Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva

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Secretos de Mujeres - Fernanda de Alva

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y hacerme ser quien soy.

      La amistad entre mujeres, ¡qué tema si los hay! Juntas nos acompañamos, nos sostenemos y hasta tomamos decisiones para nuestra vida. Todas, en mayor o menor medida, tenemos una, dos o tres amigas que son pilares de nuestra existencia, y otras, que forman parte de nuestros grupos de pertenencia y que hacen que nuestro día a día sea realmente más llevadero.

      Pensemos: ¿Hay algo más divertido que juntarse a tomar un té, un café o un mate y pasar revista a las actualidades de cada una para estar “en la cresta de la ola”? O, ¿quién no ha salido de una cita con ese hombre que tanto le gustaba y lo primero que ha hecho es tomar al teléfono para contárselo a esa amiga del alma, confidente y compinche como pocas? Claro que hay que contárselo al instante porque si lo posponemos hasta mañana, tal vez se nos escapen “esos” detalles.

      También sabemos que no hay nada mejor que pasar una tarde de compras con esa amiga divertida que puede convertir una escapada al shopping en una salida inigualable.

      Ante situaciones difíciles... ellas son comprometidas, incondicionales, “de fierro”. Muchas veces son las únicas que pueden contenernos y levantarnos del suelo emocional en el que caemos cuando no podemos con nuestras almas. Están ahí para socorrernos, prestarnos una mano, ropa, dinero y hasta el auto. O para transformar un verano en una experiencia única que llevaremos por siempre en el corazón, en gran parte, porque ellas estaban a nuestro lado.

      El inicio de esta historia

      ¿Alguna vez te preguntaste cómo nace la amistad entre las mujeres? Para mí siempre empieza en la niñez, en la plaza, en el patio de nuestra escuela o en la cuadra de nuestras casas, cuando salíamos a jugar y comenzábamos a relacionarnos con las otras nenas. Generalmente entrábamos en simpatía con una o dos más que con las otras, con quienes jugábamos siempre juntas. Con ellas nos sentíamos contentas y divertidas. Y, algo muy importante, más protegidas de las que tanto no nos gustaban.

      Solíamos hablar de temas “interesantes” como, la última muñeca que nos había regalado mamá o el vestidito rosa bordado en punto smock que nos había hecho la abuela y que íbamos a estrenar para el próximo cumple. También tomábamos juntas nuestras primeras decisiones como, qué le íbamos a pedir a papá para el próximo Día del Niño: ¿La bicicleta que tanto nos gustaba -y que la otra ya la tenía-, o los patines?

      Compartíamos nuestras galletitas, caramelos y pastillitas para demostrarnos cariño y compañerismo. Algo muy frecuente que solíamos hacer era caminar del brazo para sentirnos seguras y en grupo o hacíamos rondas sentadas en el piso para conversar a nuestras anchas.

      ¡Qué tiempos aquellos! Tan lejanos, tan cercanos… Tan formadores de las conductas futuras. Mientras hacíamos las primeras experiencias de amistad, también observábamos cómo nuestras madres se aferraban al teléfono por horas para contarle a su prima algo importantísimo e impostergable que aseguraban, sólo ella podía saber. Veíamos como algo usual, al llegar a casa, encontrarlas con la vecina, revistas en mano, hablando sobre ese vestido maravilloso que se querían comprar o hacer. Otras tardes, la actividad consistía en acompañarla a visitar a una amiga que, ¡oh, casualidad!, tenía una hija con la que podíamos jugar.

      Las mujercitas, desde muy pequeñas, nos iniciamos en el aprendizaje de esa trama compleja e inigualable que es la amistad entre mujeres, primero guiadas por nuestras madres y, luego, por nuestro propio instinto.

      Las féminas somos, por condición, más suaves y comunicativas que los hombres, así que la acción de la palabra se vuelve un condimento irremplazable y todo se va tejiendo desde su uso como una red eterna de confidencia, complicidades, coincidencias, encuentros y desencuentros con nuestras compañeras de género y de camino.

