Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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el humo parecía estar funcionando ahora.

      ¿Pero por qué? Hacía sólo unas semanas la había dotado de la fuerza suficiente para enfrentarse a un hombre del doble de su talla. Sabía que el humo no funcionaba en las personas adultas, pero aún tenía diecisiete años. Era una niña en muchos aspectos, aunque con las responsabilidades de una mujer: de una reina. Catherine se recostó y miró hacia el dosel. No podía ser demasiado vieja para el humo. Lo necesitaba. Era su protección. Le había salvado la vida más de una vez. Sin eso, ¿qué era ella?

      Sintió que un sueño pesado la invadía.

      Catherine soñó que estaba dentro de un pequeño bote en un río crecido, sacando agua mientras los demás en la canoa dormían. Un hombre de cabello verde brillante le dijo que costaría mil kroners arreglar el bote, y entonces Catherine se inclinó e intentó rellenar las grietas de las tablas con trozos de papel, pero eran demasiadas y estaba hundiéndose, hundiéndose…

      Despertó sobresaltada. No estaba segura de si había dormido sólo un instante o toda la tarde. Tenía la boca seca y estaba muy hambrienta. Tanya ya no estaba en su silla y Catherine se levantó para buscarla. Cuando salió de la tienda real, una figura familiar llamó su atención y la detuvo.

      Junto al faldón de entrada de la tienda donde se celebraban los consejos de guerra, estaba Ambrose. Se suponía que Catherine no debía encontrarse con él, salvo para asuntos oficiales: lo había acordado con Tzsayn.

      Él está al mando de una misión al mundo de los demonios. Algo bastante oficial.

      Y Catherine quería verlo.

      Soy reina. Debería poder hacer algunas cosas que me placen.

      Ambrose se dirigió a la carpa.

      Espera que lo siga. ¿Cuánto tiempo ha esperado allí?

      La joven reina recordó la emoción, el anhelo que solía sentir al vislumbrar su cabello a lo lejos, la belleza de sus manos mientras la levantaba sobre su silla de montar, cabalgar por la playa en Brigant, con el sol en la espalda, saltar al agua y nadar en el mar frío, con el agua presionando su cuerpo, tirando de su ropa.

      Ahora no percibía esa emoción, nada de la intensa pasión que habían experimentado en Donnafon. En cambio, se sentía nerviosa. Ese nerviosismo mezclado con temor que solía acosarla en Brigant. El miedo a ser descubierta.

      Bueno, no estoy haciendo algo malo. Sólo hablaré con él.

      Entró en la tienda. Ambrose estaba en pie junto a los mapas, como si los estuviera revisando.

      Sigue siendo tan apuesto.

      Y ahora él se acercó a ella. Tenía una leve cojera.

      ¡Hasta con ese defecto luce atractivo!

      Ambrose se inclinó y mantuvo una corta distancia entre ellos.

      —Su Alteza. Sólo repasaba los planes.

      Pero es un mentiroso terrible.

      —¿Cuánto tiempo llevas recordándolos?

      —La mayor parte de la tarde estuve esperando verla. De hecho, he estado esperando verla durante semanas. Desde la batalla de Campo de Halcones.

      Catherine asintió.

      —Me disculpo que no haya podido visitarte cuando fuiste herido. Acordé con Tzsayn que sólo te vería en situaciones formales. Mi reputación… —Catherine se sonrojó, sin saber qué más decir, y miró hacia la entrada de la tienda.

      —Esto es más formal de lo que estábamos en Donnafon.

      —La mayoría de las cosas son más formales que en Donnafon —la mente de Catherine voló de regreso a las habitaciones que tenía allí, todas las veces que habían logrado estar solos juntos, los besos que habían intercambiado y los abrazos de los que no se cansaba jamás—. Pero las cosas han cambiado desde entonces, Ambrose —dijo con firmeza, aunque todavía sentía atracción por él… algo en su presencia física la atraía. Y ahora fue Catherine la que se acercó.

      —¿Qué ha cambiado? ¿De qué forma?

      El mundo había cambiado, pero al verlo aquí, Catherine todavía sentía una conexión con Ambrose. Era su guardia y su amor. Él había arriesgado su vida por ella muchas veces y la arriesgaría nuevamente. Pero no podía poner eso en palabras y en su lugar se encontró diciendo:

      —Gracias por aceptar dirigir la misión al mundo de los demonios.

      —Es un honor —se acercó a ella—. Pero pregunté qué tanto han cambiado las cosas. ¿Ha cambiado mi señora?

      Sí. No. De pronto, Catherine ya no se sentía tan segura.

      —Soy mayor.

      —¿Y más sabia? ¿Es eso lo que quiere decir?

      —No. No estoy… No estoy segura de lo que quiero decir. No esperaba verte hoy. No estoy segura de qué decir.

      —¿Tiene que ensayar todo lo que va a decir? ¿No puede hablar desde su corazón? ¿Puede decirme algo de lo que está pasando allí dentro? He estado pensando en mi señora todos los días, pero no he hablado con Su Alteza desde antes de la batalla.

      —Eso parece que fue hace mucho, mucho tiempo.

      —Fue hace mucho tiempo, pero siempre pensé en Su Alteza.

      —Adquiriste una cojera.

      —Sí.

      —Te cortaste el cabello.

      —Todos comentan sobre el cabello.

      —Eso es Pitoria para ti.

      —Pero no he cambiado por dentro… ¿Y mi señora?

      —Yo… —Catherine sabía que había cambiado. Definitivamente, sus circunstancias habían cambiado. Pero ¿qué pasaba con sus sentimientos hacia Ambrose?

      Dio otro paso más cerca.

      —Mis sentimientos son los mismos, Catherine. Todavía la amo. ¿Puedo hacerlo?

      Y él se inclinó y besó su mano. Sus labios se sentían suaves y gentiles sobre la piel, su aliento cálido, y la atracción física hacia él era maravillosa…

      Catherine se inclinó hacia su antiguo escolta y murmuró:

      —Sir Ambrose…

      —¡Sir Ambrose! —siseó Tanya.

      Catherine saltó hacia atrás, soltando su mano como si se hubiera quemado.

      —Tanya —dijo Ambrose, poniéndose en pie—. Buenas tardes.

      Tanya posó sus manos en las caderas y miró primero a Ambrose y luego a Catherine.

      —¿Estaban examinando la misión, cierto?

      —En realidad, sí

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