ORCAS Supremacía en el mar. Orcaman

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difícil desarmar la carpa luego de quince maravillosos días frente al mar, pero me ayudó la certeza de que volvería tan pronto como pudiera. Lo que no sabía era que volvería con un equipo tan hermoso como el que me armaron los Nicoletti. Mientras Luisa y Pino nos trasladaban hacia la terminal de ómnibus, se detuvieron en su fábrica. Allí, prolijamente ubicado sobre un mostrador, esplendía un vestuario de buzo completo: traje de neoprene, casco, botas, guantes, cinturón con lastre, luneta, aletas, snorkel, cuchillo, brújula y bolso porta equipo. Luisa y Pino dijeron que me apurara a guardarlo en el bolso, o iba a perder el ómnibus. Confundido, los escuché contar que habían trabajado fuera de horario para terminar mi traje antes de mi partida y darme la sorpresa.

      No me alcanzaron las veinticinco horas del viaje a Buenos Aires para creer lo que esta gente había hecho, con tanto cariño, por mí. Viajé con el bolso sobre mis rodillas, mirando y tocando cada parte del equipo, mientras en mi interior bullían los recuerdos y comenzaban a gestarse algunos cambios que poco a poco me llevaron a vivir en contacto con la magia de la Patagonia, sus horizontes sin límites, su imponente naturaleza, sus ballenas y su gente.

      En Buenos Aires no podía dejar de pensar en ese lugar al que llamé Donde nacen los gigantes, que reúne las condiciones ideales para ser una nursery de ballenas, donde me sumergí por primera vez y encontré las obras de arte más delicadas y sorprendentes salidas de la mano de esa creadora llamada naturaleza. ¿Y cómo dejar en el pasado a las personas que me brindaron su amistad, su casa y su experiencia? ¿Cómo olvidar a los que dedicaron su valioso tiempo a enseñarme los secretos del buceo y abrieron para mí la fina película de agua que me separaba del fondo del mar y sus criaturas?

      Volví a la rutina diaria: diseños de dibujos para imprentas, algunos trabajos publicitarios, mi empleo en el Jockey Club. Me casé y nació mi primera hija. Y, mientras sucedía todo eso, practicaba buceo en el Río de la Plata, en lagunas y en la pileta del Centro de Educación Física Nº 1 (junto a la gente de ASES, Agrupación Sudatlántica de Expediciones Submarinas Jules Rossi) y, esporádicamente, en Puerto Madryn.

      La oportunidad de volver al sur por un período importante llegó en el verano de 1970: Pino Nicoletti me propuso que viajara a Madryn para colaborar en una ilusión que se transformó en la primera empresa argentina para el traslado de turistas al fondo del mar. Hoy esa actividad se denomina bautismo submarino y tiene un gran desarrollo.

      En cuanto el Jockey Club aceptó mi pedido de licencia sin goce de sueldo, cambié el vidrio protector por el cual veía y atendía a los socios por el visor de mi máscara de buceo.

      Al lado de la sección ventas de la fábrica Cressi-Sub, en Puerto Madryn, se habilitó un sector, no muy confortable, donde recibíamos a los futuros aspirantes al bautismo submarino. Armábamos grupos de cuatro o cinco turistas con ninguna o poca experiencia en buceo o en natación y los poníamos a cargo de un instructor, generalmente buzo profesional, que les daba lecciones teóricas y los guiaba en una inmersión conjunta en el muelle Luis Piedra Buena (conocido como el Muelle Viejo) hasta una profundidad de entre tres y ocho metros, según las condiciones de las mareas. Esta actividad requería una buena preparación física y mental, además del espíritu de aventura, que en mi caso reemplazaba la falta de experiencia como instructor de buceo.

      Al comienzo acompañaba a Enrique Dames –un buzo experimentado, de gran habilidad didáctica, tal vez debida a su trabajo de maestro primario– en calidad de observador. Pero al tercer día de acompañarlo, sorpresivamente, me presentó como uno de los guías instructores y dividió en dos al grupo que tenía a su cargo. Sin opción, hice mi primera experiencia como guía instructor de buceo. No sólo fue exitosa, sino providencial: si Enrique no hubiera tomado esa decisión, yo habría dejado pasar buena parte de la temporada de verano antes de solicitar un grupo para guiar.

