Metamanagement (Aplicaciones, Tomo 2). Fred Kofman
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Cuando uno revisa su columna izquierda y descubre las “sombras” que allí yacen, puede sorprenderse. ¿Es posible que yo tenga pensamientos y sentimientos tan borrascosos? Sí, es posible. ¿Tienen las demás personas pensamientos y sentimientos similares? Ciertamente, sí. Este ejercicio revela un enorme territorio sobre las interacciones humanas, que por lo general permanece oculto. Sin embargo, esto no es tan sorprendente.
No es novedad que guardemos pensamientos y emociones “calientes” en secreto. Después de facilitar este ejercicio con miles de personas, puedo afirmar que nadie se asombró al descubrir que tenía una columna izquierda. Más aún, todos los participantes a los que les pregunté se sintieron capaces de inferir el contenido de la columna izquierda de sus interlocutores. Por eso es notable que actuemos como si nosotros y nuestros interlocutores no tuviéramos columna izquierda, como si no supiéramos lo que sabemos.
Las conversaciones con columnas izquierdas cargadas nos recuerdan la historia del traje del emperador. En este cuento, dos embaucadores convencen al emperador de comprar un traje hecho con una tela mágica “invisible para tontos”. Por supuesto, no hay tal tela ni tal traje, pero para no parecer tontos, el emperador y todo el mundo aparentan ver el traje. La mentira queda expuesta finalmente cuando un niño, sin saber que todos deben guardar silencio, exclama sorprendido que el emperador está desnudo. El secreto en estas conversaciones es que todos tenemos columnas izquierdas, que todos sabemos que tenemos columnas izquierdas, pero todos fingimos no saber que tenemos columnas izquierdas.
Decidiendo qué hacer con su columna izquierda
Uno puede decidir que la mejor manera de tratar con las sombras de la columna izquierda es eliminarlas. “Quizás”, puede pensar, “la forma de mejorar mi comunicación con mi jefe (o mi compañero, cónyuge, hermana, hijo) sea librarme de esas ideas y pensamientos negativos que llenan mi cabeza en cada conversación”. Lamentablemente, esa estrategia no es viable; al menos en el corto plazo.
Las palabras, sentimientos e imágenes que aparecen en su columna izquierda no pueden ser desplazados, eliminados o rehuidos. Uno no puede elegir lo que va a pensar o sentir, de la misma forma en que no puede elegir si tener o no un dolor de cabeza o un ataque de tos. La columna izquierda no es una elección, ocurre con independencia de la voluntad de la persona. Las ideas aparecen sin decisión consciente y no pueden hacerse desaparecer por una decisión consciente. Cuando más trata uno de alejar sus pensamientos y sentimientos, tanto más ellos se aferran; cuanto más trata de ignorarlos, tanto más demandan atención.
De hecho, si se presta atención, se podrá descubrir que en todo momento uno está en medio de un pensamiento o de un sentimiento (Ver el Capítulo 19 en este tomo, “Meditación, energía y salud”). Los pensamientos se descubren desde adentro, ya que la conciencia siempre se encuentra en el seno de aquello de lo que es consciente. No es uno el que elige qué pensamientos o sentimientos tener; podemos decir que son los pensamientos y sentimientos los que eligen venir a uno. Por eso intentar no pensar lo que pensamos, es contradictorio. El poder de decisión que sí tenemos (en el corto plazo) es el de elegir qué hacer con nuestros pensamientos: sin expresarlos u ocultarlos.
Expresar lisa y llanamente la columna izquierda puede producir un alivio inmediato. Como la descarga de cualquier impulso emocional, “vocal” la columna izquierda sobre el otro nos da un cierto placer. Pero los efectos secundarios son severos. Como basuras tóxicas, los pensamientos “crudos” suelen contaminar el espacio conversacional, y generar conflicto, agresión, abroquelamiento, falta de cooperación, recelos sin procesar el contenido de su columna izquierda, su vínculo con los demás se asienta en la inconciencia, la impulsividad y los mecanismos automáticos de defensa. “Vomitar” la columna izquierda puede hacer que uno se sienta mejor, incluso le puede permitir creerse “honesto”. Pero esa “honestidad” es lamentable. Tal honestidad “expresada en forma literal” es totalmente improductiva y antisocial: dificulta la resolución de los problemas, destruye las relaciones humanas y contradice nuestro principio acerca del respeto que nos merece el otro. Esta es la razón por la cual tanta gente conserva escondidas sus columnas izquierdas.
Pero “tragarse” los pensamientos y sentimientos tampoco produce resultados del todo felices. El silencio, si bien evita la dificultad inmediata, no produce soluciones. Al ocultarse información relevante es imposible descubrir (y resolver) la verdadera naturaleza del problema. Cuando la situación real no sale a la luz, se pierde una inmensa cantidad de tiempo discutiendo temas tangenciales. Además, quedarse con todo este material tóxico en las tripas es altamente insalubre. Hay abrumadoras evidencias médicas acerca de cómo esos pensamientos y sentimientos reprimidos se reflejan en trastornos corporales (migrañas, malestares estomacales, alta presión arterial, etc.) y psicológicos (estrés, ansiedad, resentimiento, depresión, etc.). A veces estos conflictos ocultos se vuelcan en el lugar equivocado y la descarga ocurre sobre algún inocente (empleado, cónyuge, hijo). Estos desórdenes psicofísicos amenazan no sólo la calidad de vida, sino también de la vida misma (Muchos oncólogos aceptan hoy la conexión entre emocionalidad reprimida y propensión al cáncer, muchos cardiólogos aceptan hoy la conexión entre emocionalidad reprimida y propensión al infarto). Finalmente, es imposible desarrollar una relación auténtica basada en hipocresía. La sinceridad es condición sine qua non de todo vínculo genuino.
El dilema de la columna izquierda
A esta altura nos encontramos con un terrible dilema.
Primero, uno no puede controlar la aparición de los pensamientos y sentimientos que hay en su columna izquierda.
Segundo, si uno los expresa, puede arruinarlo todo. Los pensamientos y sentimientos de la columna izquierda son tan tóxicos que crean conflictos, impiden la solución de los problemas, pueden destruir los vínculos y atentan contra los valores éticos de la persona.
Tercero, también es malo no expresarlos en absoluto. Las toxinas se vuelven contra uno mismo, que acumula estrés, oculta el verdadero problema, genera relaciones hipócritas y traiciona su propia honestidad.
Esta situación es desesperante en sí misma, pero lo peor es el aspecto que sigue.
Cuarto, ¡realmente no hay alternativa! Aunque podamos guardar los detalles del contenido de la columna izquierda, no se puede esconder su energía.
Tal vez uno crea que puede ocultar sus conversaciones internas, exhibiendo públicamente una cara impasible. Ciertamente es posible mantener secretos los detalles de la columna izquierda, pero su esencia se trasluce. De la misma manera que tenemos una idea aproximada (o una inferencia) sobre la columna izquierda del interlocutor, este tiene una idea aproximada sobre la nuestra. ¡Y si no la tiene, se imaginará una columna izquierda aún más ponzoñosa y negativa que la verdadera!
Podemos pensar que la identidad pública, esa cara controlada que presentamos al mundo, es todo lo que los otros ven. Imaginamos que el resto de nuestra personalidad queda al margen (aquellas partes consciente o inconscientemente ocultas). El