Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva

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Secretos de Mujeres - Fernanda de Alva

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y la acompañás hasta la guardia. Ahí, luego de tomografías y centellogramas computarizados, sólo le recomiendan un tranquilizante. La dejás en su casa y, después de que ella se deshace en disculpas, le decís: “Bueno, ¡está bien! Pero, por un buen rato, no me llamés más, ¿dale?”. Y enfatizás: “Pero por un buen rato, largo, largo…”.

      Ay, disculpen, ¡se me complicó!

      ¿Quién no ha tenido a esa amiga que sabe ser confidente y compañera en la intimidad, pero que en cuanto hay terceros involucrados se encarga de boicotear y dejarte mal parada en todo aquello que hayas organizado? A ver si te suena esta situación:

      Salen al cine, ella eligió la película, el complejo que le quedaba más cerca y el horario que más le gustaba. Pero cuando estás en la cola para entrar con los tickets en la mano, te manda mensaje diciendo: “Mejor lo dejamos para otro día; tengo problemas con Guille y no puedo salir. Mañana te cuento”. Con las entradas en la mano, tomás el teléfono y empezás a llamar al directorio entero a ver si alguien te quiere acompañar.

      Días después la invitás a ir, junto a un grupo grande de amigos, a conocer una disco nueva. Ella confirma su presencia. No estás muy segura de que ella vaya a asistir, pero hasta sumó a otra de sus amigas en común… La reserva se hace con tres semanas de anticipación. Cuando llega el día, unas horas antes, cambia de idea y te envía el siguiente mensaje: “No te enojes, pero: ¿por qué no vamos al bar al que vamos siempre? Me dijeron que hoy va a estar bueno”. La mandás a pasear y salís corriendo a buscar un reemplazo para las entradas que ya habían señado.

      Al tiempo, otra amiga intercede y te dice que no lo hace queriendo, que las “re quiere” y que hay que comprenderla. Te apiadás y pensás que sos terrible, así que decidís darle una nueva oportunidad. Entonces, armás un viaje de solteras y la invitás junto con otra amiga más (la que te convenció de que no lo hace a propósito). Averiguás todo, sacás presupuestos, conseguís las mejores condiciones, tenés todo, sólo falta dar el OK. Sacas tu ticket y tu otra amiga también. Cuando le toca a quien ya sabés, manda otro mensaje vía celular: “Chicas, disculpen, si puedo me sumo después… Vemos, pero tengo problemas con los chicos y no voy a poder. Además, me voy a Europa y creo que no me van a dar los tiempos. Pásenlo ‘re lindo’. ¡Las quiero!”.

      ¿Comentarios? Seguramente coincidirás en que, en el futuro, irás a lo que te proponga, pero por supuesto si no tenés nada más que hacer…

      Mi amiga, ¿mi mayor enemiga?

      Somos muy buenas compañeras, ella tiene muchas condiciones, es buena persona y, además, buena confidente. Sin embargo, hay un pequeño detalle: DUDA. Duda de todo. La acompañás a comprarse ropa (porque sola no se anima). Durante cinco horas entran aproximadamente en 25 negocios, se prueba 300 prendas, pero no sabe, no se decide y salen sólo con un pantalón. No importa, estás contenta, porque, ¡pudo elegir algo! Al día siguiente, te enterás que lo devolvió, porque no le terminó de “cerrar”.

      En otro momento, como es tu amiga de la vida, le confesás que vas a dejar a tu marido, con el cual hace rato ya no vas ni para atrás ni para adelante. Durante años, sutilmente te mostró que era un bueno para nada, pero lo disculpabas por los chicos, por tu familia y por el “qué dirán”. Cuando, decidida y entendiendo que no hay nada más qué hacer, le contás a tu amiga que te separás. Ella te empieza a explicar que “¡OJO!”; que no tenés idea lo que es criar a tus hijos sola porque “yo ya estuve ahí”, que al final de cuentas, él no es tan malo…, “no mató a nadie”, que no es tan fácil conseguir a otro que sea tan perfecto (parece que ella ya se dio cuenta) y que ese otro que tenés “el nuevo”, ¿cómo podés asegurar que te vaya a querer y a elegir? (léase: ¡Si vos no tenés nada tan especial como para que éste mande todo al diablo por vos!). Entonces, te quedás pensando y te perdés en el limbo de tu indecisión (en realidad, la de ella, ¡pero te la contagió!) y lo peor es que nunca podrás saber si es tu mejor amiga o tu mayor enemiga…