      La experiencia no sólo fue positiva para la empresa (los bautismos submarinos se convirtieron en un boom turístico): para mí significó una posibilidad de trabajo futuro y me permitió conocer a buceadores por quienes guardo un gran respeto y admiración, como Mariano Malevo Medina, Peke Sosa, Carlos Loco Beloso, Jorge Pérez Serra, Nelson Dames, Cacho Comes, Néstor More, Pancho Sanabra y tantos otros que me acercaron a las orcas y los tiburones, temas habituales cuando charlan los buzos.

       3

       ORCAS ENTRE EL MITOS Y LA REALIDAD

       “El arte la literatura y el mito, son los elemento

       por medio de los cuales conseguimos que se escuche”

       Dr.Ph Roger Payne

      Las orcas atraparon tanto mi atención que empecé a buscar información con enorme ansiedad. Al principio, la diferencia de criterios en los relatos de observaciones y/o ataques de orcas a humanos resultaba muy confusa. Por lo general, los ataques se perdían en el tiempo (“me lo contó hace muchos años un amigo de un tipo conocido, a quien a su vez se lo había comentado un amigo cuyo padre escuchó la historia de un marino o un buzo”) o en imprecisiones por el estilo. En conjunto, daba la impresión de un gran rompecabezas al que siempre le faltaban piezas.

      Con el deseo de solucionar el problema, de vuelta en Buenos Aires me dediqué a buscar bibliografía sobre el tema. Y encontré un problema adicional: el material disponible era escaso. También mi tiempo se volvió escaso: en el segundo semestre de 1972, Pino Nicoletti y Jorge Pérez Serra me citaron en La Casa del Buceador para invitarme a tomar las riendas de la empresa Turismo Submarino pronta a inaugurarse en Puerto Madryn. Acepté la propuesta sin pensarlo dos veces.

      En la década del ’70 y en una ciudad patagónica aislada de los grandes centros culturales, conseguir información científica sobre orcas era una utopía. Cambié mi rumbo y traté de acceder al mayor número de publicaciones relacionadas con el buceo, la pesca y la náutica. Como no podía ser de otra manera, comencé con el clásico El mar viviente, de Jacques Yves Cousteau. Allí, luego de un fascinante relato de la actividad de orcas en la captura de ballenas, se lee: “Para mí, las orcas no son más que delfines más grandes y más bellos. El macho puede alcanzar una longitud de 7,5 metros y posee poderosas mandíbulas provistas de grandes dientes, con los que podría hacer pedazos a un hombre, aunque no se sabe que lo haya hecho nunca. Varios buceadores marroquíes dignos de confianza que se encontraron en presencia de espolartes –así llamaban a las orcas–, informan que se acercaron a ellos para nadar un rato a su alrededor. Cuando saciaron su curiosidad, se alejaron como hubieran hecho los delfines corrientes”.

      Con la opinión opuesta, Alberto Vázquez-Figueroa sostiene en su libro Viaje al fin del mundo: Galápagos: “La orca, la asesina de ballenas, la devoradora de focas. El monstruo más sanguinario y terrible de los mares, capaz de atacar las barcas de pesca, hacerlas volcar y después tragarse de un sólo bocado a sus ocupantes”. A esa línea adhiere Ángel Cabrera, quien escribió en el apartado Mamíferos sudamericanos de su Historia natural: “Todos los autores que han tenido oportunidad de estudiar de cerca las costumbres de la orca están de acuerdo en confirmar la fama de animal feroz que le dieron los antiguos. Es un cetáceo sanguinario como ningún otro, y el único que se alimenta normalmente de vertebrados de sangre caliente (...) Dada su voracidad, la orca es uno de los animales marinos más dañinos”.

      Los primeros textos que mencionan a las orcas presentaban ese sesgo. Durante el Imperio Romano, en el año 50, Plinio el Viejo observó el sacrificio público de una orca varada en el puerto de Ostia, cerca de Roma, y describió al animal como “una enorme masa de carne armada de salvajes dientes; enemigo de otras ballenas, las carga y las penetra como barcos de guerra”. En la Edad Media, a mediados del siglo XII, el Speculum Regale dice: “Tienen dientes iguales a los de los perros, y son tan agresivas con los demás cetáceos como los perros lo son con los restantes animales terrestres. Las

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