Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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se giró e intentó escapar, pero Marcio cayó sobre él, y con las piernas sujetó los brazos del chico, golpeando su rostro una y otra vez. Finalmente, Rashford gritó:

      —Basta, Marcio. Ya es suficiente.

      Entonces, fue arrastrado lejos de Sam, quien se giró e intentó levantarse, pero enseguida volvió a desplomarse.

      Rashford ignoró esto y añadió:

      —Podemos ver que ambos chicos son buenos luchadores. Pueden unirse a nosotros. Sólo falta por hacer una cosa.

      Y más rápido de lo que Marcio pudiera pensar en estas palabras, el puño de Rashford lo golpeó y el dolor invadió su cabeza, la sangre le llenó la boca y los sonidos de las risas y los vítores de los chicos se desvanecieron mientras la oscuridad lo envolvía.

      TASH

      TÚNELES DE LOS DEMONIOS

      Primero llega una visión. Tonos de rojo te envuelven, relajando tus músculos y calentando tus huesos. Te hace sentir amado, te hace sentir fuerte. Y te hace querer regresar. Quieres salir a medida que das tumbos a través de éste, a través del humo rojo. Estás regresando.

      ¿Regresando adónde?

      Abres los ojos. No hay rojo. Sólo negro.

      El negro lo envuelve todo, es más negro que la noche más oscura. Pero no es de noche, no es de día, nada es.

      Y hace frío. Piedra, piedra fría.

      Silencio. Ni un solo sonido.

      Excepto… excepto por la voz en tu cabeza.

      ¿Pero tienes siquiera una cabeza?

      ¿Tienes cuerpo?

      ¿Puedes sentir?

      ¿Estás viva?

      ¿Cómo sabes lo que eres cuando nada hay que puedas ver, escuchar o sentir?

      Quizás esta oscuridad, esta frialdad, este silencio es la muerte.

      Difícilmente puede ser jodidamente peor.

      CATHERINE

      NORTE DE PITORIA

      En la guerra, el dinero es tan vital como las espadas.

      Guerra: el arte de vencer, M. Tatcher

      Las entradas laterales de la tienda de Catherine habían sido retiradas para que la reina pudiera aprovechar el sol del amanecer mientras se sentaba ante su escritorio. También podía dar un vistazo al campamento, que había sido trasladado a una verde pradera en una colina arriba de donde quedaba el antiguo. Estaba ubicado entre dos arroyos, los cuales proporcionaban agua limpia, pero sin riesgo de desbordamiento. Davyon había seleccionado la ubicación y organizado el traslado, asegurándose de que el príncipe fuera molestado lo menos posible y manteniendo a Catherine informada del progreso. Al menos eso había salido bien.

      Catherine apartó la mirada de aquella panorámica y la dirigió a su escritorio, que estaba cubierto de papeles. Levantó el primero y le dio un vistazo: una factura de provisiones. Y debajo… otra factura, más provisiones. Y otra debajo de ésa. Una guerra no se trataba sólo de combates y tácticas militares; había que proveer víveres que aseguraran que los hombres estuvieran bien alimentados, y esto dependía del dinero.

      Y luego estaba el problema sanitario en el campamento: hasta el momento, el ejército de Pitoria había perdido más hombres a causa de enfermedades que de enfrentamientos. La fiebre roja se había extendido con rapidez y ya había matado a varios cientos. Pero el movimiento había sido la decisión correcta. El nuevo campamento estaba más limpio y mejor organizado, con animales domésticos y letrinas alejadas de los dormitorios. Cada día eran reportados menos casos nuevos de fiebre. Pero en cuanto se resolvía el problema, ya Catherine debía encargarse del siguiente y luego del siguiente…

      Éste era ahora su trabajo: asumir cada problema, enfrentarlo tan bien como pudiera, y luego pasar al siguiente. Lógicamente sabía que, de poder continuar, entonces, paso a paso, lo solucionaría. Pero los pendientes parecían interminables y los problemas necesitaban resolverse, dos o tres o veinte, a la vez. La mente de Catherine estaba sobrecargada. Necesitaba ayuda para pensar con claridad. Miró a su doncella.

      —Te daré un nuevo título laboral, Tanya.

      —¿Lady Tanya de Tornia? —replicó ella, al tiempo que ejecutaba una elaborada reverencia.

      Catherine sonrió y rectificó:

      —No. Dije título laboral.

      —¿Directora de la pesebrera? ¿Pesebrera en jefe?

      —Eres la doncella mayor. De hecho, eres mucho, mucho más que una simple doncella y definitivamente no una moza. Quiero que hagas lo que siempre has hecho por mí, sólo que bajo un título diferente.

      —Entonces, ¿qué título recibiré?

      —Ayuda de cámara.

      —¿Ayudante de peluquería? Un papel vital en un reino tan obsesionado con el cabello como éste.

      Catherine sonrió de nuevo.

      —No, Tanya, tu nuevo título no es ayudante de peluquería. Dije ayuda de cámara. El mismo título que el general Davyon.

      —Oh, ya veo. Gracias —Tanya asintió con gesto reflexivo, luego agregó—: Parece que obtendré un aumento de sueldo.

      —¿Por qué todo tiene que girar en torno al dinero? —es­petó Catherine—. ¿Tú también quieres llevarte mi último kopek? —sintió que lágrimas de frustración llenaban sus ojos. Habría querido destrozar todo el montón de papeles y simplemente salir de allí.

      Tanya se acercó.

      —Me disculpo, Su Alteza.

      —No, yo me disculpo. Estoy cansada. Pero no debería desquitarme contigo —había estado sentada a un lado del rey la mayor parte de la noche, pero Tanya tampoco había dormido bien.

      —Me siento honrada de que haya pensado en mí —continuó Tanya—. Y me siento honrada de tener un nuevo título. Y ayuda de cámara es un buen cargo. Si soy considerada para ocupar un papel siquiera un poco comparable al de Davyon, me siento muy honrada.

      —El punto es que ya pienso en ti ocupando un cargo tan alto como el de él, y quiero que todos hagan lo mismo. Hemos pasado por muchas cosas juntas, Tanya. Quiero que el mundo sepa lo mucho que te valoro.

      —Entonces, ¿soy su consejera?

      —Ciertamente.

      —¿Sobre algo en particular?

      Catherine suspiró y acomodó los hombros. ¿Por dónde empezar?

      —Guerra…

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