Los reinos en llamas. Sally Green
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Catherine lo vio alejarse.
¿Qué estarían haciendo ahora si Tanya no hubiera aparecido? ¿Cómo podría ser aquello indebido cuando la sensación era tan maravillosa?
TASH
TÚNELES DE LOS DEMONIOS
Estás viva, tal vez. Aunque también es posible que estés muerta. Lo único que sabes es que todo está negro, silencioso y frío como la piedra.
El negro es el negro más oscuro. Hay piedra por todas partes, sólo que no puedes verla. Da lo mismo si tus ojos están abiertos o cerrados: es negro.
El silencio es total.
Encerrada en una caja, solitaria y silenciosa.
Pero adentro…
Es un maldito ruido el que siento dentro de mi cabeza. Maldito ruido, maldito. Y puedo escuchar mi propia respiración, lo que significa que todavía estoy viva, ¿cierto?, pero ésta no es forma de vivir y la voz en mi cabeza es tan ruidosa en ocasiones —COMO AHORA— que creo que me estoy volviendo LOCA, LOCA, LOCA, o que estoy soñando y que voy a despertar, pero nunca despierto, y tal vez esto es sólo el comienzo de la locura y tal vez la locura sea mejor que la muerte. Y ahí es cuando sé con certeza que no estoy loca ni muerta, soy más prisionera de la piedra que un condenado y en verdad, pero en verdad, tengo un frío del demonio. Nadie debería sentir este frío. Frío que se mete en los huesos.
Aunque he sentido más frío.
Como en aquella tormenta en la que Gravell y yo estuvimos atrapados por tres días en un hoyo de nieve, acompañados sólo por sus gases para mantenernos calientes. Ciertamente, el lugar no estaba en silencio en ese momento, mientras él soltaba pedos.
Tash intentó reír, pero las lágrimas ya corrían por su rostro y empezó a sollozar.
Negro, silencio, o soledad.
No tengo miedo de morir o de volverme loca, pero no quiero sufrir; deseo que alguien tome mi mano, odio sentir esto. Quiero a Gravell y sus apestosos pedos, tanto, tanto.
Los demonios la habían dejado allí para que las paredes de piedra se deslizaran sobre ella, atrapándola en este pequeño espacio del tamaño de un ataúd.
¿Por qué me hicieron esto?
Las paredes se habían deslizado hacia ella, pero hacía mucho que habían dejado de moverse. Tash no tenía idea de por qué. No estaba segura de si los demonios querían que muriera o sólo encarcelarla. Se aferró a la esperanza de que no le habían permitido morir… así que tal vez esto fuera un castigo.
Y tal vez ellos saben que en verdad lo siento mucho y que en verdad nunca más quiero volver a lastimar a un demonio. Y si saben eso, entonces tal vez me dejarán salir.
Tienen que dejarme salir pronto.
¿Me equivoco?
AMBROSE
CAMPAMENTO REAL,
NORTE DE PITORIA
Le había tomado unos días, pero con la ayuda de Geratan, Ambrose había escogido a cincuenta hombres para su misión y ahora estaban allí parados frente a él, todos en buena forma y saludables, una mezcla de cabezas blancas y azules.
—Felicitaciones a todos, caballeros, por haber sido seleccionados para unirse a mi escuadrón. He visto combatir a cada uno de ustedes y tuve el placer de enfrentar a algunos en el campo de prácticas —Ambrose había realizado esto en parte para poner a prueba a los hombres, pero también para demostrarles sus propias habilidades; los hombres necesitaban creer en él y en que su líder podría combatir a pesar de su cojera.
—Tenemos una misión especial. Los soldados de Brigant están recolectando humo de demonio. Nuestra misión es detenerlos. Para hacerlo, tendremos que ir al mundo de los demonios. Es un extraño y peligroso lugar, pero ya he estado allí y regresé a salvo, y así los traeré a todos ustedes de vuelta.
Los rostros de los hombres no demostraban miedo. De hecho, la mayoría estaba sonriendo.
—¡Al ataque! —gritó uno.
—No debemos temer al mundo de los demonios, pero no es como el nuestro. Allí, los sonidos son diferentes: las palabras son como platillos repiqueteando, un paso suena como una campana. Entonces debemos guardar silencio. Nuestra ropa, nuestras botas, nuestro equipo, nada debe hacer ruido.
—¿Cómo suenan los pedos, señor? —preguntó Anlax: una típica pregunta de Anlax. Hubo algunas risitas y comentarios sobre el hecho de que el olor parecía más preocupante que el ruido.
—En realidad, has planteado un buen punto, Anlax —dijo Ambrose—. En el mundo de los demonios no necesitarás comer. Por lo tanto, no tendrás que engullir frijoles en el desayuno, el almuerzo y la cena, y por tal motivo, por fortuna, nunca descubriremos la respuesta a tu pregunta.
—¿En verdad no comeremos, señor? —preguntó un hombre llamado Harrison.
—No. Sin embargo, tendrán sed. El mundo de los demonios es muy caliente. Necesitarán odres grandes para llevar el agua y suficientes provisiones para subir y bajar de la Meseta Norte, raciones básicas para cuatro días. Viajaremos rápido y livianos. Llevaremos armas para usar en espacios confinados: espadas cortas, dagas y garrotes. Por último, muy importante, aunque será especialmente difícil para algunos de ustedes —Ambrose miró a Anlax—: desde el instante mismo en que entremos al mundo de los demonios y hasta que salgamos de nuevo, no pronunciaremos una sola palabra.
Se escucharon unas cuantas carcajadas.
—Nada de reír tampoco —dijo Geratan—. Los sonidos delatarán nuestra presencia. Todos debemos aprender a guardar silencio.
—Sin embargo, si no podemos hablar —continuó Ambrose—, debemos comunicarnos de una manera diferente. En el mundo de los demonios se pueden escuchar los pensamientos de otra persona si se toca su piel. Así que puedo transmitir órdenes al pensarlas mientras toco a Geratan. Si al mismo tiempo él está tocando a Anlax, Anlax también escuchará la orden. Eso es útil, pero puede ser problemático. Podemos escuchar cosas diferentes a las órdenes. Podemos escuchar los pensamientos de otras personas por error. Los he elegido a ustedes por sus habilidades en combate, pero también por su temperamento. Debemos asegurarnos a toda costa de que trabajaremos como un equipo perfecto. Debemos confiar y respetarnos los unos a los otros. Sin darse cuenta, podrían contarle a otro soldado su secreto más profundo: o escuchar el de otro hombre. Deben estar preparados para eso y ser capaces de mantener la calma. No podemos arriesgarnos a ninguna falla en el trabajo en equipo o en la disciplina.
Los hombres mantenían expresión solemne y algunos asintieron, pero Ambrose estaba contento de que nadie hubiera hecho una broma.
—Entonces, debemos aprender a ser honestos el uno con el otro.