Secretos de Mujeres. Fernanda de Alva

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Secretos de Mujeres - Fernanda de Alva

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“despellejamiento” de la pobre ausente digna de un matadero? A tal punto de pensar… ¡Yo de acá no me muevo hasta que la última de estas brujas se haya ido! Algo que, de hecho, terminamos haciendo por el susto que nos damos a nosotras mismas con nuestra actitud.

      Las mujeres somos capaces de acompañarnos tanto en buenos como en malos momentos y de compartir nuestras alegrías y tristezas, lo que termina siendo el motivo por el cual los grupos son tan valiosos. Nos contienen y sostienen a través del tiempo en múltiples episodios de nuestras vidas.

      En salidas y reuniones, a menudo hay una amiga que se convierte en ese personaje especial y diferenciador, que acapara gran parte del tiempo, contándonos, por ejemplo, todas las cosas de su oficina, a tal punto que las demás ya tenemos una opinión formada de su jefe, sus compañeros y hasta del desarrollo de carrera que le convendría a cada uno. Cuando se agota ese tema y alguna comienza a hablar de los hijos, vuelve a la carga, para darte consejos, poniéndose siempre como ejemplo con su experiencia con los suyos y hace que todo vuelva a girar en torno a sí.

      Luego, cuando finalmente se separa de su marido, ¿qué hace? Habla, habla y habla… ¡De su ex! Pero, como la queremos y sabemos que nos necesita, le tenemos paciencia…Total, ¿qué son seis meses de charla ininterrumpida sobre su duelo? ¿Qué le hace una mancha más al tigre?

      Esto no sería tan terrible si cuando se termina el duelo por la finalización del matrimonio, no empezara una etapa de rememoración. Entonces, ingresamos en el período: “Todo me hace recordar a Cacho”. Cada situación, la hace comparar a Cacho (su ex) con cada cosa que suceda y cada cosa que se plantea en el grupo a ella la lleva a una nueva reflexión del tipo: “¿Qué hubiese hecho Cacho en esta situación?”. Bueno, en fin, el grupo funciona así, desde hace varios años: nosotras, ella y Cacho…

      Lo que importa es… ¡competir!

      En “dulce montón”, las mujeres también solemos ser más competitivas. En realidad, hacemos lo mismo que los hombres, pero en otro sentido. Ellos miran sus autos y ven quién “la tiene más larga”. Nosotras medimos todo y, en síntesis, vemos quién la tiene “más lustrosa”.

      Por ejemplo, competimos con el peso para ver quién está más flaca y quién más gorda. Nos pasamos tips de dietas. Sin embargo, cuando estamos juntas, las flacas comen como locas y las gorditas tratan de contener sus manos todo el tiempo ante los manjares que tienen frente a sus narices.

      También competimos por la ropa. Ante una salida con amigas, es muy usual que nos vistamos para y por las otras. Somos capaces de estar hechas unas diosas, y hasta de estrenar prendas nuevas, cada vez que nos vemos con ellas. Siempre hay una que se destaca en el métier de los trapos y cuando toma el micrófono, critica a las otras sin parar. Las deja como lentejas aplastadas en medio de la alfombra del living de la casa en la que se encuentren. La verdad es que a veces podemos ser muy crueles.

      Otro personaje que suele aparecer es el de la potentada, quien gracias a haber heredado (o a haberse conseguido un señor con dinero) demuestra todo su poderío económico a fuerza de alhajas, carteras y zapatos, de dudoso gusto, pero de claro valor económico. Cada vez que abre su boca empieza diciendo: “Porque yo tengo…”, o, lo que es peor, “lo importante es lo que una es, no lo que una tiene”, mientras sacude sus manos repletas de joyas.

      Los hijos son también otro gran punto de competencia entre mujeres. Generalmente pasa por establecer quién es la mejor o mayor madre. Ellas se destacan llevando cadenas de dijes con diseños de niños (pesan tanto que les hace inclinar levemente su cuello hacia adelante). Siempre están algo desarregladas, pero felices de haber dado tanta vida con su vientre, al punto de hacer sentir desgraciadas a las más coqueta.

