Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva

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Secretos de Mujeres - Fernanda de Alva

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en los que todas deberíamos ponernos de acuerdo, la verdad es que el tiempo pasa, nuestras facciones cambian y, en la gran mayoría de los casos, nuestro peso también cambia. Por lo tanto, ese cabello que nos da marco a nuestra cara debería ir cambiando en cada etapa. La vida es dinámica y nosotras debemos acompañar también con nuestra imagen ese fenómeno natural. Las fijaciones son algo así como intentar tapar el sol con la mano. Pero bueno, siempre se debe hacer con un criterio que sea sólido y discreto, sino corremos el peligro de quedar hechas unas caricaturas de nosotras mismas.

      En general, cada cinco o siete años, podemos evaluar cómo vamos cambiando. Nos pasaron cosas lo suficientemente importantes como para sentir que ya no somos las de antes. Tomá ese sentimiento como un buen indicador de qué es lo que está pasando en tu interior y a tu alrededor. Seguramente será un buen termómetro para hacer algo distinto con tu pelo. A veces, con sólo algunas sutilezas podés actualizar tu estilo.

      Se buena contigo y, por favor, no te hagas un corte ultracorto tipo “pelito rapado” o carré con nuca despejada a no ser que:

       Tengas divinos 20 años.

       Tengas una cara perfecta, ninguna arruga y que no te importe que te den algún año de más.

       Si ya pasaste los 70, tenés razón, hacete lo que se te ocurra. ¡He dicho!

      Si tenés cara pequeña y delgada, hacé un esfuerzo y no te pongas los cabellos pegados a las mejillas buscando dar volumen a tu rostro con más volumen de tu pelo… Estoy cansada de ver versiones rubias, rojizas, castañas y morenas al mejor estilo “melena de león” en las que (no importa si son bonitas o feas) las cabelleras pasan a ser el elemento más importante, los rasgos quedan escondidos y el resultado es poco elegante.

      Si tus facciones son redondeadas, sé buena y en este caso, sí, acercá tu cabello a tu rostro. De esa manera, se sombreará más el contorno y dará una sensación de más pequeño. Pero cuidado que tu pelo no quede muy rizado, voluminoso o englobado con el corte, porque conseguirás el efecto contrario. Es decir, parecer algo así como un globo aerostático. En caso de necesidad de atarte el cabello, sólo hacelo para ir a tu clase de gimnasia, a no ser que tu intención sea convertirte en la representación latina de un tablao flamenco, ¡Olé!

      Si tu rostro es más bien rectangular o alargado, una buena solución es acortar el largo con un interesante flequillo que puede ir desde uno discreto y peinado hacia el costado o entreabierto al medio, hasta uno tupido e importante representante del concepto. Eso sí, búscale la vuelta para que tus ojos se sigan viendo. No hay nada más desagradable que ser confundida con la hermana del Tío Cosa (espero que todas recuerden al emblemático personaje de Los Locos Adams).

      Si tu cara es más triangular, es decir frente ancha y mentón pequeño, pues bien, los cortes carré un poco por debajo del mentón con puntas hacia adentro serán una opción espectacular. También unos buenos rizos en las puntas ayudarán a equilibrar el ovalo de tu cara.

      Si tu frente es regular, tus pómulos también pero tu mentón es prominente, sin duda, el pelo más largo y lacio enmarcando el rostro será un excelente aliado.

      Y si tenés arrugas, cara pequeña, extremadamente delgada, pero según desde el ángulo que se te vea es redondeada y también alargada y tenés cierta tendencia al ovalo en triángulo y para colmo un mentón heredado del tamaño de una carretilla. Por favor, hacé lo que puedas, pero hacelo. La verdad es que me quedé sin opciones…

      Colorín, colorado

      Otro iceberg dentro del inmenso mar que representa el mundo de “la peluca” es el tema coloración. ¡El Color! ¡Qué tema! ¿Quién no ha pasado grandes horas de meditación pensando: “¿Color sí? ¿Color no? ¿Reflejos sí? ¿Reflejos no? ¿El Henna me cubrirá estas canas? ¿O me dejo las canas y me hago la interesante?”.

