Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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resumidas cuentas, así es.

      —Entonces, ¿no enviaron hombres?

      —Dos de barbas grises que nada han hecho desde que llegaron, más allá de comer y dormir. Sobre todo, dormir. Sin embargo, no son hombres lo que necesitamos de Calidor en este momento, sino algunas de sus embarcaciones. La guerra terrestre permanece por ahora estática, pero debemos recuperar el control de dos ubicaciones: el mar de Pitoria, lo que explica la necesidad de los barcos, y el mundo de los demonios, lo que te atañe ahora.

      —¡Ah, me tocó la opción fácil!

      —Sí, la misión va a resultar un desafío, incluso para ti.

      ¿Desafío o imposibilidad?

      —¿Cuál es el objetivo? —preguntó Ambrose.

      —Detener, o al menos interrumpir, el suministro de humo.

      Ambrose frunció el ceño.

      —¿Acaso no tienen ya todo el que necesitan? Cuando Geratan nos contó que estaban reuniendo el humo, me dijo que obtenían dos botellas al día. Han ocupado la Meseta Norte por más de un mes. Eso es bastante humo para mantener a su ejército especial en marcha.

      —En realidad, no creemos que sea así. Hay mil chicos en su ejército. Necesitan humo para entrenar y para usar en las batallas reales que vendrán. No creemos que tengan todavía suficiente.

      Ambrose asintió.

      —Entonces, ¿cuál es tu plan?

      —Tú y un escuadrón subirán a la meseta y entrarán al mundo de los demonios. El grupo de Geratan ha encontrado un hueco que considera podrían usar. Una vez dentro, deberán encontrar una manera de interrumpir su acopio de humo.

      —Me parece que hace falta uno que otro detalle, si no te importa que lo señale.

      —Ninguno de nosotros sabe exactamente qué está pasando allí. Tendrás que reaccionar ante la situación que encuentres. Contarás con los mejores hombres y el mejor equipo: lo que necesites. Y con Geratan, por supuesto. Ambos han estado en ese mundo. Ya saben cómo es. Regresen allí y hagan lo que tengan que hacer para impedir que los soldados de Brigant sigan sacando el humo: destruir cualquier arsenal, matar soldados, tomar el control del acceso al mundo de los demonios si es posible.

      —Ah, ¿eso es todo? —murmuró Ambrose.

      El plan era estúpidamente peligroso y seguramente fracasaría… no obstante, Ambrose ya estaba calculando cuántos hombres necesitaría. Un pequeño destacamento podría ser mejor en el mundo de los demonios, donde la comunicación resultaba tan complicada. Pero ¿a cuántos soldados de Brigant estarían enfrentando? Y algo más, igual de importante, ¿a cuántos demonios…?

      —¿Qué tan pronto quieres que partamos?

      —Para ayer es tarde.

      CATHERINE

      NORTE DE PITORIA

      Amor, pasión, deseo: todo esto sería terriblemente sencillo si las personas no fueran tan terriblemente complejas.

      Reina Valeria de Illast

      —Por supuesto que deseamos cooperar, Su Alteza —lord Darby asintió sonriendo. Albert, su asistente, asintió sonriendo también—. Y ahora que tengo una comprensión profunda de las diferentes fortalezas y debilidades, siento que puedo brindarle mi consejo.

      Catherine tuvo que morderse un labio.

      —Sin lugar a dudas, estoy muy agradecida por su consejo, lord Darby, pero lo que más necesito son navíos.

      —Ah, los barcos.

      —En efecto. Barcos. Para proteger nuestra costa.

      —Sí, en efecto. Los mismos barcos que Calidor necesita para proteger su costa.

      —Si ustedes nos ayudan ahora, nosotros podríamos ayudarlos en el futuro.

      —Pero es posible que no tengamos futuro si quedamos vulnerables al mover nuestras naves desde sus posiciones defensivas.

      —Entonces, ¿no pueden disponer ni siquiera de uno?

      —Cada barco está realizando un trabajo vital para Calidor.

      —¿En verdad? Entonces, ¿con cuántos navíos cuentan? ¿Exactamente en qué punto están, a lo largo de su costa? ¿Para qué, precisamente, necesitan todos los barcos?

      Darby miró a Albert, quien respondió:

      —Tendremos que analizarlo.

      —¿Cómo? —exclamó Catherine, con la paciencia ya agotada—. Exactamente, ¿cómo van a analizarlo?

      Albert palideció.

      —Voy a… Voy a enviar una solicitud de información a Calia, Su Alteza.

      —Bueno, esperemos que ésta atraviese el mar de manera segura… ¡Si tuviéramos barcos para proteger al mensajero!

      Catherine salió de la tienda, murmurando a Tanya mientras salía:

      —Otro retraso, otra evasión. Lo que necesitamos son los barcos.

      —Hace un rato hablé con Albert.

      Catherine se giró hacia ella.

      —¿Lo hiciste?

      —Él está tan frustrado como nosotros. Dice que Thelonius quiere ayudar, y lord Darby también, pero muchos Señores de Calidor nos temen tanto como a Aloysius.

      —¿Nos temen?

      —Bueno, temen que una alianza signifique una pérdida de independencia. Pitoria es mucho más grande que Calidor: creen que podríamos invadirlos.

      De regreso en la tienda, Tanya se dejó caer en su silla y durmió casi al instante: Catherine no era la única trabajando largas horas. Pero Catherine no podía darse el lujo de descansar. Había más documentos que revisar, más dinero que recolectar y, con certeza, una respuesta en alguna parte en relación con el problema del frente marítimo…

      Catherine caminó alrededor de su tienda, pasando junto al cofre que contenía su recipiente de humo púrpura de demonio. Una pequeña inhalación le haría tanto bien: la relajaría y le daría energía para la tarde. Sin dejar de mirar a Tanya, quien roncaba levemente, Catherine levantó con cuidado la tapa del cofre y sacó la botella, cálida y pesada en su mano. Dejó que una voluta de humo púrpura se deslizara hacia arriba y afuera de la botella y lo inhaló profundamente, esperando un aumento repentino del vigor.

      Nada pasó.

      Catherine parpadeó. Se sintió un poco mareada, pero nada más.

      Seguro no había aspirado suficiente. Inhaló de nuevo, con más fuerza. Ahora sintió el calor del humo llenando sus fosas nasales,

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