Los reinos en llamas. Sally Green

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Los reinos en llamas - Sally  Green Los ladrones de humo

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construyéndola, y era evidente que había evitado mencionarle a Edyon cualquier cosa al respecto.

      —Lo único que Byron y Ellis tienen que hacer es cruzar desde ese lado, Brigant, a éste, Calidor —dijo Regan.

      —No —respondió Edyon, mirando las llamas—. Es muy peligroso y no deberíamos pedirles que lo intentaran.

      —Las murallas aquí son mucho más bajas que las de la frontera y el foso no es tan ancho o profundo, y ¿ya estás diciendo que esto es demasiado? —se burló Regan —. De pronto este humo todopoderoso resultó no ser tan poderoso.

      Ellis, no obstante, miraba fijamente las llamas.

      —Puedo hacerlo.

      —No, no puedes —dijo Edyon, moviéndose para bloquear el camino de Ellis—. El humo te hace sentir invencible, pero no lo eres.

      Regan sonrió.

      —Interesante. Ahora estamos aprendiendo algo útil.

      —¡Puedo hacerlo! —dijo Ellis, y corrió ágilmente alrededor de Edyon y se precipitó hacia la muralla.

      —¡No! Ellis ¡Detente! Te lo ordeno —gritó Edyon. Pero ya era muy tarde.

      Ellis ya estaba brincando de la primera muralla, desde la cual dio un gran salto hacia arriba, por encima de las llamas. Edyon contuvo el aliento mientras Ellis volaba por el aire. Por un instante, pareció que fuera a cruzar así todo ese trecho. Llegó muy cerca de la muralla del fondo, pero no lo suficiente, y cayó al foso en medio de un estruendo de madera astillada.

      Las llamas se elevaron alrededor de Ellis. Estaba metido hasta los muslos en tablones ardientes y, no obstante, de alguna manera, gracias al poder del humo de demonio, trepó hasta salir del foso con la ropa quemada y el cabello en llamas. Byron corrió hacia Ellis, lo sacudió y lo ayudó a rodar por el suelo para apagar el fuego.

      —Se curará, supongo —dijo Regan, mirándolo.

      —Sí, pero le quedarán cicatrices —murmuró Edyon. Y a Ellis le dijo en voz baja—: Lo siento.

      Ellis se recostó, las heridas apenas comenzaban a sanar cuando respondió:

      —No, lo siento yo, Su Alteza. No escuché su orden. Yo ni siquiera pude hacer el salto.

      —¡Me gustaría ver a Aloysius enviando a su nuevo ejército a través de nuestra muralla! —lord Hunt gritó por encima de sus voces, ignorando la difícil situación de Ellis—. Me gustaría verlos a todos arder.

      Algunos otros nobles gritaron en señal de aprobación.

      Lord Regan se dirigió a la audiencia:

      —Príncipe Thelonius, señores míos, estoy seguro de que todos estamos agradecidos por esta demostración informativa sobre el humo de demonio realizada por el príncipe Edyon. Está claro que el humo otorga fuerza y velocidad, pero no protege del fuego, y que además perjudica el juicio y la disciplina. No necesitamos unir fuerzas con Pitoria. Necesitamos asegurarnos de que nuestras defensas permanezcan fuertes.

      —Ciertamente, lord Regan —lord Hunt manifestó su acuer­do—. Podemos resistir —comenzó a aplaudir—. Bien hecho, príncipe Edyon, por su esclarecedora demostración.

      Pero no era eso lo que intentaba probar con la demostración. En lo absoluto.

      MARCIO

      BRIGANT

      Marcio y Sam caminaban juntos, la mayor parte del tiempo en silencio. Cuando Sam hablaba, fantaseaba sobre el futuro, que siempre era maravilloso, y cuando hablaba Marcio, reflexionaba sobre el presente, que estaba lejos de ser idílico. El tema más apremiante era la comida y cómo obtener más. Con las trampas para conejos ya habían cazado dos. Los habían devorado y también todos los alimentos que Marcio había robado, pero no es que estuvieran engordando.

      Evitaron las pocas aldeas por las que pasaron, y ambos se escondían en cuanto veían que una carreta se acercaba por el camino. Marcio sospechaba que Sam se ocultaba porque había cometido algún delito, quizás habría lastimado al dueño de la ropa que llevaba puesta, y que él asumió que había sido de su amo. Pero Marcio no estaba tan interesado en descubrir la verdad, y Sam ciertamente no daría esta información de manera voluntaria. Marcio se escondía porque no estaba seguro de cómo lo recibirían los lugareños, a él, un abasco, dado que el territorio de Abasca pertenecía a Calidor y, por lo tanto, al enemigo. Preveía que la reacción de la mayoría de la población de Brigant sería similar a la del granjero al que había robado.

      Otra lección que Marcio había aprendido de ese granjero era que las piedras podían protegerlo. Mientras caminaba, Marcio recogía piedras al costado del camino y las arrojaba a blancos elegidos aleatoriamente, como el tronco de un árbol o un arbusto. Las piedras eran la única arma que tenía, pero eran mejores que nada y podrían protegerlo si llegasen a meterse en problemas.

      En dos ocasiones, los otros viajeros tuvieron la ocasión de notar la presencia de Sam, porque necesitaban preguntar sobre el camino a Hornbridge, que era donde le habían dicho que el ejército juvenil estaba acampando. Después de dos días, por fin llegaron a las afueras del pueblo, pero no había rastro de un ejército de jovencitos.

      —Si alguna vez estuvieron aquí, ya no —Marcio pateó una bola de excrementos.

      —¿Deberíamos preguntarle a alguien?

      —Adelante —Marcio le señaló el pueblo.

      Sam vaciló, pero luego se dirigió hacia las casas. Marcio se quedó atrás y se ocultó entre los árboles, sintiéndose como un forajido, pero sin estar muy seguro de por qué.

      Poco después Sam regresó corriendo con una sonrisa en el rostro.

      —Estuvieron aquí hace una semana. Sólo un pequeño número de ellos. Jóvenes de nuestra edad. No es un pelotón completo, pero definitivamente es parte de un ejército.

      Marcio también sonrió, aunque de pronto se sintió nervioso. Él sabía que su plan de ser soldado, de obtener información y ayudar a Edyon era absurdo, pero al menos una parte de él ahora era un poco más real.

      —Tomaron rumbo al poniente hacia aquellas colinas —dijo Sam—. Ven. Los alcanzaremos pronto. Estoy seguro.

      Pero no vieron señales de un ejército o de una brigada, y ni siquiera de otro joven, además de ellos mismos. Se detuvieron cuando comenzó a oscurecer y encendieron una fogata, pero tenían poco para comer.

      —Cuando encontremos al ejército, al menos tendremos comida —dijo Sam, avivando el fuego.

      Marcio asintió.

      —Comida y enfrentamientos.

      Sam frunció el ceño.

      —¿Qué hay de malo en eso? Quiero luchar por Brigant y por Aloysius. Es mi hogar y él mi rey. Tú, ¿por qué quieres combatir por él?

      Marcio había estado pensando en esto. Necesitaba un buen argumento y tendría que convencer a más personas que a Sam de su

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