      En general, en mi país, seguimos dos grandes estereotipos: la “rubia total” y la “morocha argentina”. A partir de la adaptación de distintas variantes de estos modelos podemos encontrar las más absolutas e inimaginables derivaciones.

      Respecto de las rubias, está la que se queda rubia y, a lo sumo, le agrega un poco de realce al color, porque quiere destacar que es SU color.

      Luego, se encuentra la señora de tez aceitunada, que se pone un rubio color miel para verse más fina (aunque no siempre lo logra).

      Sigue la vivaracha, que piensa que todo le queda bien porque es DI-VI-NA, y tiene tres capas de colores: primero el suyo, luego, un rubio subido y, para dar luz, un rubio pajizo en la capa superior. Realmente y, sin dudarlo, ella se cree, ¡súper guau! Pero ¿lo es?

      Está la criolla con un hermoso pelo color azabache y una piel dorada privilegiada por naturaleza, pero a quien esto le importa poco. Entonces, como siempre quiso ser rubia, se tiñe de platinada.

      Para terminar, tenemos a la rubia “desteñida”. Este es un caso especial. Sí, no nos referimos al efecto “puntas desgastadas” que hoy se usa tanto. A esta señora el rubio se le desgastó de tanto usarlo. Por efecto del tiempo y la dejadez… Es decir, un día se hizo un rojizo y, como era de esperar, se le fue lavando hasta que le quedó un amarillo color paja que, la verdad, ya no tiene mucha solución… A veces temo por la calidad de los oxidantes que se pueden llegar a usar y sus efectos.

      En el otro extremo de la escala cromática tenemos a la “morocha argentina”. Debo confesar que, a mi gusto, estas muchachas suelen equivocarse bastante menos. No obstante, eso no quita que a veces veamos, ¡cada cosa! Por ejemplo, podríamos encontrarnos con lo que denomino la “morocha ébano”, quien, en su búsqueda del negro perfecto, se puso tanto tono sobre tono que, se convirtió en una “estatua de mármol negro”. Eso sí, ¡bien brillante!

      Luego, tenemos la “morocha caramelo”. Esta mujer es un espécimen peculiar. Ella es la que de tanto darle al color chocolate una vez y otra vez, termina siendo la más clara expresión del Nutella. La verdad, tanta dulzura mata.

      Tampoco nos olvidemos de la morocha que se llenó de canas, pero que no quiere asumirlo. Por ende, le empieza a dar al Henna (¿Lo tienen? Ese colorante de una plantita que ya se usaba allá en Egipto, miles de años antes de Cristo). Al principio, todo bien con la tintura natural. Sin embargo, con el paso del tiempo, el sucesivo aumento de los cabellos blancos y de las reiteradas aplicaciones de Henna, ¡su cabellera culmina emulando el pelaje de un caballito roano! El problema de estas seguidoras de Cleopatra es que pueden recibir motes no deseados.

      Por último, llegamos a la “morocha latinoamericana” renegada, esa que piensa que el tono moreno de su pelo hace que se le note la edad o que le hace los rasgos más duros. Entonces, arremete con los claritos y de tanto entusiasmo -porque, tras los primeros regresos de la peluquería, todos le dicen que le queda bien-, se convierte en, ¡rubia! Pero bueno, ¡qué importa! En síntesis, chicas, errores cometemos todas.

      Dejé para el final un grupo que es especial, diferente al resto. Se trata de las mujeres que, sin duda, desean diferenciarse sí o sí. A ellas no les importa en lo más mínimo el qué dirán, en realidad lo buscan desesperadamente… Son ELLAS, las distintas, las raritas. Son las pasionales coloradas.

      ¡Sí, sí, sí! No me digan lo contrario, porque en este continente tenemos a las mujeres originarias, las criollas, las españolas, las francesas, las italianas. Algunas llegadas por la inmigración sajona. Más cerca, en nuestros días, las orientales, pero ¿cuántos son los barcos que llegaron con inmigración nórdica

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