      Todo nos sirve para comentar, para explicar algo más de nuestras propias vidas o para demostrar lo que sentimos. Y, por sobre todas las cosas, para charlar entre nosotras... ¡Nada en el mundo nos gusta más!

      Quién no ha vivido la siguiente situación:

      - Salgo.

      - ¿A dónde vas?

      - Voy a ver a Luciana, tenemos que hablar…

      Entonces, nos responde nuestra pareja:

      - Pero, decime, ¿qué tanto tenés que hablar con Luciana? Si hablaste ayer, antes de ayer y antes de antes de ayer.

      ¿Qué sucede entonces? ¡Gran Portazo Gran! Salida teatral y… ¡Grrrrrrrr! Nos marchamos ofendidas al encuentro de nuestra amiga. Porque lo que no entienden ellos es la simple respuesta: ¡COSAS NUESTRAS!

      La amistad suele ser un bálsamo de construcción emocional que ninguna mujer se quiere perder de vivir. ¿Hay algo más doloroso que un momento de angustia en soledad sin el cariño incondicional de una amiga? A veces las circunstancias de la vida nos pueden llevar a perder estas relaciones tan fundamentales. Por ejemplo, por exceso de trabajo, responsabilidades de familia o alejamientos por mudanza o enfermedades. Nada nos hace sentir más doloridas o desorientadas que la pérdida de esos vínculos tan preciados. No hay maridos, ni hijos, ni desafíos próximos, ni terapias que nos hagan olvidar ese vacío, como una daga en nuestro corazón. Aunque todo lo demás esté de mil maravillas y nosotras estemos haciendo algo importante para nuestras vidas, sentirnos acompañadas y comprendidas por otras mujeres hace a nuestro bienestar.

      Pero no todo es color de rosa en las relaciones entre mujeres, porque nosotras, además de ser conversadoras y “simpáticonas”, también podemos encontrarles un uso poco elegante y bastante más agresivo a nuestras uñas esculpidas y/o barnizadas… Y darle más de una razón a Dios por haber echado a Eva del Jardín del Edén.

      Entre amigas, ¿todo se perdona?

      ¿Puede una amiga ser envidiosa? ¿Competitiva? ¿Existe el “te lo digo por tu bien” o esconde una intención algo alejada de un verdadero sentimiento de amistad? ¿Dónde está el límite? Repasemos algunas situaciones con amistades difíciles –de esas que todas tenemos o hemos tenido- y aprendamos a reconocerlas.

      Lo tuyo es mío y lo mío es… mío

      ¿Quién no ha tenido esa amiga que todo el tiempo quiere acercarse para pedirte o “tomar” algo de tu persona? A este tipo de mujeres les encanta pensar que, si pasan mucho tiempo a tu lado, como en un proceso de mágica clonación celular, podrían convertir en una copia tuya.

      Primero, se presenta como una mujer excelente que quiere hablar y hacerte algunas preguntas, luego te pasa a contar que está “medio sola”, porque tuvo varios problemas. Te da pena y te decís: “¡Pobre, parece buena! y aunque es medio ‘collar de melones’, tal vez es cierto que tuvo mala suerte”. Así que la sumás a alguna salida. Le decís que pase por tu casa a buscarte para ir juntas al cine. Toca el timbre de tu edificio y le avisás por el portero eléctrico que ya bajás, pero cuando estás diciendo “ya voy…”, escuchás una voz desde la puerta que dice: “No, abrime, estoy aquí arriba”. Sorprendida abrís, pasa y mientras te terminás de vestir, ella te va preguntando por cada sillón, cuadro, platito y mantelería de la casa… ¿Dónde lo compraste? ¿Cuánto te salió? ¿Qué tal te resultó? Después de un rato, cuando lográs sacarla de tu casa y llegan finalmente al cine, ella te invita con las entradas y con la cena. Entonces, te arrepentís de haberla querido mandar al diablo, te da culpa y pensás que sos una malvada. Así que cuando te vuelve a llamar, a los dos o tres días, aceptás salir nuevamente y, al poco tiempo, no sabés cómo, pero

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