos Aires el 10 de junio de 1939, con una comisión de consulta presidida por el líder socialista Alfredo Palacios e integrada por el prestigioso jurista Rodolfo Rivarola y por integrantes de las Fuerzas Armadas argentinas como el general Basilio Pertiné (Argentina, 1939).
En 1936 un proyecto de ley impulsado por el diputado conservador Dionisio Schoo Lastra plantea la oportunidad educativa que supone utilizar la radio con finalidades pedagógicas en el ámbito rural. En efecto, el objetivo pasaba por subsanar las falencias que el Ministerio de Agricultura tenía en difundir su mensaje entre los agricultores, dado el alto índice de analfabetismo que prevalecía en los territorios alejados de las grandes ciudades. Partiendo de la idea instalada de que las escuelas en la Argentina son sinónimo de sociabilidad, progreso y civilidad, a la vez que entrañaban un combate contra el analfabetismo, para los impulsores de la ley la radio era especialmente significativa para la educación rural, ya que podía atenuar estos inconvenientes, a la vez que constituirse en una herramienta para que los alumnos transmitieran el mensaje oficial entre sus padres. De este modo, “la abandonada y pobre escuelita de campaña se transformaría en un centro de cultura” (Argentina, 1936: 4).
Por su parte, en 1941 se desarrollaba en Estados Unidos una experiencia radiofónica de gran influencia por aquellos años: la Columbia Broadcasting System lanzó una publicación destinada a todo el continente americano llamada Radio-Escuela de las Américas. Según consta en sus páginas, se declaraba como explicita intención “ayudar a los maestros en la instrucción en las salas de clases y para ser empleados en todas las naciones de las Américas” (Radio-Escuela de las Américas, 1941: 3). Pensada como manual para los docentes americanos, el recorrido de sus páginas refleja el entramado entre el uso pedagógico de la radiofonía y su utilización política como propaganda. Por caso, como se lee en la imagen, la primera emisión de la Radio-Escuela de las Américas fue en La Habana en el marco de la Segunda Conferencia Panamericana de Cancilleres.
Primera emisión de Radio-Escuela de las Américas, 1940 (Radio-Escuela de las Américas, 1941).
Además de estos eventos educativos, también se produjo en la Argentina una interesante bibliografía sobre el uso de nuevas tecnologías dentro de ámbitos educativos, que en su mayoría estaba destinada a argumentar la importancia de que el Estado se hiciera cargo de promover e implementar políticas públicas en este sentido dentro de las escuelas. Tal es el caso de Cinematografía escolar de Ida Luciani (1937), un texto en el cual su autora recopila una serie de escritos sobre cómo se han implementado en el primer tercio del siglo XX imágenes cinematográficas como recursos educativos en la Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y en diversos países europeos.5 Luciani también escribió ese mismo año en El Monitor de la Educación Común una nota titulada “El cinematógrafo en la escuela”, en la cual señala que el cine escolar puede servir como un “antídoto” para frenar la creciente distancia que observa entre las familias y la escuela. De ese modo, “las exhibiciones cinematográficas constituyen un poderoso señuelo” (Luciani, 1937), lo cual puede ser pensado tanto hacia el interior de la comunidad educativa como de la sociedad en su conjunto. La referencia a que los dispositivos pedagógicos constituyen un “señuelo” refleja una constante: el uso de las nuevas tecnologías como atractivo para, de maneras conscientes pero también inconscientes, transmitir masivamente un conocimiento.
Luciani identifica una falta de interés por parte del Estado, lo que queda reflejado en una anécdota relatada por la propia autora: haciendo mención a que el cine es una “herramienta de elevación cultural”, recuerda el caso de unos exalumnos que tenían el propósito de donar un proyector cinematográfico a su vieja escuelita de la infancia, quienes tras infructuosos intentos por juntar fondos de parte de los antiguos miembros de dicha institución escolar, y luego de venderle al vecindario las cosas que la escuela normalmente desechaba, comenzaron a armar funciones de cine con una entrada accesible. Su iniciativa fue exitosa y sus arcas se enriquecieron con “el óbolo de personas adineradas y de comerciantes que simpatizaron con su obra. En la actualidad, no solo cuenta con un fondo de reserva para cambiar el primer proyector por otro de más precio, sino que tiene el propósito de mejorar el aspecto de la sala de proyecciones y formar una discoteca de música clásica” (Luciani, 1937). Esta historia narrada por Luciani muestra no solo la falta de intervención estatal, sino también que ya en la década de 1930 la cinematografía era parte de las prácticas culturales de la sociedad.
La necesidad de una legislación que amparara la creciente producción cinematográfica y que aumentara de modo exponencial el rol del Estado comienza a aparecer a lo largo de estos años, del mismo modo que un notorio protagonismo