Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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del necesario—, el recipiente se desplazó hacia arriba, fuera del alcance de sus dedos resbaladizos. Salió dando vueltas por el aire, y empezó a caer en dirección al suelo. Edyon observó con horror. No podía dejar que se rompiera, así que se lanzó tras el frasco, tropezando y trastabillando en el proceso; en el intento de atraparlo, lo que hizo fue derribarlo.

      Thelonius frunció el ceño, algunos de los nobles rieron y lord Regan puso los ojos en blanco. Sin embargo, Byron, el mayor de los dos jóvenes que participarían en aquella demostración, avanzó con agilidad y atrapó el recipiente.

      Edyon dio las gracias por lo bajo a Byron y con cautela tomó de nuevo la botella y la sostuvo en alto.

      —Este extraño humo escapó de un demonio mientras moría.

      —Casi se le escapa a usted también, Su Alteza —señaló alguien, provocando renovadas risas.

      —De hecho, así fue, aunque cuando el humo deja a un demonio, no resbala de sus manos, sino que sale de la boca en una larga exhalación —Edyon intentó parecer serio—. Este humo púrpura proviene de jóvenes demonios. Ustedes quizá sepan que los demonios más viejos liberan un humo rojo que algunos usan en Pitoria como una droga de placer impúdico; sin embargo, estoy seguro de que nadie aquí la habrá probado.

      Este comentario también fue recibido con carcajadas, aunque Edyon se sintió aliviado de que ahora éstas parecían celebrarlo en lugar de bufonearlo.

      —Este humo púrpura tiene usos mucho más siniestros. Si es inhalado por jóvenes, de sexo masculino o femenino, puede otorgarles enorme fuerza y velocidad. También tiene el poder de sanar heridas con rapidez, casi de forma milagrosa. Suena como una maravillosa droga. Pero en las manos equivocadas, en las de Aloysius, podría ser utilizado para la guerra.

      ”Lo mejor será demostrar el poder del humo y entonces las implicaciones serán claras. Sir Byron y sir Ellis se han ofrecido a ayudarme inhalando una pequeña cantidad de humo y luego les harán una demostración de cómo su fuerza y velocidad se ven aumentadas.

      Edyon estaba satisfecho de ver que su audiencia ahora miraba con atención. Byron extrajo el corcho de la botella sólo por un momento, de tal forma que una voluta de humo púrpura pudiera salir. Algunos de los Señores de Calidor se acercaron para ver cómo Byron y Ellis inhalaban el humo.

      —Pensé que se pondrían púrpuras —gritó alguien.

      —El humo no afecta la apariencia, señor mío, sólo la habilidad: y ya está haciendo efecto en Byron y Ellis, como ahora lo demostrarán. En primer lugar, Ellis les demostrará su velo­cidad en una carrera. Él perseguirá a Byron, quien montará a caballo.

      En la práctica, ambos jóvenes habían manejado bien la droga, sin marearse o aturdirse: el mismo efecto que había tenido el humo en Edyon, por lo que confiaba en que esta simple demostración saldría sin problemas. Byron montó y partió al galope. Edyon gritó:

      —¡Atrápalo, Ellis! —y Ellis salió corriendo.

      No obstante, Ellis daba ahora la impresión de estar un poco distraído por la presencia de los nobles gobernantes. Primero pasó corriendo delante de ellos, como demostrando su velocidad, antes de dar la vuelta y perseguir a Byron, quien ya estaba en la mitad del campo. Pronto ambos desaparecieron a lo lejos.

      —¿Van a ir a Brigant a combatir? —gritó lord Hunt.

      Parecía que así fuera, pero Edyon respondió:

      —Ellis está ahora atrapando a Byron.

      Por fortuna, Ellis pareció encontrar un paso todavía más rápido, se colocó a la par del caballo de Byron y dio un gran salto para luego aferrarse a la espalda de Byron. Sin embargo, en este momento, estaban en el otro extremo del campo.

      —Pareciera que Byron desaceleró el paso —co­mentó alguien—. Aunque es difícil saberlo desde aquí.

      —No logro ver nada —se quejó otro de los nobles.

      —Redujo la velocidad del caballo —dijo otro—. Pero, aun así, es más rápido de lo que yo podría correr.

      —Mis señores, no se preocupen. Repetiremos la demostración en esta dirección —Edyon intentó que su voz sonara como si todo hubiera sido planeado de esta forma—. Tendrán una vista perfecta —y Edyon corrió por el campo, agitando sus brazos hacia Byron, quien por fortuna se acercó a él antes de que Edyon llegara muy lejos y rápidamente entendió el problema.

      —La próxima vez lo haremos justo en frente de ellos. Hazme una señal cuando estés listo —dijo Byron.

      Edyon volvió corriendo a su posición.

      —¿Está todo bien, príncipe Edyon? —preguntó lord Regan.

      —Sí, bien, gracias, lord Regan.

      Pero Edyon esperó. Y esperó. Y nada pasó.

      Mierda, la señal.

      Edyon agitó su brazo y Byron partió galopando hacia el grupo. Ellis esperó un momento antes de salir corriendo a un paso dramático. Caballo, jinete y corredor llegaron precipitadamente hacia el grupo de nobles. Algunos ya se estaban apartando cuando Ellis saltó sobre la grupa del caballo y sujetó a Byron, para enseguida derribarlo al suelo. Ambos jóvenes aterrizaron mientras el caballo corría por la carpa, golpeaba una mesa con bebidas y hacía correr a nobles y sirvientes.

      —Bueno, no podemos decir que esta vez no lo vimos —co­mentó lord Hunt.

      —Exactamente —respondió Edyon, aunque tenía ganas de gritar. ¿Por qué las cosas siempre le salían mal?

      El padre de Edyon, no obstante, vino al rescate con una pregunta seria.

      —Es impresionante la velocidad que desarrolla este joven. ¿Cuánto tiempo transcurre antes que el efecto desaparezca?

      Edyon se sintió aliviado de responder de manera igualmente seria.

      —Ellis podría correr a esa velocidad toda la tarde. Podría repetir lo que acaba de hacer cien veces más. Ni siquiera se quedó sin aire. Y Byron está ileso de su caída, ya que el humo cura al instante cualquier corte o contusión. Un ejército de jovencitos a toda marcha podría ser más veloz que la caballería.

      —Muy bien, Edyon —Thelonius asintió y aplaudió. Muchos de los Señores de Calidor lo imitaron, aunque Edyon notó que ni lord Hunt ni otros cerca de él se unían.

      —A continuación, haremos una demostración con la lanza —dijo Edyon.

      —¿Necesitaremos protección? —preguntó lord Hunt.

      —Retrocedan, todos —bromeó lord Birtwistle.

      Edyon sonrió y los ignoró.

      —Elegí la lanza para demostrar cómo el humo confiere fuerza sin reducir precisión. Como pueden ver, hay blancos pintados en esas puertas. No creo que ni el mejor lancero del ejército de Calidor pudiera lograr que su lanza volara a esa distancia, pero Byron y Ellis acertarán la diana.

      Byron y Ellis recogieron sus armas y arrojaron sus lanzas mientras Edyon murmuraba: “Por favor, no fallen. Por favor, no maten a nadie”.

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