      Con amigas así… las otras quedan chicas

      Alguna vez llegó a mis oídos la historia de esa piba más joven, divina, que siempre era divertida y la seguía a “la flaca” en todas… Siempre que salían estaba dispuesta, la pasaban genial. Tan buena onda era que cuando “la flaca” armaba programa con su marido, se quedaba con los chicos. Cerca de sus 40, cuando “la flaca” tuvo la crisis de “la edad”, la impulsó a que haga terapia y a que luego estudiase. Un fenómeno la chiquita. Es más, tan buena era que le iba a buscar a los nenes al cole cuando no llegaba de la facu a tiempo… La verdad, ¡una gran amiga!

      Algunos le decían que desconfiara; que tal vez tenía otras intenciones. Para ella, todos eran unos tremendos exagerados, sin embargo, tuvo que admitirlo, no hay peor ciego que el que no quiere ver… En este caso la ciega era “la flaca”.

      La gran amiga era, más que todo, ¡la amiguita de su marido! Pero la sigue queriendo, porque gracias a ella hoy tiene una profesión, tiene a sus hijos y…, ¡su exmarido se convirtió en el marido de la “muchachita”! ¡Más que una gran amiga, fue una gran ayuda! ¡¿Por qué negarlo?!

      Aunque la mona se vista de seda, mona queda

      Una gran filósofa popular me dijo una vez que ella prefería a un “mal bicho” que a una “mosquita muerta”, porque con la primera una siempre sabe qué se puede esperar de ella. En cambio, con la segunda, una siempre la subestima y cuando menos lo esperás, te destroza.

      Este comentario me hizo recordar que, en la época en que iba a la universidad, había una compañera que era media especial y ahora voy a contarles por qué. Ella, para demostrar su personalidad, se vestía toda de rosa. Sí, como han leído, toda de rosa: botitas de agua o de calle color rosa, zapatillas color rosa, pantalones rosas, remeras rosas, camperas rosas y hasta carteras color rosa. Así que todos la teníamos como una “gran mosquita muerta”.

      El punto es que, si bien parecía pertenecer al segundo grupo mencionado por la filósofa, siempre encontraba la forma de desquitarse con nosotros. Por ejemplo, si estábamos todos en clase, hablando sin parar sobre algún tema que nos molestaba -como podía ser la toma de los trabajos prácticos- cuando todos nos callábamos, esta linda persona decía a voz en cuello: “Vamos, chicos, no se quejen tanto, a ver si el profesor se da cuenta que se copiaron”.

      En otra oportunidad a una de las chicas se le ocurrió presentarle a su novio, que se llamaba Mariano. Lo saluda atentamente y cuando la primera se está por ir con su novio, esta personita le dice: “Chau, ¡Marcelo! ¡Ay, no! ¡Me equivoqué! ¡Perdón! ¡Ese era el otro con el que salías, el ayudante de los teóricos!”

      Otra anécdota que la pinta de cuerpo entero la vivimos una vez, cuando estábamos por presentar un trabajo final que se hacía en equipo. Había que defenderlo. Ya estaba todo preparado y éramos los próximos en pasar. En eso, la chica color de rosa, nos dice que la disculpemos, que no es nada personal con nadie pero que no se sentía a gusto con lo que le tocaba defender. Le dijimos que eso no era posible, que habíamos trabajado cuatro meses y que lo podía haber dicho antes. Replicó que lo sabía, pero que no lo había podido decir así que… “¡Mil disculpas!” Tuvimos que desprenderle las manos de otra compañera de su cuello para que pudiese seguir respirando y pudiera partir. Eso sí, esta vez, para no volver.

      Moraleja: ¡No subestimes nunca a un “mal bicho” vestido de “mosquita muerta”!

      ¿Quiénes

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