      Otro grupo digno de destacar son las grandes trabajadoras: las exitosas. Esas mujeres que sobresalen en su trabajo, por sus puestos, sus viajes de negocios y sus agendas llenas de compromisos laborales. Cuando llegan a la reunión de amigas, sacan sus tres teléfonos y los ponen en la mesa. Ellas nunca están en onda con lo que hablan las otras y siempre piden que les extiendan los temas porque están “fuera de frecuencia”. Se disculpan diciendo que viven “en otro planeta”. Eso sí, cada vez que alguna intenta regresarlas a la órbita, interrumpen porque tienen que atender un llamadito “urgente” de alguno de los tres teléfonos que han sacado, cuales armas mortales.

      Por último, no nos podemos olvidar de las más sexuales. ¡Son puro erotismo! Llegan y todas pueden sentir su olor a sexo. Tienen siempre colgada una gran sonrisa que dice: “Lo hice hace 20 minutos”, y cuando les toca abrir la boca pasan a relatar su última experiencia que obviamente fue INOLVIDABLE y dejan a todas más calientes que una pipa, pensando, “¿qué tendrá ésta tan fascinante allá abajo?”.

      Con un poco de ayuda, todas somos más divinas

      Si hay un tema que suele revelar nuestras actitudes y reservas más insospechadas es el de las cirugías estéticas. Esta escena es típica:

      Una amiga anuncia que se va a hacer las lolas (o sea se va a operar el busto, aclaramos por si dudan de la expresión). Algunas la felicitan y otras la miran con cara de ¿para qué? Entre las que la apoyan empiezan a preguntarle cuánto se va a poner y si ya sabe con quién se las va a hacer. Una declara que ella ya se las hizo y las demás la miran fascinadas. Así que ésta toma la batuta y comienza a compartir su sabiduría: “Mejor es si te las ponés por detrás del músculo y si te animás, que sean grandes, para que se te noten”. Entonces, las demás le preguntan si le dolió. Ella dice que “nooo”, que “nada que ver”, que quizás, las dos primeras semanas estuvo dolorida, “pero nada que no se vaya con un analgésico”. Así que luego le preguntan cuánto tiempo estuvo sin hacer actividad física y ella afirma que “no mucho, más o menos un mes y medio o dos. Lo más difícil era no levantar los brazos”, y el interrogatorio sigue.

      De repente, cuando están en lo mejor de la charla, una le dice: “Están re naturales”, y otra más osada aún pregunta: “¿Podemos tocar?”. A lo cual, la dueña de las lolas, contesta, feliz de la vida, que “sí”, y todo se convierte en un testeo in situ de la cirugía realizada.

      Cuando ya la mayoría está convencida de partir en tándem a “hacérselas”, sucede que emerge un clon de Uma Thurman en la película Kill Bill y dice: “¡Cuidado! Que esto no es joda. ¿Acaso no saben todas las cosas terribles que les pueden pasar? Rechazos, siliconas estalladas, infecciones, mujeres que no pueden volver a dormir boca abajo, encapsulamientos…”.

      Todas la miran azoradas y, como si hiciera falta, esta asesina serial de ilusiones inicia un rosario de anécdotas negativas sobre implantes que las deja a todas de cama y agarrándose las tetas del pánico que les produjo.

      Así que pasan a otro tema menos conflictivo, otra de las amigas presentes arranca: “¿Saben lo que me hice? Me puse Botox”. Todas la felicitan y luego pasan a examinar el trabajo. Se asombran de lo bien que le quedó y ella acepta contenta que ve su cara mucho mejor, como más fresca y relajada. Las otras asienten y le preguntan con quién se lo hizo y cómo es el procedimiento. La nueva experta en Botox cuenta que primero estuvo averiguando a través de revistas y programas televisivos e Internet, que luego charló con varias conocidas y que, por último, fue a lo de una doctora que le recomendó una amiga (que de esto sabe un montón y a la que le había quedado bárbaro).

      Todas felices ya estaban sacando sus agendas nuevamente para anotar el teléfono de la doctora, cuando… ¡Zas! otro embate de Kill Bill: “¡Cuidado que eso no es para todas! ¿Acaso no conocen esos casos de mujeres a las que les produjo alergia? ¡Hay algunas,

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